19 agosto 2014

El desafío de las palabras

Le pido que me recuerde su año de nacimiento; me responde que es el mismo de una famosa novela. En principio, sólo puedo recordar el título del libro de Gavin Menzies “1421, El año en que los chinos descubrieron el mundo”, en el que se conjetura que el almirante chino Zheng He, de la dinastía Ming, habría llegado a América mucho antes que Colón. Descarto esa posibilidad  por incongruente -en exceso temprana- e improbable, mientras yo empiezo a buscar en mi memoria algún guarismo que resulte coherente. “1984”, entonces me dice, recordándome el titulo de la novela de Orwell que tengo que admitir que todavía no he leído.

Entonces ejerce su ventaja. “¿Sabe cómo termina?”, me pregunta; y él sabe que esa frase es un acicate a mi curiosidad, una forma de invitación para que busque la obra y me entere de su argumento. Por lo pronto, cedo a la inquietud y navego la enciclopedia para averiguar la trama de “Nineteen Eighty-four” y anticiparme a su contenido. Es cuando encuentro esa primera palabra, la misma que como en un laberinto, poco a poco, me va llevando a encontrar nuevos e impensados términos que, como en un jardín donde los senderos se bifurcan (la frase no es mía), me lleva a una incesante tarea que me ha de deparar tesoros escondidos.

Dice mi fuente de consulta, que se trata de una novela “distópica” y mi búsqueda subsecuente me aclara que “distopia” o “distopía” es exactamente lo contrario de utopía, un término utilizado por primera vez por Tomás Moro, hacia principios del siglo XVI, para referirse a una isla donde existía una sociedad ideal o ficticia, creando así una palabra de su invención para un concepto que ya existía desde la antigüedad. “Distópica” sería una sociedad caracterizada por poseer un gobierno totalitario, afectada por la deshumanización o el desastre ambiental. En resumen, algo “demasiado malo como para que podamos anticiparlo”.

Mientras consulto acerca de esa novedosa “distopía” caigo en cuenta que sólo consigo encontrar el término en la enciclopedia, pero que el mismo no ha sido reconocido todavía por la Academia y, por tanto, no ha sido incluido aún en el diccionario de la RAE. Al seguir con mi indagación, encuentro una frase que llama mi atención: “la sociedad es desviada por una 'hamartia' (?) dentro de la propia humanidad”, y decido hacer una nueva consulta con esta extraña palabra que se define como “un error trágico donde lo correcto no puede lograse o hacerse”.

Compruebo así, una vez más, como nuestras exploraciones cibernéticas nos van llevando a menudo por caminos insospechados; y lo grave no son esos nunca esperados encuentros -o desencuentros-, sino que, un tanto tarde, uno cae en cuenta de los andurriales y vericuetos hacia los que esas búsquedas nos van transportando, tanto que, en un buen número de casos, no se atina a desenredar el hilo de Ariadna que esas mismas investigaciones han ido propiciando. Así caigo en tópicos de una diversa y variada índole que, a simple vista, parecerían no tener ninguna relación ni darían apariencia de estar emparentados.

Estos rastreos cibernéticos, cuando la búsqueda se realiza con fruición y avidez, nos conducen por meandros que no habíamos sospechado. Así, distopia puede llevarnos a indagar acerca de “dominio público”, por ejemplo, una locución emparentada con los derechos de autor; hamartia puede ponernos frente a una autora como Ayn Rand o a la poética de Aristóteles; y de este filósofo frente a la voz peripatético o a la diferencia entre razonamiento inductivo y deductivo.

En cuanto a mi primera motivación, la indagación me hace caer en cuenta que si uno de mis principales desafectos es el totalitarismo, no puedo dejar de leer y tener en mi humilde biblioteca las obras de Eric Arthur Blair, mejor conocido como George Orwell, el formidable -y quizá profético- ensayista y novelista inglés.

Seattle

Share/Bookmark

No hay comentarios.:

Publicar un comentario