No sé si se trate de estulticia, o quizá sea ese inveterado complejo de inferioridad que a algunos identifica, o tal vez sólo se trate de desmemoria o de ignorancia histórica, o quizá -quién sabe- se trate de una combinación de todos esos factores; pero cada vez que escucho las reclamaciones de ciertos revolucionarios de escritorio, respecto a los abusos ejercitados durante la conquista y al supuesto estado de felicidad de nuestros pueblos aborígenes antes de la llegada de los españoles, no puedo sino esbozar una conmiserativa sonrisa.
¿Cómo es posible que por tantos años, y a lo largo de lo que hoy conocemos como Latinoamérica, se siga rindiendo culto a la impostura de que nuestros indígenas vivieron una vez un estado de felicidad y paraíso inigualables? ¿De dónde surgió aquello de que la explotación de las razas vernáculas había sido un hecho inédito, que sólo se produjo tras la llegada de los descubridores? ¿Qué fenómeno hizo crear la ilusión, a los descontentos y desafectos con los métodos de los nuevos invasores, que antes había existido un estado de armonía, carente de abusos y desigualdades? ¿Cómo se entiende que se haya falseado así la realidad histórica?
Creo que mayor es la impostura -ese torpe engaño con apariencia de realidad- cuando se desconoce y olvida cómo las principales civilizaciones que señoreaban sobre los pueblos amerindios, hacia los albores del siglo XVI, estaban constituidas principalmente por imperios invasores y foráneos, como fue el caso de los Aztecas y de los Incas. Ellos habían sojuzgado a pueblos menos avanzados y más débiles, e impuesto un infamante régimen discriminatorio. Esto explica la colaboración recibida por los barbados decubridores.
Con esto, no pretendo justificar los excesos de los conquistadores ibéricos que, a pretexto de ofrecer "la salvación" gracias al mensaje contenido en su "verdadera fe", establecieron un sistema abusivo que obliteraba su propia justificación y no hacía sino prolongar el agobio y sufrimiento de los pueblos que domeñaron. Además es bueno recordar que la mayoría de los principales personajes que libraron esas primeras campañas, estuvo constituida por gente aventurera e ignorante, por individuos inescrupulosos y analfabetos que sólo veían en sus correrías una oportunidad para obtener beneficios y enriquecerse a cualquier precio.
A estas reflexiones llego cuando leo la “Historia de la Conquista de México”, escrita por Francisco López de Gómara, en la que comenta el denigrante régimen de supremacía que ejercitaban las autoridades indígenas. Cierto que Gómara no fue un cronista, y ni siquiera estuvo en América, pero sus relatos fueron escritos con el testimonio del propio Hernán Cortés y lo único que puede restar objetividad a su relación es la desmedida admiración que profesaba al audaz y temerario conquistador que se había propuesto dominar todo un imperio con la exigua ayuda de un medio millar de hombres y el contingente de escasos dieciséis caballos...
Lo importante aquí es destacar el oprobioso sistema de esclavitud que ya existía en México antes de la llegada de Cortés. Según cuenta Gómara, los aztecas habían tiranizado esa tierra y habían usurpado su dominio, allí "los cautivos de guerra no servían de esclavos, sino de sacrificados, y no hacían más que comer para ser comidos"... En cuanto a Moctezuma, tenía un serrallo de treinta mujeres, con más de cien que le servían y tenía más de mil criados, sólo para su guarda y servicio... “De las señoras, hijas de señores, que eran muchísimas, tomaba para sí las que bien le parecía; las otras las daba por mujeres a sus criados y a otros caballeros y señores. Y así, dicen que hubo vez que tuvo ciento cincuenta preñadas a un tiempo...”
En cuanto a las desigualdades, basten unos extractos de la descripción que hace el historiador del entorno de Moctezuma: “Andaban criados suyos de dos en dos, poniendo y quitando mantas por el suelo, para que no pisase en la tierra"... “Los demás venían con los ojos en tierra, para no mirarle a la cara, que era desacato”... “Tenía con los suyos tanta majestad, que no les dejaba sentarse delante de sí, ni llevar zapatos ni mirarle a la cara”... “Todos hacían tres o cuatro reverencias. No le miraban al rostro, hablaban humillados y andando para atrás”... En tanto, las casas de los demás eran "pequeñas y ruines" y la ciudad estaba llena de mendigos.
Quito
¿Cómo es posible que por tantos años, y a lo largo de lo que hoy conocemos como Latinoamérica, se siga rindiendo culto a la impostura de que nuestros indígenas vivieron una vez un estado de felicidad y paraíso inigualables? ¿De dónde surgió aquello de que la explotación de las razas vernáculas había sido un hecho inédito, que sólo se produjo tras la llegada de los descubridores? ¿Qué fenómeno hizo crear la ilusión, a los descontentos y desafectos con los métodos de los nuevos invasores, que antes había existido un estado de armonía, carente de abusos y desigualdades? ¿Cómo se entiende que se haya falseado así la realidad histórica?
Creo que mayor es la impostura -ese torpe engaño con apariencia de realidad- cuando se desconoce y olvida cómo las principales civilizaciones que señoreaban sobre los pueblos amerindios, hacia los albores del siglo XVI, estaban constituidas principalmente por imperios invasores y foráneos, como fue el caso de los Aztecas y de los Incas. Ellos habían sojuzgado a pueblos menos avanzados y más débiles, e impuesto un infamante régimen discriminatorio. Esto explica la colaboración recibida por los barbados decubridores.
Con esto, no pretendo justificar los excesos de los conquistadores ibéricos que, a pretexto de ofrecer "la salvación" gracias al mensaje contenido en su "verdadera fe", establecieron un sistema abusivo que obliteraba su propia justificación y no hacía sino prolongar el agobio y sufrimiento de los pueblos que domeñaron. Además es bueno recordar que la mayoría de los principales personajes que libraron esas primeras campañas, estuvo constituida por gente aventurera e ignorante, por individuos inescrupulosos y analfabetos que sólo veían en sus correrías una oportunidad para obtener beneficios y enriquecerse a cualquier precio.
A estas reflexiones llego cuando leo la “Historia de la Conquista de México”, escrita por Francisco López de Gómara, en la que comenta el denigrante régimen de supremacía que ejercitaban las autoridades indígenas. Cierto que Gómara no fue un cronista, y ni siquiera estuvo en América, pero sus relatos fueron escritos con el testimonio del propio Hernán Cortés y lo único que puede restar objetividad a su relación es la desmedida admiración que profesaba al audaz y temerario conquistador que se había propuesto dominar todo un imperio con la exigua ayuda de un medio millar de hombres y el contingente de escasos dieciséis caballos...
Lo importante aquí es destacar el oprobioso sistema de esclavitud que ya existía en México antes de la llegada de Cortés. Según cuenta Gómara, los aztecas habían tiranizado esa tierra y habían usurpado su dominio, allí "los cautivos de guerra no servían de esclavos, sino de sacrificados, y no hacían más que comer para ser comidos"... En cuanto a Moctezuma, tenía un serrallo de treinta mujeres, con más de cien que le servían y tenía más de mil criados, sólo para su guarda y servicio... “De las señoras, hijas de señores, que eran muchísimas, tomaba para sí las que bien le parecía; las otras las daba por mujeres a sus criados y a otros caballeros y señores. Y así, dicen que hubo vez que tuvo ciento cincuenta preñadas a un tiempo...”
En cuanto a las desigualdades, basten unos extractos de la descripción que hace el historiador del entorno de Moctezuma: “Andaban criados suyos de dos en dos, poniendo y quitando mantas por el suelo, para que no pisase en la tierra"... “Los demás venían con los ojos en tierra, para no mirarle a la cara, que era desacato”... “Tenía con los suyos tanta majestad, que no les dejaba sentarse delante de sí, ni llevar zapatos ni mirarle a la cara”... “Todos hacían tres o cuatro reverencias. No le miraban al rostro, hablaban humillados y andando para atrás”... En tanto, las casas de los demás eran "pequeñas y ruines" y la ciudad estaba llena de mendigos.
Quito

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