25 agosto 2014

El golf, embrujo y seducción

* Publicado en la revista Summer EC
   
   Edición # 20. Agosto - Septiembre de 2014

Imagine, amable lector, uno de los siguientes escenarios: un partido de basquetbol donde el tablero, en que se ha instalado la canasta, es reubicado antes de cada nueva jugada elaborada; o, quizá, un encuentro futbolístico en cuyo campo de juego se han colocado diferentes obstáculos, como serían depresiones cubiertas de arena, matorrales, estanques o sinuosos riachuelos; o, tal vez, un partido de tenis en el cual los participantes recibirían puntos de ventaja, sea por su precario nivel de destreza o por su convenida ubicación en un escalafón de jugadores -un acordado "ranking"-, lo que sus cultores habrían dado en llamar con el nombre de "handicap".

Sume a todo eso, un conjunto de reglas confusas y un tanto restrictivas, una etiqueta de comportamiento asaz rigurosa, la dificultad inherente a tener que golpear una diminuta pelota con una vara flexible, lo que complica aún más una geometría elusiva que determina resultados imprevistos. Añada a todo aquello, amigo lector, el paciente proceso de caminar algo más de seis kilómetros en procura de introducir una pequeña bolita, de superficie irregular, en dieciocho hoyos repartidos en un paisaje adornado por interminables jardines y escenarios de privilegio...

Aporte ahora con una cuota de su imaginación, e interprete usted los necesarios segundos de no repartida concentración que son indispensables para golpear esa pequeña pelotita y ponerla en juego… Y entonces tendrá una parcial idea de lo que es el golf, ese extraño juego que solo parecen practicar los que desdeñan el valor del tiempo. Acompañe ahora, sólo por una corta caminata, a uno de esos fanáticos practicantes de forma tan estrambótica de entretenimiento, y entonces quizá llegue a captar una o incompleta idea de por qué es que esos cultores se han dado a tan absorbente hábito, y se han dejado cautivar por la curiosa adicción con la que seduce tan estrafalario esparcimiento!

Claro que pocos logran percibir la prolongada cláusula de distensión, las cuatro horas de compartida camaradería, la importancia de esa caballerosidad que ha impuesto la tradición, el respeto a unas normas que se respaldan en un sentido de honor y de honestidad mutua. Todo, en medio de un paraje de rincones aventajados, donde los árboles se yerguen majestuosos, trinan y vuelan con curiosidad las aves; uno admira la solemnidad de los nevados, el inquieto rumor del follaje o esa melodía irregular que regala el inquieto riachuelo... Solo ahí se logra entender qué es lo que motiva a quienes practican esa forma de pasión y se puede comprender a quienes jornada tras jornada sueñan con volver a compartir un nuevo y entretenido juego.


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