02 octubre 2014

Plus ultra

Guarda en su poder uno de mis familiares políticos un secreto y fabuloso tesoro. A simple vista luce como uno de esos libracos enormes que se encuentran olvidados en las bibliotecas públicas; o quizá uno de esos pesados compendios de discutible valor que se observan en los anticuarios o en esas viejas librerías que exhiben antiguallas. Pero no, se trata de una suerte de álbum que contiene alrededor de un centenar de litografías de procedencia azteca. Los grabados son una reproducción de una serie de dibujos que se habrían rescatado para la posteridad en forma de "códices"; es decir, son libros de tan anciana edad que su valor resulta inestimable.

Hay algo de mensaje elemental en esos coloridos dibujos. Salta a la vista una forma de interpretación del hombre y de su entorno que traduce con fuerza la forma cómo esa sociedad aborigen interpretó al ser humano, a su organización social, a la naturaleza, a las fuerzas que consideró como parte de su realidad y de su cultura. Quién sabe, son esos grabados también una forma primigenia de comunicación, una suerte de proto-escritura, una caprichosa manera de conservar para la posteridad ciertos hechos y episodios relevantes. Exhiben además, estos códices, insistentes representaciones de cómo vieron los artistas aztecas a sus conquistadores.

Esta valiosa colección habría llegado a manos de su propietario como un legado de familia. Se da el caso de que uno de sus bisabuelos ocupó hacia finales del siglo diecinueve la dignidad de presidente de la República; como tal, y con ocasión de celebrarse el cuarto centenario del descubrimiento de América, él habría recibido como obsequio personal aquel maravilloso documento. Imagino el incalculable valor que posee para hombres de ciencia e historiadores. Este códice, por cuenta propia bien pudiera satisfacer las vitrinas de toda una sala de un bien montado museo.

Empero, ha sido una especie de dedicatoria que se encuentra hacia el final de este rico compendio, la que me ha llamado la atención porque destaca una sencilla como sugerente leyenda. Se trata del escudo de armas español, en donde se observan dos palabras escritas, las mismas que rodean a un par de columnas. "Plus Ultra" reza la extraña inscripción; y esto es lo interesante, porque se prescinde esta vez del "Non" tradicional. No proclama "nada más allá", sino solamente "más allá". Plus Ultra!

Fueron los hombres de la antigüedad clásica los que imaginaron que no había nada más allá del estrecho de Gibraltar. Ahí, o cerca de allí, ellos ubicaron lo que dieron en llamar "los pilares de Hércules". Imaginaban o recelaban que ese era el fin del mundo; más allá sólo podía existir un profundo precipicio donde las aguas se hundían en un abismo insondable. Aquellas columnas fueron entonces una suerte de ominosa advertencia: "nada más allá!". Nótese que la expresión no prescindía del "non" y, como tal, más tarde empezó a utilizarse para significar algo magnífico, superior o insuperable.

Pero, habría de ser el emperador español Carlos V quien, en una época de descubrimientos y conquistas, habría querido replantear aquello del "nada más allá". Su espíritu emprendedor y expansionista habría querido modificar la limitación contenida en la expresión latina y, con sólo suprimir el "non", habría creado un moto para su gestión imperial que se habría convertido en razón de vivir, en verdadero emblema, en grito de guerra y proclama de conquista: ¡Más allá!

Hoy medito en que tan inspirador como sugestivo "más allá" es una forma de imbuirnos y de impulsarnos para no contentarnos con el status quo, para siempre tratar de desafiar los esquemas, para retarnos a nosotros mismos e ir siempre más adelante... Este reto debe motivarnos y ayudarnos a superar la intransigencia, la intolerancia y el conformismo. "Plus Ultra" debe ser una permanente invitación para no contentarnos con lo establecido, para replantear nuestras ideas y decisiones, para reconsiderar día a día si lo que hemos hecho y resuelto no es susceptible de revisarse o de poderse mejorar.

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