24 junio 2017

Cuestión de identidad

Sospecho que yo ya era un tanto "meticuloso" antes de iniciar mis trasiegos en el mundo de la aeronáutica. Pero, aun en el caso de que no lo hubiera sido, de que no me hubiese gustado ser organizado para atender mis asuntos, y de que quizá no me hubiera distinguido por mi eventual espíritu sistemático, estoy persuadido que la naturaleza del oficio a mí encargado me exigía que sea escrupuloso y ordenado en mis acciones. Si uno no ha sido cuidadoso, esa delicada tarea que ha asumido le obligaba a serlo. A veces uno termina convertido en un maniático del orden. En un ideático, como dicen en alguna parte del sur de mi tierra.

Sea lo que haya sido, conjeturo que algo de ese celo que los aviadores deben poner en su trabajo, pues se trata de cuidar por la vida ajena, va influyendo en nuestra vida cotidiana, en el día a día. En mis tiempos de piloto profesional no me sentía cómodo clasificando a los colegas como buenos o malos, como hábiles o inhábiles, como bien o mal formados. Creo que lo que trasuntaba su nivel de excelencia era aquello que se interpretaba con solo verlos sentados frente a los controles de vuelo; esto es, si eran o no “organizados”.

Algo de todo ello queda. Quien se ha acostumbrado a caracterizar su oficio por medio del orden o la prolijidad, a eso se acostumbra en los asuntos de la vida, a cumplir sus tareas y obligaciones con esmero. Insisto: no hay, no puede haber, piloto desprolijo. Caso contrario, la misma profesión lo enseñará a dejar de serlo.

Esto me hace estar pendiente, por ejemplo, del pago puntual de mis tarjetas de crédito, de la renovación de mis visas y más documentos, del cambio oportuno de aceite y filtro de mi vehículo, de rotar los neumáticos al mismo tiempo. No hacerlo, equivaldría a esperar a que se termine el combustible del que dispongo para sólo al final acudir a la estación de servicio. Creo que nada hay que me produzca más tensión que iniciar la mañana con una tarea urgente, solo para descubrir que  no dispongo de suficiente combustible...

Y esas fueron justamente algunas de las tareas que debí cumplir en estos días, antes de que llegue a caer en cuenta que las había postergado o de que me estaba atrasando en su cumplimiento. Hay, tengo que reconocerlo, algo de gratificante en dar por satisfechas aquellas tareas ("chores" o "errands" las llaman en inglés). Sí, no sólo se trata de alivio o de satisfacción. Algo tienen también de gratificante.

Mientras espero por la conclusión del cambio de aceite, hojeo unas revistas que han perdido actualidad, abandonadas en el recibo de la estación de servicio. Una, en particular, atrae mi atención; se trata de un ejemplar de la revista Mundo Diners, trae un artículo de una dama de apellido Ampuero. Su irreverente título sirve de acicate a mi inquieta curiosidad. "Soy puta" es lo que reza. Se inicia con una apostilla, a manera de epígrafe, de una feminista vasca, una señora tan desenfadada y suelta de huesos, que, de acuerdo con uno de los distintos comentarios que más tarde encuentro, se define ella misma como "vegetariana en la mesa y omnívora en la cama"... Hay algo de impúdico en aquel artículo, tal vez su único propósito solo sea provocar un reto a nuestra gazmoñería beata...

Cuando regreso a casa, me siento a concluir la lectura de unas memorias del catalán Juan Goytisolo, que acaba de fallecer en Marruecos. Antes había consumido su controversial ensayo "España y los españoles"; pero "Coto vedado" (que al igual que "En los reinos de Taifa", el Nobel Vargas Llosa considera como sus mejores escritos) es una indagación muy valiente acerca de sus tempranas experiencias y un descarnado diario de viaje acerca del descubrimiento de su atípica sexualidad. En esas postreras páginas encuentro un texto que parece relacionarse con el artículo de la revista que antes he mencionado: "la palabra puta, empleada con una connotación moral, te repugna" parece decirse, a sí mismo, Goytisolo en uno de sus monólogos interiores.

Oscar Wilde, André Gide, Somerset Maugham, Thomas Mann, Gertrude Stein, Marcel Proust y tantos otros ocultaron muchas veces su intimidad y se identificaron, dada su sensibilidad, con el mundo de la literatura. Su vida, sin embargo, fue algo real, no fue parte de la fantasía. Pero, las cosas son como son... O, como lo propuso la propia Stein: "Una rosa es una rosa es una rosa"…

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