11 junio 2017

De tonsuras y juníperos

No llegué a ir jamás. O nunca me llegó a llevar. "Te va a encantar Mission Viejo", me decía mi tío Jaime, "Ahí tengo unos amigos dueños de unas casas que te van a fascinar". Para entonces yo ya había oído hablar de las Misiones, unas comunidades, mitad hacienda y mitad convento, que fundaron las congregaciones religiosas en tiempos de la Colonia. Sus casas y principales edificaciones habían seguido el diseño de paredes de abobe y cubiertas de teja, que fueron comunes a la arquitectura española. Aquel Mission Viejo, al que jamás llegué, era un desarrollo urbanístico que se había inspirado en la arquitectura de las primeras misiones de California.

El gran promotor de algunas de aquellas antiguas misiones había sido un fraile franciscano oriundo de Mallorca. Había nacido como Miquel Josep Serra y Ferrer, pero había adoptado el nombre de congregación de Junípero. Fray Serra debe haber sido un santo varón, un curita caracterizado por su modestia y humildad, para haber escogido un nombre tan poco atractivo. Y a santo es a lo que fray Junípero llegó; pues no sólo ha sido reconocido como apóstol de la evangelización católica. Hoy ha sido ya elevado a los altares.

Si uno viaja por California, halla con frecuencia el nombre de Junípero Serra asociado a pueblos y plazas, a escuelas y centros comerciales. No sólo eso: la popular imagen del clérigo se exhibe por todas partes. Aquella cabeza tonsurada es testimonio de un viejo rito que se instituyó en la Edad Media en muchas comunidades religiosas. En efecto, los candidatos a religiosos estaban obligados, al momento de hacer sus votos eclesiásticos, a rapar su cabeza y adoptar un nuevo nombre, como símbolo de renuncia y del cambio de vida al que se habían comprometido. Luego de estudios adicionales, y más años de oración, los tonsurados se convertirían más tarde en los nuevos sacerdotes.

Hacia principios de la Edad Media la tonsura era considerada como un símbolo de vergüenza. Pasado el tiempo, la Iglesia la adoptó como una forma de distinción. Yo mismo recuerdo, hacia mis primeros años de primaria, que era frecuente encontrar a los eclesiásticos portando ese curioso corte de cabello. Con los años, esta tonsura fue perdiendo su emblemático rigor, y nuevas normas la redujeron a la dimensión de una pequeña aureola. Creo que fue Paulo VI quien acordó más tarde suspender aquella secular costumbre.

Como nota personal, habría de pasar mucho tiempo hasta que por casualidad habría de enterarme que existía un arbusto que poseía idéntico nombre al de fray Junípero. Se trataba de un arbolito también conocido como enebro y que era famoso porque participa en la elaboración del gin, conocido también como ginebra.

Efectivamente, el gin es un aguardiente o bebida espirituosa que resulta de la destilación de la cebada sin maltear. Sin embargo, su sabor y aroma predominantes se los obtiene de una baya -una fruta parecida a la cereza- que produce el tal junípero. Este, en neerlandés, se denomina "jenever". De ahí su nombre.

Los ingleses son los principales productores de gin alrededor del mundo. En un principio, el gin era la bebida de los sectores más pobres. Sin embargo, en nuestros días, el consumo de la ginebra se ha generalizado, inclusive entre los círculos femeninos. En la actualidad se prefiere al gin mezclado con agua tónica, hielo y combinado con extractos frutales; pero, hasta no hace mucho, la bebida más solicitada, elaborada con la ginebra, era el siempre reputado martini. Hay quienes lo toman "seco" -que refleja más carácter-, mezclando tres cuartas partes de ginebra con una de vodka; y hay quienes lo combinan en la forma tradicional, sustituyendo la parte del vodka por una de vermouth.

Quizá la controversia que subsiste estriba en si se lo debe tomar "removido" como se dice que lo prefería Somerset Maugham, o "batido" ("shaken, not stirred") como se cuenta que lo ordenaba James Bond, el agente secreto de las inagotables novelas de Ian Fleming. En cuanto al cuasi italiano nombre, hay quienes proclaman que se llama así porque lo inventó, en un bar de San Francisco, un tal Martínez...

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