19 julio 2017

Del glamour a la tercera edad

Fueron otros tiempos. Aquella fue la época del "glamour". Hasta la palabra sonaba extraña, evocaba viajes a sitios lejanos, desfiles de modas, fiestas fastuosas, ostentación. Eran los albores de la aviación comercial como se la conoce hoy: era una industria dedicada a crear una atmósfera donde la gente se sintiera en un mundo distinto; una suerte de club, en el que el pasajero se convertía por tiempo limitado en el centro de atención.

Y claro, las aeromozas o azafatas, como se las conocía, eran guapísimas chicas que habían sido escogidas en los mejores colegios, en círculos sociales exclusivos; ellas estaban ahí por su apariencia, por sus caras bonitas y por uno que otro cuerpo esbelto y estupendo. Caminaban con garbo y con gracia, tenían clase, sabían sonreír. De ese temporal oficio, casi una entretención, habría solo un paso para los certámenes de belleza.

Y a ellas les gustaba: no tenían que hacerlo todos los días; viajaban fuera y no siempre pernoctaban en su casa; no ganaban mal y podían conocer lugares, hacer compras, recibir "encargos" y ser el centro de la envidia todo el tiempo. Respecto al nombre de azafata, no siempre se usó ese vocablo para quien estaba asignado a atender a otros o dar información; inicialmente se utilizaba esa palabra para designar a la asistenta de la reina o de algún miembro de la realeza que se encargada de vestidos, joyas y más ornamentos. No deja de ser curioso, por otra parte, que en español tengamos una voz muy similar, proveniente del árabe, la palabra azafate, que significa jofaina o bandeja, el charol de nuestros abuelos.

Con el tiempo, esa su exótica forma de vida generaba comentarios ahítos de conjetura, de mezquina imaginación; pero... qué podían hacer? Creo que fue Gore Vidal quien dijo que solo existe una cosa peor que aquella de que la gente hable mal de uno: la de que nos ignoren, no nos tomen en cuenta y nadie diga nada...

Pero ese tiempo pasó. Los aviones se hicieron cada vez más grandes y fueron cada vez más lejos. Ese concepto de la atención como privilegio, la de las chicas de caminar garboso y esa especial sonrisa, dio paso a un concepto nuevo de transportación y, sobre todo, a un concepto de seguridad que se había venido soslayando en aviación por mucho tiempo. Llegaron luego las tragedias, los cada vez más preocupantes accidentes de aviación; y así, poco a poco, fue fortaleciéndose la idea de la prevención, de la regulación aeronáutica, la de la especialización técnica de todos los miembros de la tripulación, o los tiempos de descanso y de servicio.

Había existido un cambio de paradigma. Ahora, ellas y ellos (al principio solo había "ellas") debían cumplir con un muy exigente entrenamiento, luego de haber satisfecho un estricto proceso de selección. Ya no era una actividad temporal y tampoco asignada a alguien que disfrutaba del pico de su curiosidad y juventud. La nueva profesión de "auxiliar de vuelo" era una actividad regulada, requería de la preparación y licencia pertinentes.

De pronto todo cambió. Los vuelos se hicieron frecuentes e irregulares; había secuencias que duraban muchas horas, vuelos nocturnos, cambios de hora, se descubrió el efecto del "jet lag". No siempre los auxiliares se sintieron cómodos y felices. Las chicas que se casaban o se quedaban embarazadas perdían sus trabajos. Se presentaron otras situaciones, inéditas en muchos casos, que amenazaban la estabilidad de la profesión. Aparecieron los sindicatos y los litigios se hicieron más frecuentes. Con los nuevos convenios, surgieron nuevas normas de protección y entonces ya nadie quiso dejar de volar. Los auxiliares se hicieron cada vez más viejos. Todo cambió, ahora se trataba de un derecho al trabajo, era un asunto de mantener la actividad.

Por lástima, la filosofía también cambió. Aquel concepto de que los auxiliares de vuelo eran un instrumento, quizá el más importante, para la seguridad del avión (piénsese en una inesperada evacuación, el manejo de una amenaza de bomba o en una descompresión explosiva) parece que ha sido descuidado por algunas operadoras. Resulta evidente que existen casos en que los profesionales que deben atender esas probables y eventuales emergencias, no siempre están físicamente preparados para el efecto. A veces están muy viejos o lucen muy obesos. Aquí no se trata de discriminación; en todo trabajo hay una preferencia por la condición física. Existen actividades en que, por su especialidad, debe existir
incluso una edad obligatoria de retiro...

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