09 julio 2017

Una forma de enseñanza *

* Tomado del artículo “El más importante maestro de mi vida no fue un profesor de Harvard”. Por Spencer Rascoff, para Linkedin. Con mi traducción.

Hace pocas semanas me entristeció conocer del fallecimiento de mi maestro de infancia Mr. Svetozar Jovanovic. Si bien nuestras relaciones terminaron hace treinta años, sus enseñanzas influyeron en mi éxito más que las de ningún otro profesor que jamás tuve (incluso en Harvard). Sus lecciones no fueron de filosofía, negocios o economía: fueron de ajedrez. Yo tenía nueve años.

El ajedrez es un juego de estrategia. Y aunque hay milagrosas excepciones, no todos nacemos conociendo cómo usar nuestro cerebro de cierta manera. El ajedrez enseña a pensar en forma estratégica, y ese es el motivo por el cual, si tengo que enfrentar un asunto complejo en los negocios, enseguida se me presenta la imagen de Mr. J parado frente al pizarrón con sus enormes piezas magnéticas de ajedrez sacudiendo un largo puntero como si fuera un conductor de orquesta, mientras analiza movimientos y contra-movimientos con la precisión de un general de cinco estrellas. Mr. J me enseñó a pensar diez pasos por delante, a discernir patrones y probabilidades matemáticas, a evaluar las consecuencias de nuestras acciones y a reconsiderar nuestras presunciones cuando cambian las circunstancias.

El ajedrez es, además, un juego para competidores. Yo era un jugador con escalafón a nivel nacional, uno de los mejores chicos en el país, era capitán del equipo que ganó el campeonato nacional de escuelas primarias. Cuando empecé a estudiar con Mr. J, a mis ocho años, él atizó el fuego competitivo que había en mí y que sigue ardiendo décadas más tarde. Soy intensamente competitivo y las raíces de esa característica de mi personalidad pueden rastrearse hacia la huella que dejó mi maestro. Por ello, no es sorpresa que cuando una vez escogimos seis valores claves para emprendedores, me propuse que uno de ellos sea “Ganar es divertido”.

No solo eso me enseño Mr. J, sino también que perder es odioso. Perder una partida humilla y duele porque se da en un campo de batalla totalmente justo. En otros deportes se puede culpar al mal tiempo o al árbitro. Aquí solo se puede culpar uno mismo. Y Mr. J siempre estuvo ahí para recordarme esto luego de una derrota. El era amigo de esa franqueza “de amor duro” que se despreciaba en otros tiempos, una era en que había ganadores y perdedores y no había trofeos por participar. De vuelta al aula, él analizaba mis jugadas y en su pesado acento europeo oriental, con cara de palo me decía: “Si tú querer ganar, trabajar más fuerte”. Y tenía razón.

Recuerdo las revisiones luego de mis partidas, cuando analizaba mi desempeño, movida tras movida. Una buena movida me calificaba con un signo de admiración; una muy buena con dos; una mala representaba un signo de interrogación; una jugada tonta eran dos de aquellos signos. Uno no quería ver esa clase de calificaciones. A veces hoy me encuentro jugando al rol de Mr. J en mi cabeza, con estos mismos signos, durante las revisiones de productos, las juntas directivas o los análisis gananciales.

Sus enseñanzas produjeron tal impacto en mi vida que las he pasado a mis hijos; ellos han llegado a ser buenos jugadores a pesar de mis escasas habilidades con el puntero. He querido que se beneficien con las mismas ventajas que el ajedrez desarrolló en mí: pensamiento estratégico, sentido de competencia intenso y búsqueda de la excelencia. Y aunque su interés por el ajedrez hoy ha disminuido, he procurado que siempre apliquen lo que el juego nos enseña. Lo mismo que Mr. J me enseñó a mí.

Cuando somos jóvenes no nos damos cuenta cómo nuestros maestros pueden influenciar en nuestro futuro. Estamos embebidos en el aprendizaje y para nuestra tierna percepción, el maestro es solo un vehículo para nuestro conocimiento. Solo cuando crecemos nos damos cuenta cómo estos formidables individuos moldean nuestra identidad, nuestros valores y las opciones para nuestras carreras. Mr. J plantó semillas de criterios estratégicos, sentido de competencia y de esfuerzo: sin ellos no estaría donde estoy. Gracias, Mr. Jovanovic!

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