26 julio 2017

Substancia y apariencia

Siempre espoleó mi curiosidad aquella curiosa mezcla de histrionismo y mitomanía que empuja a la gente (quizá debería decir: que nos empuja a todos) a tratar de mostrar como real lo que solo es aparente, que impele a esforzarse por esconder la realidad y hacer creer a los demás que lo que realmente existe es lo que ven; y que, aquello no es una simple máscara o vana apariencia. Nada existe más paradigmático que aquella vertiente cultural, tan poco reflexiva, que nos anima a hacer creer a los demás que somos lo que no somos, o que tenemos más de lo que realmente tenemos.

Tengo la impresión, y la sospecha, que esta actitud no es solo un defectuoso rasgo de nuestra propia personalidad, o de nuestra impronta familiar; muchas veces esa forma de manifestación o comportamiento invade también lo social y se expresa como una huella de identidad, como una manera de presentarnos como nación hacia el mundo, de identificarnos como pueblo.

Recién nomás revisaba una información periodística que ponderaba que dos de nuestros centros académicos habían sido catalogados entre los mejores de América Latina. Si se puede estimar que existen tal vez entre trescientas y quinientas universidades en Suramérica, sería justo esperar que en esa objetiva clasificación nuestras más destacadas universidades cuenten entre las veinticinco mejores; pero no, esos centros educativos se ubican entre los puestos cuarenta y uno y setenta.

A manera de digresión: advierto que hay una serie de palabras del siempre omnipresente idioma inglés que con frecuencia son mal traducidas a nuestro idioma y que, sin siquiera darnos cuenta, insistimos en usarlas en forma recurrente. Una de ellas, y lo menciono sólo con el carácter de ejemplo, es el verbo "to realize" (considerar, darse cuenta), que a menudo es innecesariamente utilizado en español como realizar, como si tuviese idéntico sentido, solo porque en apariencia tiene un sonido parecido. Lo mismo sucede con otras dos voces que están relacionadas con el tema que nos ocupa, como es el caso de los verbos "to assume" (asumir, pero también hacerse cargo, imaginar o sospechar), que en español significa aceptar o hacerse cargo de algo, pero que lo queremos utilizar con el sentido de suponer; o "to pretend" (aparentar o fingir) que se quiere usar con el sentido de hacer creer y no con el de aspirar a algo. ¡Extraños anglicismos!

Efectivamente, cuando aparentamos, invitamos a los demás a suponer, a hacer creer algo que no es exacto o que quizá no sea cierto. Y cuando fingimos, nos disfrazamos de algo que no somos, tratamos de dar una apariencia irreal (“nos hacemos los que”); creamos una imagen falsa que al final solo nos cuesta más, y nos perjudica porque nos obliga a insistir en la falsedad. La urgencia de aparentar nos lleva al alarde y este a la persistente necesidad de volver a aparentar.

A veces me pregunto si, en política, esta condición no será un ingrediente principal del llamado "gatopardismo", palabra que se puso de moda en la ciencia política por una frase contenida en una novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, conocida como “El gatopardo” (realmente “El leopardo”), que consiste en hacer creer que se cambia algo para que al final no se cambie nada, en aparentar que se hacen cambios por todas partes con tal de mantener el status quo…

Estas desordenadas reflexiones me hacía el otro día, mientras esperaba la llegada de un familiar frente al arribo nacional del aeropuerto capitalino. Ahí mismo existe, desde su inauguración, un pequeño quiosco donde se expenden bebidas, sándwiches y otras golosinas. Para mi sorpresa, y asombro de cada prospecto de cliente que a sus mostradores se acercaba, los precios de los artículos eran tan abusivos y exagerados que rayaban en el ridículo. Cuando se ha marcado cuatro dólares por una barra de chocolate (tres o cuatro veces su valor) o siete por una botella pequeña de cerveza, uno intuye que no sólo se ha perdido un elemental sentido de la proporción, sino que existen estrategias comerciales que pueden tener efectos contraproducentes.

Hoy que tanto se habla de "hacer juicios de valor" (valorar o analizar las características de un bien o de una determinada situación), o de "poner en valor" (término usado para valorizar o destacar la importancia de una condición o circunstancia específica), se hacen pertinentes estas reflexiones, necesarias para discriminar entre disimulo y substancia, entre realidad y apariencia.

Nota: con título similar he efectuado una breve entrada en marzo de 2012 relacionada con una voz manoseada, una que algún día fue considerada “el otro nombre de la paz”, la palabra revolución.

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