12 julio 2017

Ensayo de la hipocresía

Hay pequeños, inocuos -y quizá ingenuos- episodios infantiles que, casi sin querer, uno los deja acumulados en ese armario de cientos de cajones que constituye la memoria. Y ahí se quedan, aun en el caso de que hagamos un ejercicio de catarsis para hacer el intento de olvidar, imposibilitados como estamos para usar una tecla signada con esa función de "delete" que pueda ser útil artilugio para obliterar para siempre esos recuerdos.

Así viene a mi memoria una pequeña discusión que devino en infantil pendencia. Eran mis tiempos de principios de escuela. Solo recuerdo el infame desenlace; habíamos discutido acremente con el otro contumaz protagonista, cuando de la nada este se infligió a sí mismo una inusitada mordedura en el canto de su mano y culpó de su autoría a su sorprendido y ocasional adversario, quien hoy esta nota escribe... Desde entonces, siempre que escucho el vocablo "hipocresía" o el ofensivo calificativo de "hipócrita" me es ineludible recordar esa inesperada acción, caracterizada por un gesto de tan astuta como inexplicable bellaquería.

No es que términos relativos a hipocresía se hubieran usado en los días de mi infancia con alguna frecuencia; más bien, dada nuestra forma de candidez, creo que se preferían otros que significaban doblez, como fingimiento o simulación, o a lo sumo mojigatería, pero nunca los referidos. Fue un fraile oblato, que fungía como capellán en el colegio en que me eduqué, quien usaba el adjetivo de "hipócrita" en su cotidianas y admonitorias homilías. Supongo que debido a sus referencias evangélicas a los llamados fariseos, esos "sepulcros blanqueados", epítome emblemática del personaje artero y del falso moralista.

A pesar de lo dicho, y ya que estamos en espíritu bíblico, pienso que nada hay en nuestras imperfecciones que no esté impregnado, de alguna manera, con alguna forma de disimulada hipocresía. Todos, de alguna u otra forma, hemos caído alguna vez, con nuestras concupiscencias, en alguna acción que roce en forma tangencial con el cenagoso terreno de la hipocresía. Para ello, y no como un recurso para la excusa, sino para que no miremos "la aguja en el ojo ajeno, sino más bien la viga en el propio", es que existe una sentencia bíblica, aquella de que "quien esté libre de pecado que tire la primera piedra". Todos hemos tropezado alguna vez en ese escalón, con nuestros disimulos, apariencias o mojigatería.

El diccionario define hipocresía como el "fingimiento de cualidades o sentimientos como contrarios a los que verdaderamente se experimentan". En suma, a tener distintas convicciones o sentimientos a los que en la práctica se ostentan. Cuando damos una limosna para crear una impresión, dejamos una propina para no "dar qué pensar", o decimos a otro que no debe hacer lo que nosotros en privado sí solemos hacer, estamos cayendo en esa patria impresentable de la doble moral, la del cinismo y el disimulo: la ramplona hipocresía.

Hay una sabrosa frase en nuestro idioma para castigar la "doble moral", muletilla que utilizan con insistencia justamente quienes más la practican; se trata de la expresión "el burro hablando de orejas", que se refiere a alguien caracterizado por cierto defecto, pero con la insolencia y desfachatez de endilgarlo a otra gente. He notado que no existe en el inglés una traducción literal (no se dice "the donkey talking about ears"); sin embargo, se utiliza en esa lengua una expresión parecida ("the pot calling the kettle black") para insinuar que una sucia cacerola quiere culpar de su lamentable negritud a su espejo: una resplandeciente cafetera.

En estos días, cuando se han evidenciado tantas denuncias de corrupción, cuando se ha hecho imperativo aquello de "hacer pública la vida pública", se ha puesto de moda otra forma peculiar de hipocresía: la del uso taimado del testaferro. Pero ¿quién es más hipócrita, el funcionario que para aparentar integridad ese testaferro utiliza? ¿O lo es el ladino personaje que no teme el escarnio público y decide ofrecerse como máscara con tal de obtener las sobras del banquete que se oferta? Difícil no reflexionar en que el vocablo proviene de una voz que significa "cabeza de fierro" o, lo que es lo mismo, "cara de piedra"...

Octavio Paz recoge en "Posdata", la revisión de "El laberinto de la soledad", una incisiva reflexión de Nietzsche: "El valor del espíritu se mide por su capacidad para soportar la verdad". Disimular nuestra convicción, exagerar nuestros escrúpulos, aparentar sentimientos en el ánimo de lograr ciertos propósitos, solo son formas distintas de hipocresía. "La crítica del otro comienza con la crítica de uno mismo", concluye el escritor mexicano.

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