12 agosto 2017

Volteando una página

Ese día, el 23 de abril de 1979, fue lunes. Había amanecido nublado y aunque solo caía una incipiente garúa, algo de impreciso le daba un carácter ominoso al pesado ambiente. El vuelo del Vickers Viscount, de Quito con destino a Cuenca, parecía dar indicios de que no retrasaría su salida por culpa de la incierta meteorología, pero finalmente postergó media hora el ansiado embarque mientras la oficina de operaciones confirmaba las satisfactorias condiciones de operatividad en el aeropuerto de la capital azuaya.

Puntual o no, nadie imaginaba que el fatídico vuelo ya tenía reservada una cita inexorable con el destino... Una hora luego de su despegue, los centros de control de tránsito aéreo fueron reconociendo lo que parecía ser una trágica realidad: el avión de Saeta con 54 ocupantes parecía haberse esfumado en la ruta: no había aterrizado en Cuenca. Todo parecía indicar que el tetra-reactor inglés se podía haber accidentado. Había desaparecido!

En base a información proporcionada por el piloto de un vuelo de SAN, que había salido de Cuenca a Quito en hora coincidente (indicó que se había cruzado con el vuelo de Saeta sobre la población de Cañar), y una vez que se confirmó que el avión no había aterrizado en otros aeropuertos, ni había reportado ningún contratiempo o desperfecto, la DAC puso en marcha en forma inmediata los protocolos de búsqueda que eran correspondientes. Por lástima, aquella información -la proporcionada por el piloto de SAN- no fue verídica y habría de circunscribir la búsqueda a un área que se relacionó con ese inexistente cruce...

Como pasadas dos semanas, no hubo rastro de la aeronave desaparecida, y puesto que, en la infructuosa búsqueda, otra nave también se había accidentado mientras colaboraba con tan empecinados esfuerzos, las autoridades suspendieron las actividades de sobrevuelo y declararon que el avión se daba por desaparecido.

Cinco años después del incierto episodio, habría de presentarse en la base de Río Amazonas (Pastaza) un nervioso colono para comunicar que mientras abría a machete una trocha en medio de la selva, había dado por casualidad con los escombros de una aeronave que había caído en la ladera de una boscosa montaña. Los restos de los desafortunados ocupantes se hallaban esparcidos en el área circundante. Se evidenciaban dos circunstancias: el avión habría sido encontrado con anterioridad (había huellas de un saqueo previo) y, era palmario que a pesar de la naturaleza del siniestro, habría habido sobrevivientes (hubo restos que se encontraron juntos y bajo un árbol, que sugerían que algunos pasajeros habrían optado por alejarse del avión).

Hay casi 170 millas entre Quito y Cuenca (275 kilómetros). La nave siniestrada fue encontrada unos 20 kilómetros hacia el sur occidente de Shell Mera; esto es, desviada unos 50 kilómetros hacia el oriente de un punto equidistante de la ruta directa entre esas dos ciudades. Las preguntas empezaron a surgir por sí solas: ¿qué hacía el avión en una zona tan alejada de la ruta?, ¿qué es lo que pudo haber ocurrido?

Treinta y ocho años después del triste suceso, y por expreso pedido del nieto de una de las víctimas (y, por coincidencia, hijo, a su vez, de un recordado compañero de colegio), me permito conjeturar lo que pudo haber pasado: por un motivo catastrófico, aunque desconocido (pudo tratarse de acumulación de hielo o contaminación en el sistema de combustible), la aeronave experimentó una múltiple falla en su grupo propulsor (se apagaron algunos, y probablemente todos los motores). La falla produjo una pérdida total en el sistema eléctrico, lo cual ocasionó, a su vez, falla total en las comunicaciones. En medio del pánico y la urgencia por re-encender los motores, los pilotos encontraron condiciones visuales en el paso de Baños (hacia el sur-oriente de Ambato) y procuraron planear el avión hacia la selva para intentar un eventual aterrizaje...

A los confundidos familiares nos tocó vivir días de triste incertidumbre. Jamás pudimos sospechar que mientras buscábamos en los páramos de Cañar, nuestros seres queridos yacían en medio de la selva, esperando un rescate que nunca llegó… Algunos deudos no han logrado todavía voltear la dolorosa página; pero es hora de cicatrizar esa herida, y cerrar un capítulo que nos dejó huérfanos y nos hundió en la zozobra y la aflicción.

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