02 agosto 2017

Los motivos del lobo

Linkedin ha publicado un artículo de Matthew Rosenquist, el 16 de julio pasado, que con el título "Airliners without pilots" ("Aviones de transporte no pilotados") anuncia el proyecto de Boeing de poner a prueba, desde el 2018, una nueva tecnología que prescindiría de la participación de seres humanos en las tareas de pilotaje.

Se trataría de un hito tecnológico que tarde o temprano (realmente más temprano que tarde) se podría cumplir, pues, a fin de cuentas, la automatización ha avanzado tanto que hay una serie de maniobras, antes impensadas, que hoy mismo es preferible (y en algunos casos mandatorio) efectuarlas en la medida de que para su realización no intervenga la relativa y contingente destreza de la participación humana (el control manual por parte del piloto). En efecto, tareas como el aterrizaje con visibilidad “cero”, o el control lateral en caso de falla de motor, se realizan desde hace una generación confiando en la precisión del piloto automático.

Utilizar aviones, esto es grandes aviones de transporte (aparatos con capacidad para movilizar a más de seiscientos pasajeros), sin contar con la presencia de pilotos profesionales, es algo que la ciencia ya está -en la práctica- en condición de poder efectuar. Equivaldría únicamente a ejecutar una misión similar a la que hoy está encomendada a los misiles militares o a los aviones tácticos no tripulados. Pero aquí el meollo del asunto no está en “si se puede”, sino más bien en "si sería totalmente seguro" echar mano de tan novedoso recurso. Pasa entonces a convertirse en un asunto de carácter moral; la pregunta ya no sería "si se puede", sino "si se debe". Y, ante todo, si realmente hace falta correr ese riesgo...

¿Qué llevaría a los grandes fabricantes a "probar" tan insólita como temeraria alternativa? Muy pocas serían las razones que impulsarían (aunque jamás justificarían) el que se pueda prescindir de los aviadores en la cabina de mando. Entre unas pocas se nos ocurren las siguientes: reducir los costos de operación de las aerolíneas; contrarrestar el déficit mundial -cada vez más agudo en la industria- de pilotos comerciales (asunto tan intenso e inesperado que, por sí solo, está debilitando la expansión de la transportación aérea); y, finamente, excluir de las decisiones operacionales la iniciativa y el libre albedrío de los pilotos.

Solo estas pocas razones (consideradas como "los motivos del lobo") suenan de por sí muy beneficiosas (desde luego, para la insaciable cicatería de las empresas) y, sobre todo, como enormemente atractivas, cara a lo que se perfilan como inconvenientes para el desarrollo de la aviación en el futuro. Pero, lamentablemente, a más de no satisfacer la justificación de eliminar de los aviones un método de vigilancia continua (que únicamente puede ofrecer la experiencia, criterio y capacidad de decisión del piloto), lo cual es en sí mismo un insalvable argumento moral, existen preguntas que todavía deben responderse: ¿vale la pena correr ese riesgo?, ¿acaso no habría otras alternativas operacionales? Y, ¿realmente haría falta?

Es indudable que los vertiginosos avances que se van produciendo, día a día, en el campo de la Inteligencia Artificial (IA) desafían los límites, no sólo de la imaginación, sino también de las más optimistas expectativas y posibilidades que se puede esperar de los computadores. Cuando hace treinta años se nos hacía probar, por primera vez, los efectos del avance de la tecnología, se nos advertía que muy pronto los aviones habrían de ser tripulados por un solo piloto... Pero deberá estar acompañado por un perro, se decía. El piloto era necesario para dar de comer al perro; y el perro para asegurarse de que no habría de tocar nada el piloto.

El punto central de la controversia, en todo caso, sigue siendo el de la seguridad aérea. Hasta el momento, todos los avances tecnológicos han hecho más fácil, económico y seguro el transporte aéreo. Pero este avance tiene necesariamente un límite que choca con la iniciativa, buen juicio, intuición, sentido de anticipación y responsabilidad del piloto al mando. Me temo que su presencia, aunque sea como simple monitor, va a seguir siendo no sólo necesaria, sino indispensable. Por ahora los pilotos pueden estar tranquilos, las aerolíneas pueden nomás guardar sus canes en sus perreras. Los pilotos no van a topar nada. Si no hace falta...

Solo pensemos en la posibilidad de un catastrófico accidente. Se me ocurre que esta impensable alternativa haría posible el desarrollo de métodos más fáciles y frecuentes de interferencia ilícita (secuestros o atentados terroristas) ¿Quién va a asumir la responsabilidad? Ahí vendrá
entonces el llanto y crujir de dientes. Y el mundo se preguntará: ¿hacía falta esto, realmente?...

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