08 octubre 2017

No va a pasar "es" nada...

Muchos hablaban de tongo. Lo cierto es que, respecto a la saga del vicepresidente Jorge Glas, mucha gente ha estado persuadida que todo habría de quedar en agua de borrajas; quizá en una sanción inocua e insignificante. Había el convencimiento de que, como dicen en el campo, “lo que va a pasar es nada”…

Las últimas revelaciones efectuadas por el delator de la constructora brasileña Odebrecht nos habían puestos a todos la carne de gallina. No solo que alarmaba saber que muchos miembros de nuestra clase política eran solo rufianes, que habían convertido la gestión pública en un simple medio para dar rienda suelta a sus mezquinos y aberrantes apetitos; lo suyo revelaba además que los vulnerables sistemas de selección y contratación del Estado daban pábulo a todo tipo de acción incorrecta en donde hasta los honestos estaban tentados a pecar (o a quedar de tontos de capirote). Qué repugnante nos ha parecido la administración de los entidades y empresas públicas en manos de quienes "cuidan" de las arcas del Estado...

Resulta tan evidente la manipulación en los procedimientos de contratación por parte de los principales responsables, que la mínima reflexión que se ha hecho mucha gente es la de que si ese testimonio no constituye prueba de culpabilidad, entonces ¿qué más hace falta? En este oscuro y maloliente marco, lo que resulta realmente inaudito es el desvergonzado cinismo de quién habría estado detrás de las subrepticias y clandestinas "negociaciones", quien aparece como quien organizó y administró una red mafiosa destinada a cometer concusión y peculado y que hoy trata de aparecer como víctima, o como el inocente que alega no haber sabido nada.

Y, ahora, para colmo, han asomado los infaltables defensores, quienes arguyen, con solidario desparpajo, que el probable culpable soporta nada menos que "linchamiento mediático"... Pobrecito, de veras que llena de pena! Curioso e irónico, por decir lo menos, que quienes debilitaron el sistema democrático y que, además, se mofaron y trituraron, con linchamiento mediático incluido, nuestro débil régimen de partidos, utilicen ahora la cansina muletilla del supuesto "linchamiento mediático". Nada menos que ellos, precisamente ellos.

Pero, aun así, hay todavía quienes creen que no va a pasar nada, absolutamente nada. La gran corrupción promovida y hoy protegida por el correísmo no fue la enorme, incalculable y obscena cantidad de dinero que malversaron (alrededor de un veinte por ciento del dinero que manejaron para "hacer obras por la Patria"); fue el sistema político-administrativo que con astucia y sutileza fueron poco a poco estructurando. Ellos sabían desde el principio que todas las irregularidades que cometían solo eran posibles en la medida que se auto-protegieran con un sistema político que garantice su impunidad. Y es eso justamente lo que hoy se debe eliminar; para que los pícaros e inmorales no puedan respaldarse en su "espíritu de cuerpo", para ocultar o disculpar sus fechorías, como si esas impúdicas acciones no merecerían castigo ni afectarían al País.

Estos estafadores tienen el discurso aprendido y, como buenos delincuentes que son, se saben la letra colorada. Como utilizan los períodos eleccionarios para solicitar "aportes" para sus campañas políticas, esconden y disimulan sus atracos escalofriantes bajo el pretexto de que lo hacen para fortalecer el presupuesto que hace posible el apuntalamiento de los ideales de su partido. Con ello la peregrina excusa es que cometen estas irregularidades, en último término, para favorecer a los más pobres y garantizar el progreso y desarrollo del sus compatriotas o, como ellos los llaman, de "todos los ecuatorianos y ecuatorianas". Ese es siempre su oscuro, cínico y cansino discurso. ¡Tan magnánimos y magnánimas, los ignorantes e "ignorantas"!

No solo que no hay garantía de que los pedigüeños y pedigüeñas utilicen el dinero de las "donaciones" que solicitan en los fines y propósitos propuestos, sino que esta irregular forma de financiar sus desiguales campañas no se somete a ningún proceso de control y, menos aún, a ninguna forma de comprobación o auditoría. Al final del día, no hay forma de verificar si esas colaboraciones se destinaron a sus propios bolsillos o fueron a las arcas de sus movimientos partidistas. Sin embargo, más grave es la indefensión en que dejan al Estado frente a la lógica vulnerabilidad que someten a los sistemas y procesos de contratación pública, al garantizar posteriores contratos con los "auspiciantes" en condiciones siempre perjudiciales para el País.

Sí, solo es de esperar que no exista un triste epílogo. Que no vaya a pasar "es" nada...

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