01 octubre 2017

Ocaso del titiritero

Imagínese, suponga usted que es un ventrílocuo o, mejor, un titiritero de feria, y que a punto de iniciar su presentación, sabiendo que el que realmente actúa es usted -aunque quien parece que lo hace es completamente otro-, se topa con que el fofo y desarticulado muñeco, aquel a quien se suponía que manejaba, se pone de pronto a actuar en forma autónoma y por su cuenta y, lejos de obedecer a sus órdenes y comandos, toma la iniciativa y empieza a decir y a hacer cosas para las que usted nunca imaginó que aquel muñeco pudiera estar capacitado...

Y eso es lo que precisamente le ha sucedido al ex presidente Correa, quien estuvo persuadido que -parafraseando a Mateo, versículo 18:18- todo lo que se atare aquí en la tierra sería atado allá arriba (en los cielos) y que todo aquello que aquí se desatare sería desatado allá en la tierra de la cerveza y de las "pom frites", la misma tierra donde no es cierto que solo vendan coles de Bruselas, lugar a donde el intemperante personaje se fue a vivir convertido ya de golpe en un empecinado “troll”; oficio u ocupación que ahora ejerce desde un macilento y mal iluminado desván (¿impostura o efectista apariencia?) en la renovada y cosmopolita capital de Bélgica.

Ahí, obligado a agachar la cabeza (dada la inclinación del tumbado del ático y esa escarpada gradiente que suele tener la producida por las ironías de la vida), ha sido cuando él ha caído en cuenta que su supuestamente dócil, sumiso y potencial muñeco ha empezado de improviso a actuar a su antojo y por propia cuenta. Ha sido ahí cuando, de pronto, el titiritero ha perdido su fatuo y adictivo protagonismo; y que su pretendido mamarracho ha cobrado una indócil e inesperada importancia y ha dejado a su sorprendido autor en la súbita imposibilidad de ejercitar su oficio.

Es, en casos como este, cuando advertimos la insaciable angurria que obsesiona y obnubila a algunos personajes, que nos es inevitable recordar uno de los favoritos términos que solíamos escuchar a la abuela. Estoy convencido que ella lo utilizaba aun cuando estuviese anticipada del carácter obsoleto y desusado que la anticuada palabra tenía. Me refiero a la voz "afrentoso" que ella usaba en el sentido de ansioso o desaforado, de aquel quien no es capaz de morigerar su impetuosa gula, o el arrebato incontrolado por dar rienda suelta a su desbocada ansiedad. Fiel a una tradición de valores espartanos que le habían inculcado desde sus tiempos de infancia, ella se había persuadido -desde siempre- que no había nada más vergonzoso y repulsivo que no saber poner bozal al impúdico apetito de la avidez insaciable, "afrentosa" y desmedida.

A las puertas, como estamos, de una probable consulta popular (debo confesar que no tengo muy claro cuál es la diferencia jurídica que existe entre referéndum, consulta y plebiscito), creo que nada reforzaría más la institucionalidad de nuestro país que la decisión de cerrar en forma definitiva toda opción que deje la ventana abierta a la incubación o al desarrollo de un estado de partido único o, en su defecto, a la probabilidad de que crezca ese enemigo de la verdadera democracia que es el infamante caudillismo. La sociedad no puede vivir al socaire del capricho de un grupo excluyente que no ha entendido el sentido y propósito de vivir en un mundo de mutua aceptación y tolerancia. Y menos aún, a expensas del engreimiento de un solo individuo.

En pleno Siglo XXI, resultaría incomprensible, y sería inaceptable, que se refrende una postura que sirva de escabel a la vanidad personal. A fin de cuentas, la ciudadanía ya se pronunció en referencia a esa traviesa (y aviesa) iniciativa, cuando aprobó -a su tiempo- la posibilidad de que los mandatarios pudieran optar por reelegirse "por una sola vez". Pero fue un cuerpo legislativo, sumiso y obsecuente, el que utilizando un proceso ilegítimo -vía enmienda constitucional- dio pasó a su apetito político y a la incontinente veleidad de su díscolo como ensimismado líder.

Queda, por lo mismo, en manos de la ciudadanía, la definitiva decisión de qué clase de Estado es el que quiere tener; si lo que desea es ser parte de una perpetua monarquía o de una verdadera república identificada por su principal característica: la saludable alternancia en el poder.

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