11 octubre 2017

Una carta desprolija

Las opiniones y posturas frente a la culpabilidad o inocencia del encarcelado vicepresidente de la República me recuerdan a esas discusiones respecto a la existencia de Dios, en el sentido de que es imposible demostrarla con pruebas. A pesar de las acusaciones efectuadas, parece que es imposible determinar hasta qué punto el funcionario está realmente involucrado, de ahí sus recurrentes alegatos de que no habiendo pruebas, esa carencia demuestra su inocencia. Pero, al mismo tiempo, son tan contundentes las evidencias en su contra, que resulta imposible que, como él reclama, no haya tenido que ver en nada ni haya tenido conocimiento de todo lo que hasta un muchacho de escuela pudo haberse apercibido qué estaba sucediendo a su rededor.

Pasa, por lo mismo, a convertirse en algo similar a los dogmas religiosos: es un asunto de fe... En lo personal, me inclino a pensar en que ha sido tan alta la cota de corrupción que hubo en el anterior gobierno, que es muy difícil creer que el vicepresidente no hubiese sabido lo que pasaba en las negociaciones gubernamentales y que, por lo mismo, no hubiese estado de algún modo involucrado. En este sentido, me inclino a pensar en por qué debo creer en su pretendida inocencia, si existen tantos testimonios en contrario y si hay tantas -demasiadas- evidencias que hacen sospechar en la escasa integridad de las gestiones efectuadas por él.

Estoy convencido que cuando se habla de integridad, esta existe o no existe. Ella es como el embarazo: hay o no hay. No se puede decir que "más o menos" o que "sólo un poquito nomás".

Como dije antes, se trata de un asunto de fe. Y, por mucho que me esfuerzo, no logro alimentar mi confianza en un sistema de contratación que implementó el anterior gobierno que no se respaldaba en concursos adecuados; que no se basaba en procesos transparentes; que se escudaba en situaciones de aparente emergencia; que nunca era sujeto de una adecuada fiscalización o auditoría ; y que, por paradójica ironía, utilizaba un membrete que despertaba sospecha e insinuaba cierta irregularidad: "giro del negocio" le decían...

Además, algo había en las actuaciones y estilo del vicepresidente que no se caracterizaban precisamente por un respeto a los bienes públicos. En lo personal, fui testigo de cómo se utilizaban los aviones presidenciales para sus desplazamientos y pude intuir que si existía tal abuso y desprecio por los costos operacionales de sus movilizaciones, era difícil que existiese delicadeza a la hora de manejar las decisiones que involucraban los intereses del País. En esto, puedo estar equivocado; pero como expreso, esto se convierte en un asunto de fe.

Sea lo que sea, el segundo mandatario se encuentra encarcelado, y su futuro luce por ahora muy comprometido. Algo de la magnanimidad, nobleza y generosidad que me inculcaron en mi casa, me obliga a observar aquel axioma o sentencia de que "no hay que hacer leña del árbol caído". Y esto lo digo en referencia a mi deseo de comentar la comunicación que ha enviado el atribulado vicepresidente a su tienda política en relación a su deseo de que se lo libere de la disciplina partidista y de su condición de Primer Vicepresidente de su movimiento político. Por ello, quiero abstraerme de comentar el contenido de la carta que ha hecho pública.

A pesar de no ser mi intención analizar el fondo de esa misiva; quisiera comentar algo que de veras me ha sorprendido: su desprolija redacción! Lo que verdaderamente admira y causa vergüenza en ella es su defectuosa o inexistente puntuación. ¡Qué ausencia de comas y sentido del ritmo y de los tiempos! En su nota el vicepresidente escribe como habla, no toma en cuenta que un escrito de esa naturaleza merece otro tipo más cuidadoso de redacción. Nos hace pensar en que, por la misma dignidad que representa, un vicepresidente está obligado a contar con alguien que redacte o, por lo menos, revise las comunicaciones que él envía.

Si tal es la limitación de las reales capacidades del vicepresidente, razón habría tenido para verse obligado a recurrir al Rincón del Vago con objeto de dar forma a la versión final de su tesis de graduación. Una carta como esa, con mayor motivo si llega a hacerse pública, debe caracterizarse por su elegancia, altura de conceptos y pulcra redacción. Estoy persuadido que una nota como aquella, si yo la hubiese escrito en mis tiempos de escuela, hubiese merecido múltiples correcciones. Y, de fijo, mi indignado maestro me hubiera obligado a repetir muchas veces la misma plana hasta enmendar las imperfecciones de tan tortuosa forma de puntuación!

Share/Bookmark

No hay comentarios.:

Publicar un comentario