26 noviembre 2017

Yo, el "circunspecto"...

Me han dicho muchas cosas, me han endilgado múltiples adjetivos, pero nunca -hasta ayer- me habían dicho eso, que doy la impresión de ser un caballero "circunspecto". Yo mismo no sé cuándo fue la primera vez que escuché la altisonante palabreja, pero creo que desde siempre creí que tildar a alguien con ese calificativo, implicaba identificarlo como alguien caracterizado por un porte adusto y severo; o quizá como alguien poseedor de un talante desabrido y serio.

Sí: me han tratado de puntilloso, de prolijo y de quisquilloso. O, de meticuloso (que soy un "idiático" solía decir mi suegra). Y hay quien cree que soy "un poco fulero" o presuntuoso, lo que en tiempos de escuela se reconocía con esa voz que implicaba afectación, la muy ambigua y confusa de "detalloso". Algo de cierto hay en ello, pues debo reconocer que mucho de mis remilgos viene de aquella propensión obsesivo compulsiva que la fortuna quiso que viniera inscrita en mi herencia genética. Nunca me ha importado que me tilden de meticuloso, si por ello se ha de entender lo que equivale a escrupuloso, a quien sabe cuidar el detalle, y no lo que define la última acepción del diccionario, aquella de "temeroso, pusilánime o medroso".

Algo debe de haber en mi manera de hablar y de actuar (y quién sabe si también en mi forma de caminar) que hace que mucha gente crea que soy un tanto pagado de mí mismo. Me lo han dicho en inglés ("conceited"), con una palabra que quiere decir engreído, fatuo o pretencioso, para que ese presumido no suene como un denuesto. Pretencioso es palabra que viene del francés y que calza a quien pretende ser (o aparentar) más de lo que realmente es. Yo añadiría que también viene como anillo al dedo para quienes no aceptan que se les considere en menos de lo que son.

Creo que fue mi profesor de quinto grado de primaria el primer hombre "circunspecto" que conocí. A él debo aquello de haber estimulado en mí la pasión por escribir. Cierto que algo de ello ya llevaba en la sangre, pero fue él, con sus ejercicios de redacción, con su pequeña colección de obras famosas en tamaño diminuto, con sus relatos al final de la tarde acerca de los entretenidos episodios de una supuesta novela que lo habría subyugado (que en realidad no eran otra cosa que relatos acerca de su propia vida), quien supo acicatear en mí, desde muy temprano, ese impulso por querer contar, y me ayudó a desarrollar esa forma de confesión que es la de relatar lo que se vive y se recuerda. La vida misma es ya una forma de escritura…

Una tarde descubrí que había arrendado la habitación que estaba desocupada en la casa de mi abuela. Mis tías, que pronto habrían advertido el carácter algo reservado de aquel callado representante del magisterio, pronto encontraron un remoquete para caracterizar su huraña apostura. No sé porqué, pero lo empezaron a tildar de "Perfecto". Lo que nunca se hubieran imaginado es que él, mi maestro de escuela, se había enamorado en secreto de una de ellas. El suyo, aquel solitario romance que algo tarde yo había descubierto, habría sido un trámite proceloso, uno que estuvo obligado a disimular, y que acentuaba su carácter circunspecto.

Busco en el diccionario aquello de "circunspecto"; y lo que encuentro, de ninguna manera me preocupa o avergüenza, pero me dice de soslayo porqué la gente puede identificarme con ese inusual adjetivo. Siempre es probable que mi tendencia a respetar las normas y ese sentido de cuidado por la etiqueta social, que aprendí de mis padres y abuelos, sea parte de la razón para que la gente me identifique como alguien a quien se juzga como muy formal o circunspecto.

"Que se conduce con circunspección" es cómo define el diccionario a "circunspecto", voz que es explicada como "prudencia ante las circunstancias o para comportarse comedidamente", y también como "seriedad, decoro y gravedad en las acciones y palabras". Sí, eso es lo que era aquel olvidado profesor de mis días de final de infancia, un ser taciturno y grave, un hombre de provincia prudente y comedido, capaz de disfrutar de la soledad o de enamorarse locamente y de esconder su callado secreto. Nunca supe nada más de él, hubiese querido agradecerle por el aporte que supo dar a mi formación. Lo distinguía aquella gravedad que hizo pensar a mis recatadas tías que era un vecino "medio raro", que nunca dejó que lo vieran apresurado; y que, a pesar de su caminar parsimonioso, todavía dejaba la impresión de ser un tipo "casi perfecto".

Share/Bookmark

No hay comentarios.:

Publicar un comentario