01 noviembre 2017

Ausencia de escrúpulos

Al cuestionar el supuesto espíritu apolítico de Jorge Luis Borges, en su artículo de opinión del viernes 27 de octubre (diario El Universo), Fernando Balseca argumenta su postura recordando la participación del argentino en distintas controversias, frente al nazismo, el antisemitismo y el peronismo. Balseca, sin embargo, menciona una referencia que a mi juicio pudiera adolecer de inexactitud. Se refiere a "Historia universal de la infamia", uno de los primeros libros de cuentos del escritor, como si se tratase de "una crítica a la sustancia crapulosa del peronismo"; "teñido -según cita el columnista- por la bajeza moral, la corrupción y la bárbara estupidez".

Efectivamente, no logro encontrar la referencia indicada, la relacionada con aquella "sustancia crapulosa del peronismo" (?)... Y no es que refute la postura borgeana respecto a esa singular forma de populismo, sino que la encuentro -en el mejor de los casos- ajena al contenido de aquel erudito e interesante libro escrito hacia 1935. La "Historia" del escritor ciego consiste más bien en una serie de relatos cuyos protagonistas son personajes insólitos; se trata de historias que dibujan criminales reales. El libro es, como ya lo advierte su prólogo, una suerte de colección de “biografías y anécdotas de diversas realidades culturales y geográficas”.

Pero de crítica a esa variante argentina del populismo latinoamericano, nada. Nadita de nada. Tampoco consigo encontrar la frase subrayada hacia el final de mi primer párrafo, aquella relacionada con el bajo nivel moral, la degradación de la integridad o el auge de la estolidez. Es probable que nada defina mejor a un clima político de corrupción -y que supere incluso a un régimen de indolencia, abuso e impunidad- que el que es creado por la persistencia de una condición donde campean el espíritu díscolo y la arbitrariedad. Allí, el respeto a los valores y a las instituciones no entra en juego; el funcionario importante desborda los diques de la cordura y de la delicadeza con su fatua y arrogante actitud. Nada limita el capricho de su voluntad.

Estas reflexiones coinciden con el recurrente cuestionamiento que se hace la sociedad ecuatoriana con respecto a qué es lo que sucedió con los valores cívicos y morales en el país en los últimos años. Esa forma de indagación interior busca esforzadamente respuestas que ayuden a, por lo menos, entender -si no a descifrar- qué es lo que permitió que llegue a proliferar en nuestro medio tanta corrupción e impunidad. Porque resulta realmente insólito e inaceptable que un reducido grupo de maleantes y vulgares delincuentes (con el prestado membrete de "funcionarios públicos") hayan sido capaces de esquilmar las arcas del estado. En resumen, de apropiarse en forma inmoral, con premeditación y alevosía, del erario de la Nación.

Lo que resulta sorprendente, respecto al porqué de tanta corrupción, es no sólo la excesiva discrecionalidad que en su gestión demostraban los responsables de las más importantes funciones públicas; sino, por sobre todo, aquella inaudita y ya consuetudinaria propensión a ejercer sus funciones en base al desaprensivo abuso y a la nunca sancionada arbitrariedad. En este sentido, esos funcionarios actuaban prevalidos de su poder e influencia, como que no tuvieran que responder de sus actos y decisiones ante nadie; convencidos de que no habrían de enfrentar ningún tipo de auditoría, ninguna forma de fiscalización o de responsabilidad.

Al echar la vista atrás y hacer un balance del régimen precedente, aquel que supo identificarse por una reconocida cuota de autoritarismo y arbitrariedad, es bueno recorrer las últimas líneas del artículo de Fernando Balseca, las mismas que -ahí sí- hacen referencia al pensamiento de Borges respecto al oprobioso influjo que en los pueblos ejercen los gobiernos caracterizados por la impronta del despotismo: “Las dictaduras fomentan la opresión, el servilismo y la crueldad; pero más abominable es el hecho de que además fomentan la idiotez”...

No cabe duda, aquí Borges hunde su fino escalpelo en el purulento caldo de cultivo del abuso de unos pocos: la estupidez de la masa, que es la que permite la corrupción y la arbitrariedad!

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