28 febrero 2018

La tortura de las contraseñas

La tecnología trajo consigo cierta dependencia (¿”cierta”?, se preguntarán ustedes), e introdujo, paralelamente, el riesgo de las intromisiones y violaciones a la privacidad de las personas y a la seguridad de las corporaciones. De golpe aquello tan propio de la milicia y los círculos de poder político, el “santo y seña”, dio paso a un protocolo indispensable para que todo aquello que era utilizado en el internet: las redes sociales y las herramientas tecnológicas, tuviera a su vez su propia manera de verificación, una clave conocida como “password” en inglés y contraseña, o clave de uso; en el español. Una llave para acceder a lo íntimo y personal.

Con el tiempo, estas formas de seguridad se han convertido no solo en reiterativas, sino también en tortuosos procesos de verificación; siguen su propio diseño y requerimiento (a veces nos exigen números y letras, otras un mínimo de signos o mayúsculas, así como también un número específico de caracteres). Además, con frecuencia, y como si quienes monitorean los sistemas de seguridad no estuvieran contentos con ello, se nos exigen continuas modificaciones, como si esto obedeciera a un plan perverso, destinado a confundir a los usuarios o a provocar dudas, hasta en los más cuidadosos. Esto, muchas veces provoca la elaboración de una nueva clave y su correspondiente almacenamiento; aunque obstaculiza una fácil método de memorización.

Y aquí viene justamente el problema: cómo almacenar y memorizar ese sinnúmero de caracteres, que pretenden fungir de secretos, si se convierte casi en imposible el diseñar una sola clave que pudiera ser utilizada para acceder (“accesar” se dice en el intrincado idioma de lo inter-náutico y virtual) a nuestras cuentas de correo o a otras formas de comunicación. A esto se suma que la industria tecnológica de la comunicación ha creado verdaderos emporios, a cuya cabeza se encuentran poderosas empresas, como son Google o Microsoft. ¿Quiere, por ejemplo, cambiar su clave de Hotmail o Skype? Lo más seguro es que le pidan que verifique
primero una nueva clave con Microsoft…

Lo grave de todo esto, y aquí viene el viacrucis, y posiblemente lo espeluznante y a menudo catastrófico, es que nadie nos advierte (¿hay en esto algún intencional propósito?) que otras cuentas, por diseño (default) y en forma automática, habrán también cambiado su clave o contraseña. Así, por ejemplo, si la fórmula es revisada con Microsoft (con quien nunca antes había establecido una relación contractual o de dependencia), lo más seguro es que esa sola inserción modifique en forma subrepticia y furtiva, al disimulo y como que si con esto no sucediera nada, la clave que muy ingenuamente se cree que solo alteraba la forma de acceso a aquella cuenta que no la había relacionado con sus intereses principales.

En efecto, el usuario promedio no puede siquiera sospechar que en medio de este intríngulis de las contraseñas y claves secretas, se alterarán sus verificaciones de acceso para Skype, Outlook o Hotmail con la sola inserción de una inocente nueva clave en esa misma página que se supone que iba a dar solución a uno de sus problemas. Este usuario, en su candidez y confiada inocencia, lejos está de sospechar que al haber refrescado la clave de acceso a su siempre conveniente cuenta de Skype, iba a quedarse en Babia (lugar incógnito e ignoto, pero sumamente visitado, conocido, por otro nombre, como “la patria de los tontos, distraídos y alelados”), casi en el mismo momento que intentaba revisar su correspondencia en uno de sus distribuidores de correo, llámese este Outlook o con el nombre de algún otro gestor…

Lo propio puede ocurrir si tan solo usted intenta hacer una modificación a su vieja contraseña de Google, por ejemplo; y, en este caso, pudiera en forma inadvertida hacer modificaciones irreversibles e imprevistas a sus medios de acceso a otras cuentas relacionadas, como Gmail o Blogspot. Una situación confusa y estresante, digna de hacer perder los nervios al más pintado. Yo la viví en carne propia este último fin de semana y no le deseo  esta confusa incertidumbre ni a mi peor enemigo (es solo un decir). He oído por ahí que lo mejor es tener una sola clave para todo, y cambiar la contraseña de todas esas cuentas a la vez. Y hacerlo con sistema, y repetirlo de tarde en tarde.

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