15 agosto 2020

Hipocresía y cinismo

A veces advierto una utilización inexacta en el uso de palabras que parecen similares, cual si tuvieran un sentido cercano e incluso equivalente: tacaño y avaro, miserable y angurriento, hipócrita y cínico, pudieran ser ejemplos. Tengo, al respecto, un pequeño temor: que exista una excesiva democratización en los protocolos de la Academia, en términos tales que no solo estaría recogiendo el sentido que las palabras tienen, sino también el que han ido adquiriendo con el uso y la costumbre... Me pregunto si eso no influye para que ciertas palabras con idéntica raíz, mantengan en otros idiomas su sentido original, asunto que no suceda en el nuestro.

En cuanto a lo que comento: me he dado cuenta que existen parejas de palabras que se usan indistintamente, como si tuvieran idéntico sentido. Pongo por ejemplo las voces cinismo e hipocresía. Esta última significa: fingimiento de cualidades y sentimientos; acción de ocultar la propia mentira, actuar con disimulo. Cinismo, por otra parte, implica descaro, impudencia, desvergüenza; falta de vergüenza para mentir; descaro obsceno o desfachatez. Como puede verse, lejos de ser conceptos similares o correspondientes, hipocresía y cinismo tienen un significado no solo distinto, sino que en algunos casos pudiese ser inclusive opuesto.

Mientras me entretenía buscando las similitudes y diferencias que existen entre las dos palabras, al tiempo que efectuaba consultas en busca de su real sentido y etimología, encontré un breve artículo de un brillante periodista argentino a quien no había leído por más de veinte años y cuyas reflexiones solían destacarse entre las columnas de opinión de una revista que por un tiempo era infaltable en consultorios y barberías. La publicación se conocía con el sugestivo nombre de VISIÓN y se especializaba justamente en temas latinoamericanos.

Este periodista se caracterizaba por la profundidad de sus agudas y bien estructuradas reflexiones, su pensamiento era claro e inspirador. No había vuelto a saber nada de él. Había algo de incontrastable y de vertical en sus disquisiciones; alguna vez me habían dicho en Buenos Aires que de joven había coqueteado con el sacerdocio; hacía frecuente referencia a historiadores y pensadores que habían sido parte de mis propias lecturas: Arnold Toynbee, Jaques de Maritain, Ortega y Gasset. Jamás hubiera podido olvidar su nombre, pues resultaba mi tocayo. Respondía al nombre de Mariano Grondona. Quiso la casualidad que me encontrara con uno de sus enjundiosos artículos, uno que justamente obedecía al mismo título que he puesto a esta nota. Grondona hacía referencia a la etimología de aquellas palabras:

“La palabra "hipocresía" proviene de las voces griegas hypo, que significa " por debajo" (…), y krinein, que significa "juzgar". El hipócrita "juzga por debajo": en tanto proclama un principio ante los demás, por debajo, en el subterráneo de su conciencia, niega aquello que proclama”. “La palabra "cinismo", si bien está ligada etimológicamente al griego kinos, que significa "perro" (de ahí, "can"), en verdad alude a la escuela filosófica de los cínicos (literalmente, "perrunos"), cuyo más famoso representante fue Diógenes, el primer hippie de la historia. Diógenes vivía deliberadamente "como un perro" en las calles de Atenas durante el siglo IV antes de Cristo, sin casa y sin trabajo, despreciando abiertamente los principios que veneraban sus compatriotas”.

Y ahora, continúo: el Cinismo, así con mayúscula, era una filosofía que se inició en la antigua Grecia. Su fundador fue un filósofo un tanto malhumorado que respondía al nombre de Antístenes (quién no iba a serlo con ese nombre, aunque solo fuese un cínico). Este había sido discípulo de Sócrates y le gustaba reunirse con sus alumnos en un gimnasio conocido como “Cinosarges”, que quiere decir “perro blanco”, de ahí el nombre. Los cínicos vivían con frugalidad y evitaban lo superfluo; les caracterizaba un manto, una alforja y un cayado. Más tarde, Diógenes -el de la famosa linterna, con la que buscaba un hombre honesto- sería su principal exponente.

Al revisar otro brillante artículo de Grondona, me puse a meditar en una reflexión de carácter inédito. Ahí participaba una interesante teoría, decía que así como el estado es consustancial al concepto de espacio -el territorio-, la nación se sustentaba en otro tipo de dimensión: el tiempo. Quise interpretar que así como el estado se relacionaba con la geografía, la nación era una condición que tenía que ver con la Historia. Por ello, la nación nos sublima hacia el sentido de patria, fundamenta nuestro sentido de comunidad y nos convierte en solidarios. Cuando somos nación nos identificamos con el pasado que nos dieron nuestros héroes, el que vivieron nuestros antepasados y abuelos. Y hace que nos proyectemos hacia el futuro, ese futuro que habremos ayudado a forjar nosotros mismos, el que vivirán nuestros hijos y nuestros nietos...

Mientras hojeaba sus escritos, me detuve en otro de sus artículos. Entonces encontré algo inolvidable, algo que me hizo sentir orgulloso de mi linaje y humilde portador de mi trashumante oficio; decía que el hombre era un “homo viator, un peregrino en busca incesante de la verdad, un menesteroso en demanda exigente de respuestas”. La frase me sedujo, pensé que a un aviador le encantaría que le dieran un epitafio parecido...

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