05 agosto 2020

Teoría del espantajo *

* Por Raúl Andrade Moscoso. Tomado de “Claraboya”.
   Escrito el 7 de octubre de 1955.

Movió los brazos, el espantajo, como aspas de mecanismo roto y una bandada de gorriones se dispersó por el aire. El espantajo reía, con su idiota risa de trapo y sus ovillos al carbón, trazados por una mano palurda. El tronco de serrín mostraba sus entrañas húmedas y compactas, por la intemperie y el rocío. A la luz de la luna, parecía un fantasma quieto, aguardando a las doce de la noche, para iniciar sus correrías y desatar el escalofrío. A la malva luz del amanecer, parecía un trasnochador cansado, al que sorprendiera el sueño. A la madura luz del día, el espantajo se mostraba como era, la risa al viento, los brazos desmadejados, el esqueleto de ramas secas al descubierto, las extremidades posteriores vencidas.

Los pájaros atorrantes del contorno, le iban perdiendo el miedo. A medida que avanzaba el día, los pájaros se acercaban a picotear, bajo su sombra fúnebre y medrosa. Cuando el día llegaba a su postrera etapa, a la luz del crepúsculo, se habían apoderado ya del garabato de trapo, hundían sus picos en los ojos y agujereaban su abdomen redondo. Desde las hombreras inclinadas, los gorriones cantaban su victoria y volaban en torno al descomunal sombrero de alas caídas. El espantajo derrotado, se refugiaba en la sombra y comenzaba a recobrar su perfil de fantasma inmóvil. La noche, para él, era un recinto amurallado que lo cubría del burlón irrespeto de los pájaros.

Una garrida moza campesina llegaba, muy temprano, a limpiar las eras, la azada al hombro y la merienda en la alforja. La moza cantaba al compás de la faena, enseñando sus brazos desnudos y sus piernas doradas. Un viento de aprobación estremecía los trigales y el espantajo sonreía, con su labio descolorido, moviendo alegremente sus frágiles miembros de carrizo y agitando sus banderines haraposos. Vivía el espantajo, pelele triste al fin, una secreta vida pasional, aureolada de sueños impracticables. La intemperie y el viento habían curtido su armadura de estopa, el sol recalentaba sus anhelos y la lluvia caía, mansamente, sobre su enternecido corazón.

Soñaba el espantajo, bajo la cavidad lunar, un sueño de espectro heroico que amedrentaba, no solamente a los gorriones irrespetuosos y a los rapaces traviesos, sino, también, a los auténticos fantasmas del contorno. Dueño de la comarca se sentía en la noche, deslizándose por los pasadizos campestres, llegándose a las alcobas de las mozas, encendiendo las luces de las habitaciones. Aspiraba a imponerse por el terror, como compensación a su desamparada existencia de muñeco de trapo y de serrín, blanco de la broma cazurra.

Con la primera luz del alba, llegábase al trigal la campesina. El pelele entreabría los ojos, cerrados aún por el vapor del insomnio y del sueño, mezclados en alucinante mixtura. El espantajo daba los buenos días, moviendo levemente su cuerpo esclavo. Miraba a la moza, con deseo impreciso y embotellado, con pícara sonrisa de galán a caza de intimidades. La moza se despojaba de la pelliza de piel de lobo y desabrochaba el corpiño para adquirir libertad de movimientos. Se encandilaban los ojillos del espantajo, siguiendo su rastro fresco y sus armónicos esguinces.

Un rapaz emboscado disparaba su cerbatana que iba a herir el rostro, curtido y triste, del espantajo. Mártir de trapo, el pelele, se hurtaba a las ofensas, iniciando un bailete trágico, irreparablemente atado al poste del suplicio. Vanas eran las tentativas de hurtarse a los certeros disparos de los rapaces burlones. Estoico y blando, recibía, en pleno torso, las malignas ofensas, esperando a la noche para recobrar su empaque de fantasma y vengarse, en los sueños, de los chicos perversos y de las mozas indiferentes.

Share/Bookmark

No hay comentarios.:

Publicar un comentario