10 abril 2021

Hojas de bitácora

"Nadie en el mundo comprende a un payaso, ni siquiera otro payaso, porque siempre entran en juego la envidia o la rivalidad". Heinrich Böll, "Opiniones de un payaso".

Uno de esos repentinos cruces que se producen hoy en día en los llamados “chats”, me ha hecho recordar a mi viejo colega Elmo Jayawardena, instructor, como yo, de CRM en la Singapore Airlines. Elmo, de raza tamil y nacido en Sri Lanka, fue el inspirador y fundador de una organización benéfica a la que llamó “Asociation to lighten a candle“ (Asociación para encender una vela). Un buen día, Elmo se propuso escribir un libro que relatara experiencias y reflexiones aeronáuticas, acudió entonces a la generosa colaboración de unos pocos amigos y compañeros de aerolínea, con el objeto de publicar el resultado de este esfuerzo colaborativo, para poder así financiar otro de sus humanitarios emprendimientos.

La idea germinal era encargar un breve capítulo a cada uno de quienes accedieron a colaborar con su literario propósito. Me correspondió aportar con un sencillo artículo al que llamé “Flying Time”: ese tiempo que los pilotos anotamos en nuestras bitácoras, ese que registra nuestra actividad y experiencia. Flying Time puede tener en inglés un significado adicional: el tiempo que pasa y se nos escapa, el tiempo que vuela y que se nos va... El nombre que tiene Elmo no existe en nuestro idioma, lo traducen como Telmo, y, por lo que ya he explicado (“De santorales y periplos”, Itinerario Náutico, 2 de junio de 2016), da nombre a uno de los fenómenos meteorológicos más sorprendentes que pueden presenciar marinos y aeronautas. San Telmo es el santo patrón de los aviadores.  

De vuelta a lo que quiero comentar: aquella bitácora personal, aquel libro de vuelo, es una especie de talismán o sortilegio para los aviadores. Estos lo cuidan con un celo rayano en lo religioso; es, a fin de cuentas, el registro que testimonia su tiempo de vuelo, los aviones que han tripulado, refleja sus habilitaciones y experiencia. Los tripulantes lo llenan con ánimo obsesivo, aunque nunca exento de prolijidad. La bitácora es su prueba de vida, su certificado de lo volado, de su experiencia, de las empresas operadas, de sus horas al mando. Su forma lo identifica: es un cuaderno rectangular de carátula dura con una matriz interior cuadriculada.

Ha sido en el chat que comento, que la curiosidad y la vanidad se alinearon el otro día, cual impensada conjunción. Y así, a modo de provocadora socarronería, se me invitó a confesar el total de mis horas de vuelo. Por un momento, preferí no contestar, para no dar pábulo a mi vanidad ni a algún comentario que pudiera estimular una indiscreta reacción. Nunca falta alguien que ve un motivo de competencia o rivalidad en estos menesteres. Así que, como quien nada dice, respondí: “Las horas de vuelo están invariablemente sobre-preciadas o menospreciadas. Hay horas que nos anotamos cuando en realidad dormimos. Quizá las que más me enseñaron fueron las que no volé y que no se suman (las del simulador de vuelo). Las horas son solo un guarismo. Siempre hay alguien con más o menos experiencia que uno; y lo que sigue contando es algo que nunca se registra: nuestra propia curiosidad.”

Bien sé que tal respuesta no satisfizo cierta expectativa; aunque en ella iban implícitos ciertos conceptos que quizá merecen una somera reflexión. Creo, para empezar, que en nuestro oficio no todas las horas tienen la misma importancia, aunque en apariencia valgan lo mismo. No pueden contar lo mismo las horas que se hacen como copiloto de un equipo mediano en el que un piloto aspira a habilitarse como comandante, que las que hace un instructor de escuela de formación, en un vuelo local, “al eco de la estación”. No se puede comparar ni la real responsabilidad que va en ello, ni la consecuente experiencia. Hay horas que nos vemos obligados a registrar, como las que hacemos siendo parte de una tripulación compuesta, solo por pura legalidad...

Si las horas reflejan la experiencia, ¿qué aportarían, a esa experiencia, las horas que ocurren mientras el avión vuela pero nosotros dormitamos en las literas de descanso ("bunk"), o miramos una película en primera clase? Me ha correspondido, asimismo, estar dentro de ese portentoso aparato que es el simulador de vuelo; puedo garantizar que nada enseña más, ni proporciona mejor criterio aeronáutico, que esa “terrenal” experiencia. Nadie sabe cuántos accidentes ha evitado ese artilugio. ¿Acaso no cuentan los motores apagados o los incendios mitigados? ¿Acaso no dejaron una invaluable experiencia todos esos aterrizajes automáticos practicados con “cero visibilidad”?

Mucho valoro las horas que volé como copiloto en el viejo DC-3, y las que volé al mando en el Twin Otter o en la Pilatus Porter; me dieron madurez y habilidad, fueron el sustento para fortalecer mi criterio de vuelo y mi capacidad de decisión. Sin ellas no hubiera llegado tan pronto a comandante de aerolínea. Ellas cimentaron mi confianza; con ellas  construí ese edificio que solo se consigue cuando ya se puede contar con la confianza de los demás.


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