13 abril 2021

Una lectura farragosa

No es una novela extensa. Sí, no es un libro “grande”, al estilo de las interminables novelas rusas. En realidad, no tiene más de trescientas páginas. Traté alguna vez de leerlo (al menos por un par de ocasiones) en mi juventud; pero he caído en cuenta que, por algún reiterado motivo, que hoy comprendo que nada tuvo de “inexplicable”, siempre aborté su lectura; y que, del mismo modo, nunca cumplí con el propósito de intentar leerlo cuando fuera un poco más tarde. Porque no hay nada menos estimulante que leer sin entender; no se diga, si se lee por el disfrute y se cae en cuenta que la dificultad por entender termina produciendo exasperación e indeseada impaciencia.

 

“El ruido y la furia” es, con probabilidad, la novela más aclamada de William Faulkner; pero, al mismo tiempo, es la más difícil de leer y, por lo mismo, su obra menos comprensible. En efecto, la compleja y alambicada estructura con que está hecha la novela, es una provocadora y recurrente invitación para su inminente abandono, aun para los lectores que se han atrevido a seguir en su lectura, incluso ya transcurridas tres de sus cinco partes. Es que “El sonido y la furia” (traducción literal de un verso de Macbeth de Shakespeare) es un texto simplemente impenetrable; pocos podrían llegar hasta el final, si no hubiesen estado advertidos de que hay que armarse de una importante dosis de paciencia y perseverancia para poderlo entender y disfrutar.

 

Aun para el lector perspicaz es importante “entender” la novela; especialmente, si a través de esa comprensión, ha de interpretar las motivaciones que, en su momento, tuvieron los miembros de la Academia sueca respecto a la concesión del Premio Nobel de literatura para el escritor norteamericano. Efectivamente, uno debe estar prevenido y anticipado, debidamente advertido, si quiere intentar la lectura del libro y pretende no caer en el inevitable tedio, y rendirse ante una lectura que exige esfuerzo sin retribución; sin desanimarse. Si hay un disfrute en la literatura es el interés por seguir la trama, e incluso por poder prefigurar el desenlace del guion. Pero, ¿qué sucede si la narración es confusa, o si los episodios son inconexos? No hay destino alterno posible, sino solo la rendición y el abandono.

 

“El ruido y la furia” es sobre todo un intento experimental. Sería imposible entender no solo la novela, sino gran parte de la obra de Faulkner si no se parte de reconocer sus influencias como escritor y la época que le correspondió vivir. Sería difícil entender lo que Faulkner nos cuenta, si no se tiene referencia de lo que es el monólogo interior (la expresión de la conciencia) y si no hemos experimentado previamente todas esas licencias que se dieron en la literatura como consecuencia del desacato de James Joyce al canon ortográfico. Es cuando Joyce prescinde de aquellos signos, que el lector se ve obligado a situar por su cuenta los espacios y extraña aquellos silencios que son parte inextricable de la escritura. Hay un momento, en el desarrollo de la literatura, que es imposible disfrutar de la narrativa, si no entendemos el porqué de las nuevas técnicas que llegaron con Joyce, Proust o Kafka.

 

Dicho lo comentado, y subrayando -otra vez- lo abstruso de la lectura de la novela, no puedo sino tratar de comprender lo farragoso que debió haber sido el trámite de la traducción para quienes, en forma sacrificada o ingenua, decidieron emprender en desafío tan prometeico. Al hacerlo, no puedo sino imaginar lo que sería tratar de enhebrar una versión comprensible. Solo atino a proponer que se proceda del mismo modo que alguien ha sugerido respecto a la lectura de “Rayuela” de Julio Cortázar; esto es, ya sea empezando en cualquier capítulo y siguiendo la consiguiente y natural secuencia, cuál si se tratase de un impenitente carrusel; o, simplemente, tomando cualquiera de esos capítulos e ir leyendo los restantes en forma aleatoria, fortuita y antojadiza.

 

Por lo pronto, ya sé qué sinuoso sendero habré de tomar cuando me proponga su improbable relectura. Si son cinco partes, no dudaría en empezar por la quinta y última, la narrada por el autor en el Apéndice. Continuaría con la cuarta, quizá la mejor escrita y que se centra en la actividad de la sirviente de color; y volvería a cada una de las tres primeras, no sin antes revisar el carácter de cada uno de los narradores, yendo momentáneamente de regreso a su descripción, la que está contenida en el Apéndice final... Esa quizá sea la única forma coherente de leer “El ruido y la furia”, la única y definitiva forma de comprender su trama; y, sobre todo, de apreciar tanto su nada ortodoxa técnica, así como su cautivante temática. Sin duda, un “resignado desasosiego”; algo más práctico, aunque paradojal... 


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