16 julio 2021

Una historia apasionante

No, esta es más bien una historia espeluznante. Es probable que jamás la hubiese tomado en cuenta, si no hubiese sido porque algo de su nombre, del de la víctima, me rememoraba algo, quizá era un nombre que había escuchado en el pasado, quizá durante los últimos años de los noventa, los primeros que yo había vivido en Singapur. Ahí, frente a ese apartotel donde me tocó vivir el primer año, estaba ubicado el condominio donde residía el “Chifosco” con su familia. Él era mexicano pero su apellido era francés. Le habíamos asignado en secreto ese remoquete porque, serio y circunspecto como era, nunca utilizaba el término mexicano por excelencia (ching…) para dar énfasis a sus comentarios y asertos. ¡El muy hijo de la chifosca!

 

Había llegado antes que nosotros a la nueva aerolínea. En realidad, era una especie de decano entre los pilotos latinos; de hecho, era el único que a la sazón volaba ya el B-747. Era uno de esos aviadores estudiosos, totalmente dedicados a su profesión; gozaba de fama de lo que en México llaman ser un “abusado”: ser un tipo listo y perspicaz. Tenía una linda familia; y su esposa, la inolvidable Conchita, era realmente una santa escapada de algún devocionario chilango. En Singapur, donde los autos tienen permiso solo para rodar por diez años, tenía un jurásico Mercedes Benz de los años setenta, al que, asimismo, había apodado de “Hildegarde”.

 

Y fue ese nombre, el que me pareció similar a otro que leí aquella noche; y esa, su sola remembranza, me hizo desviar la atención y pasar a interesarme por aquella otra historia, insólita y fascinante. Se trataba del crimen más sensacional que se había cometido en la España Republicana de la primera mitad del siglo XX: un filicidio perpetrado por una madre desquiciada, dueña de una mente brillante pero torcida, en perjuicio de su propia hija, allá por el año 1933. La víctima, una joven de dieciocho años, que fuera reputaba precozmente como un prodigioso genio, había aprendido a leer a los dos años; dominaba seis idiomas a los ocho; y, a eso de los trece, ya había ingresado a la universidad para estudiar derecho y más tarde filosofía. Su madre la había preparado para que se convirtiera en fiel defensora del feminismo y, quién sabe si también, del socialismo.

 

Obedecía, la chica, al nada prosaico nombre de Hildegart Leocadia Georgina Hermenegilda María del Pilar Rodríguez Carballeira… Era hija natural; y su madre se habría asegurado de que nadie reclamara su paternidad. Alguien ha sugerido que Hildegart significa “campo de sabiduría”; pero sería, más bien, una expresión del antiguo alto alemán que querría decir “la protegida para la batalla”, o “la que viene protegida para la batalla”. Sea lo que fuere, la joven se habría destacado desde muy temprano; y en plena adolescencia ya se le concedía fama internacional. Habría sido asistente de Gregorio Marañón y, a sus años, ya había escrito una serie de libros acerca del feminismo y la sexualidad, asuntos para los que una chica de su edad no está normalmente preparada. Pronto habrían de conocerla con el mote de la “virgen roja”.

 

La madre había nacido en El Ferrol, en la Coruña; se llamaba Aurora Rodríguez Carballeira. Era culta, de familia adinerada y estaba favorecida por una gran inteligencia. Parece que había leído a Nietzsche en su juventud y se había dejado tentar por sus ideas eugenésicas. Por ello, elaboró un plan para encontrar un semental que le diera una hija a la que intentaba criar como a una mujer del futuro. Así, se dejó embarazar por un capellán castrense, al que luego abandonó. Más que una hija, ella daría a luz a un monstruo, un personaje especial a quien daría un formación selectiva para que se convirtiera en una redentora de la mujer, y liderara una verdadera revolución que sacudiera los cimientos paternalistas de una España gazmoña que habría, según ella, convertido a la mujer en mero instrumento de reproducción de la especie.

 

Ya embarazada, Aurora se habría mudado a vivir en Madrid, donde desde temprano hizo todo lo posible por dar una educación esmerada y diferente a quien ella consideraría su “obra especial”. Pero, para sorpresa y despecho de la madre, Hildegart fue madurando como mujer y tratando de ser cada vez más independiente. Eventualmente se habría enamorado y su madre no estaba preparada para aceptar ese cambio inesperado. Una mañana tomó una pistola y descerrajó cuatro balazos contra la chica mientras esta dormía. Motivada Aurora por los delirios de su paranoia y el cambio de la joven, había pasado a convertirse en su asesina.

 

El crimen escandalizó a España. La madre fue condenada a cumplir veintiséis años y ocho meses de reclusión. Más tarde se confirmaría su esquizofrenia paranoide, y sería trasladada al manicomio de Ciempozuelos, al sur de Madrid, donde luego cumpliría la mayor parte de su condena. Aurora Rodríguez habría de morir de cáncer pocos años antes de cumplir con su sentencia. Falleció en un día de Inocentes. Una ironía para alguien así de culpable…


Share/Bookmark

No hay comentarios.:

Publicar un comentario