02 julio 2021

Mírame a los ojos *

        * Escrito con el título “Un viaje en punto muerto”, con mi edición.

·         Por Manuel Jabois, para El País de España.

 

Advertencia: Transcribo este simpático artículo, dedicado a quienes todavía creen que para hacer un brindis “como se debe”, hay que quedarse mirando a los ojos de los demás. Es probable que la explicación aquí ofrecida no sea sino parte de una popular creencia, como también lo es aquello de porqué se hace “chin, chin” o se chocan las copas al brindar. Dícese que en el brindis deben estar involucrados todos los sentidos; así, el tacto toma parte de la sensación al sostener la copa; del mismo modo, participan del disfrute tanto el gusto, el olfato como la visión. Pero el oído no participa; por eso, es importante que se haga sonar el choque de los cristales para que exista, como en el sexo, el goce en plenitud para el disfrute de los cinco sentidos:

 

“Cuando Miguel volvió de Bolonia en 2001, pasó una época diciéndonos a todos, cuando brindábamos, “guarda negli occhi” (mira a los ojos), y obedecíamos y aguantábamos la mirada, unos a otros, hasta acabar el trago. Hace unos días, cenando con Romi y Gabriela, volvió a repetirlo y Romi le preguntó por el origen de la frase, algo que no hice yo en 20 años, porque mi curiosidad es legendaria, propia de un periodista fuera de serie.

 

Miguel nos contó que aquel año en Bolonia le habían explicado que en el medievo italiano, cuando el veneno se guardaba en el anillo y lo habitual era derramarlo en la copa del otro disimuladamente, brindar y beber mirando a los ojos era un gesto de confianza suprema, una señal de la máxima honestidad; también, chocar los vasos con fuerza de tal forma que las gotitas de uno se fueran al otro era un método eficaz para comprobar si alguien había envenenado la copa del otro previamente. Así que volvimos a brindar mirándonos a los ojos, si bien ninguno llevaba un anillo gordo en el dedo; sin la posibilidad de asesinarnos, nuestra amistad no parecía tan fuerte.

 

La mañana siguiente la pasé recogiendo la casa y haciendo algunas cajas con papeles, páginas de periódicos (me encanta adivinar por qué los guardé, es necesario leer la página entera para adivinarlo) y un montón de libros, algunos recién desempaquetados. A veces tengo ganas de cambiarme de casa y lo que hago, en lugar de buscar una nueva, es abandonar mentalmente la vieja, del mismo modo que a veces tengo ganas de irme una semana a Bali y lo que hago es comprar en la tienda de abajo dos bañadores y unas chanclas; satisfecho el primer paso, suele olvidárseme el segundo. Entre varios de esos papeles apareció una foto viejísima, creo que del año 2003; somos Piru, Iván, Paula y yo en unos sanfermines.

 

Para entonces ya brindábamos siempre con el “guarda negli occhi,” a saber pronunciado cómo; desde tiempo atrás se había instalado entre nosotros la seguridad de que uno podía ir al baño sin que un cómplice le hubiese dejado una pistola dentro de la cisterna. No tengo ni idea de cuántas mañanas terminamos en aquella época Piru y Paula en mi casa, ya ni idea de cuántos amigos más vivían prácticamente allí, tampoco ni idea de los karaokes que cerré con Paula, cuando llegábamos arrastrados de risa al portal. Murió en 2017, tenía 38 años. Lo divertida y valiente que era. La chica que mejor se reía del mundo; era impresionante lo bien que se reía Paulona, y lo mucho que hacía reír.

 

Aquel verano después de Pamplona fuimos a Donostia, y de ahí a Galicia. Antes de salir se nos estropeó el embrague del coche, y sólo podíamos cambiar de marcha agachándonos para sacar el pedal con las manos, que se quedaba atascado. Así, se trataba de viajar siempre en la misma marcha, de conducir a una velocidad que valiese para una carretera nacional y una autopista; una velocidad que sirviese para coger las curvas y para no provocar una caravana en las rectas.

 

No funcionó. Lo siguiente fue que los copilotos nos encargásemos de agacharnos para devolver el embrague a su sitio, pero nos mareamos y yo casi vomito en los pedales; al final fue el propio conductor el que, por un momento, desaparecía de la vista de los coches que venían enfrente para desatascar el embrague. Fue un viaje de vuelta de mierda que el tiempo ha convertido en oro, como tantas cosas. Vivir brindando y bebiendo con gente de la que no hace falta apartar la mirada es la única y mejor forma de (disfrutar la) vida”.


Share/Bookmark

No hay comentarios.:

Publicar un comentario