29 octubre 2021

Reajustes y más reajustes

La historia de la humanidad refleja la concepción que el hombre ha tenido de la división del tiempo, las ideas que fueron dando forma y luego fueron perfeccionando lo que hemos dado por llamar calendario (de la palabra latina calendas, que quiere decir primer día del mes). Con Rómulo, el primer rey romano, el calendario era todavía lunar (las lunaciones tienen una duración de veintinueve días y medio, y de ahí habría desarrollado el concepto de lo que conocemos como "mes"), el año constaba de diez meses y de alrededor de 305 días. Sería Numa Pompilio, el segundo rey romano, quien -probablemente en un esfuerzo por adaptarlo al año solar- creó los meses de enero y febrero al final del año, que antes empezaba en marzo.

 

Unos cuatro siglos antes de la Era Cristiana, y quién sabe si por motivos religiosos, se acordó que enero fuera el primer mes del año. Esto se produjo no obstante que el cambio generaba una gran confusión, ya que los meses, en su mayoría, tenían nombres ordinales. Así el quinto mes siguió llamándose quintilis, a pesar de que ya no era el quinto, sino el séptimo, o que septiembre había pasado a ser el noveno. Y por ese orden. Ya con un calendario de doce meses, que empezaba en enero y terminaba en un mes que era el duodécimo pero que no había dejado de llamarse décimo, y con un año que solo tenía 355 días, habría sido Julio César -hacia el año 46 a.C-, con la ayuda del sabio Sosígenes, quien habría emprendido en la tarea de poner “un poco de orden” en el vetusto calendario romano.

 

Sosígenes se habría basado en el calendario egipcio de 365 días, que modificó. Sabedor de que la Tierra daba una vuelta al Sol en 365 días y seis horas, creó el año bisiesto, que tendría un día más y que se aplicaría cada cuatro años. Pero, para poner todo en orden, sugirió añadir entre noviembre y diciembre alrededor de ochenta días. Quiere decir que el año 46 a.C. tuvo realmente 445 días. Sería para el Concilio de Nicea, casi 400 años después, que la Iglesia comenzaría a preocuparse de las fiestas móviles en relación con el calendario tropical. La Pascua, que debía calcularse como el primer domingo luego de la luna llena posterior al equinoccio de primavera, se había empezado a alejar del calendario civil.

 

Respecto a la palabra “bisiesto” y su etimología, me he permitido copiar una muy interesante explicación que trae elcastellano.org:

 

“Desde que Julio César creó el calendario que llamamos juliano, hace más de 2000 años, un año de cada cuatro es bisiesto, es decir, febrero tiene veintinueve días en vez de veintiocho, lo  que ocurre con los años cuyas dos últimas cifras son divisibles por cuatro. Este ajuste se hizo necesario porque la duración del año —una vuelta completa de la Tierra en su órbita— no es de 365 días exactos, sino de 365 días, 5 horas y 56 minutos. El calendario juliano no era, pues, lo suficientemente preciso y en 1582 sufrió algunas modificaciones impuestas por el papa Gregorio XIII mediante la bula Inter Gravíssimas, que dio origen al denominado calendario gregoriano, vigente hasta hoy, en el que también son bisiestos los años terminados en dos ceros, siempre y cuando, además, también sean divisibles por 400, como ocurrió en el año 2000.

 

¿Por qué bisiesto? Veamos: en los tiempos de Julio César, el primer día de cada mes se llamaba calendas; el séptimo, nonas, y el decimoquinto, idus. Los romanos llamaban primus dies ante calendas martii (primer día antes de las calendas de marzo) al 28 de febrero; el 27 de febrero era el secundus dies ante calendas martii (segundo día antes de las calendas de marzo); el 26 de febrero, tertius dies..., y así sucesivamente. Para introducir su novedad —el año bisiesto—, Julio César intercaló un día entre el sexto y el quinto día antes de las calendas, es decir, entre los días que hoy llamamos 23 y 24 de febrero. Este día adicional fue llamado bis sextum dies ante calendas martii, o sea, ‘doble día sexto antes de las calendas de marzo’, y el año que contenía ese día se llamó bissextus”.

 

Existe la creencia de que la palabra cesárea, está relacionada con el emperador Julio César; pues se cree que su nacimiento habría sido el primero que se habría producido con la ayuda de ese procedimiento. Esto no habría sido realmente así, pues ese tipo de alumbramiento –no vaginal– ya era conocido por la humanidad al menos un siglo antes de su nacimiento; se sabe que este nombre, Julio César, ya era tradicional en su gens o familia; de hecho, era el mismo nombre que el de su padre. Habría sido la Iglesia Católica, para evitar que se asocie al procedimiento con un emperador pagano -que incluso se había autoproclamado y convertido en deidad-, quien habría escogido a un mártir, Cesáreo de Terracina, para convertirlo en el santo patrono de las parturientas.

 

Mis padres, que no tuvieron remilgos con respecto a mis nombres, habrían estado a punto de llamarme Cesáreo, todo porque al mártir de Terracina (se pronuncia Terrachina) le habían asignado el primero de noviembre en el santoral católico. Chuta, de la que me salvé…


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