26 abril 2022

Nobleza y generosidad

"El esplendor de una noble cuna no pertenece a un individuo sino a sus antepasados". Ancio Manlio Severino Boecio. La consolación de la filosofía. Libro III.


Desde siempre asocié nobleza con generosidad; no sé si fue por formación o por legado familiar (de niño, siempre conté con la proverbial generosidad de mis tíos maternos); entonces estuve persuadido de que la magnanimidad era un atributo relativo a la nobleza, sabía que no ser generoso -no se diga ser mezquino- era una condición alejada del auténtico abolengo, pues nada identifica tanto al espíritu nobiliario como la prodigalidad espontánea que surge de la propia iniciativa y del deseo de participar y compartir. No puede ser noble el avaricioso, quien piensa que lo que tiene es solo para su disfrute solitario y personal. Ni qué decir de quien lo hace sólo por esnobismo o para alardear de que lo hace. La generosidad debe ser un acto discreto, sin ánimo de ostentación.

 

Hablar de prodigalidad requiere de una aclaración: no es lo mismo nobleza que riqueza; no hace falta ser adinerado u opulento para ser noble o generoso. Cualquier individuo puede ser generoso sin necesidad de ser rico, así como no toda persona pudiente es necesariamente noble o generosa. Ser pródigo es un atributo del hombre noble, sea rico o pobre; y, así como existen nobles que son solo unos avaros o unos “muertos de hambre”, también hay personas pobres que se desviven por compartir lo poco que tienen y lo disfrutan con otros. Imagino que estos son los que el evangelio llama “pobres de espíritu”: quienes no tienen la soberbia de algunos ricos que se creen superiores solo porque gozan de la circunstancia temporal de poseer un poco más.

 

Por ello se me antoja que ser noble es tener una actitud generosa y gentil. Dice la primera acepción del diccionario que noble equivale a preclaro, ilustre y generoso; este concepto es complementado por la segunda acepción que parecería estar escrita en letras de oro: “Dicho de una persona… Que por herencia o por concesión del soberano posee algún título del reino”. Si hablamos de “concesión” se entiende que es una circunstancia que, a su vez y aunque no exista mérito interpuesto, ha estado sujeta a la generosidad del soberano o de su representante. Por lo mismmo, y si ha de actuarse con consecuencia, quien ha recibido esa distinción, en base a la generosidad ajena, está moralmente obligado a actuar con idéntica y consecuente predisposición.

 

Se me ha ocurrido hablar de nobleza mientras me he ido adentrando en la biografía y pensamiento de un filósofo austríaco llamado Karl Popper, quien vivió en el siglo pasado y cuestionó muchas de nuestras ideas y creencias, nuestros nunca disputados prejuicios. Popper había nacido acomodado, era judío por los cuatro costados, y había disfrutado de un raro privilegio: la extraordinaria biblioteca que habían acopiado sus antepasados. Popper fue autodidacta, tanto que a los dieciséis años abandonó la escuela para luego optar por la posibilidad de atender la universidad como oyente. Más tarde, debido a la guerra y a su ascendencia, tuvo que refugiarse en Nueva Zelanda, donde se dedicó a la enseñanza. Terminado el conflicto, regresó a Inglaterra donde habría de ser distinguido con un título de caballero. Pasó a ser conocido como Sir Karl Popper.

 

Esto de ciertos títulos nobiliarios me invita a un par de reflexiones. En efecto, voy cayendo en cuenta que esto que en inglés llaman “knighthood” (posesión de un título de nobleza o de caballero) se ha convertido en una potestad que responde, más que a la discreción, a la indiscreción del soberano. Un título no siempre es concedido por un mérito relacionado con el verdadero conocimiento, es decir con el saber con carácter académico; parecería que ya solo hace falta “saber” cantar bien o “saber” jugar bien al fútbol, muestras hay y en abundancia… Me pregunto si no hay en todo esto una clara distorsión de lo que se entiende por conocimiento, y digo esto pues esa es justamente la base etimológica de la palabra nobleza, que viene de la raíz indoeuropea gno, presente en el griego gnosis, el mismo que quiere decir saber o conocer (de ahí vienen gnóstico, agnóstico y agnosticismo).

 

La otra reflexión a que me llevan estos títulos es su potencial o eventual carácter hereditario. Se entiende que la designación consiste, en algunos casos, en una credencial –con su respectivo diploma o instrumento de respaldo–, la que identifica a quien ha sido distinguido; ello no necesariamente incluye un legado o la concesión de una propiedad, como sería la de cualquier forma de espacio físico (un territorio o un castillo, por ejemplo). Supongo que hay mucho de respeto a la tradición en estos particulares procesos. Pero no me queda claro, sin embargo, si existe un procedimiento establecido para la transferencia de esos títulos: si solo pueden ser heredados por el primogénito o si aquello solo puede suceder en forma subsecuente al deceso del titular correspondiente.


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