29 abril 2022

Esos tigres no tragan trigo

“…tenía frente a mí (y digo frente a mí) la belleza que se puede ver, tocar, oír, oler y gustar con todos los sentidos: ver con las manos, oír con la boca, gustar con los ojos, oler con los poros del cuerpo”. Guillermo Cabrera Infante, Tres tristes tigres.

 

Se llama aliteración. No es más que un ejercicio fonético; consiste en una figura retórica que utiliza palabras con sonidos parecidos. Su propósito no es crear una frase coherente, sino articular una entidad léxica que genere dificultad para quien intenta repetirla. Cómo olvidar los trabalenguas que aprendimos cuando niños: “Pablito clavó un clavito en la calva del calvito”; o “Erre con erre, cigarro; erre con erre carril, rápido corren los carros del ferrocarril”. El escritor cubano Guillermo Cabrera Infante utilizó ese recurso para intitular su más ambiciosa novela, se refería a ella como TTT, o Triple Te, para facilitar a sus lectores la pronunciación de la breve frase.

 

Tres tristes tigres es una cacofonía pero también el nombre que llegó a ser definitivo, aunque terminaría siendo un título intraducible. El primero había sido “Vista del amanecer en el trópico”, con él ganó en 1964 el premio Biblioteca Breve. Desde el principio, Tres tristes tigres tendría problemas con la censura, no solo porque el gobierno castrista la consideró contrarrevolucionaria, sino porque debido a sus relatos eróticos, la criba franquista la habría calificado de "obscena, moralmente objetable y políticamente condenable". El autor entonces optó por recortar los fragmentos censurados y por reescribir la novela completamente; así, de un texto de ciento veinte páginas, el libro llegó a tener más de cuatrocientas. Más tarde, en referencia a su éxito editorial, Cabrera no dudaría en agradecer el pertinaz aporte de aquella censura; a ella habría tenido que atribuirle el resultado. Un repetitivo perífrasis de la novela, Ella cantaba boleros”, fue otro título que también se habíra querido ensayar.

 

El título definitivo resultaría de la contracción de un viejo trabalenguas: “Tres tristes tigres tragan trigo en el trigal”. Si un trabalenguas es una forma –generalmente infantil– de entretenimiento, la obra procura relatar los entretenimientos y las actividades nocturnas que identifican a tres amigos que disfrutan del ambiente tropical y festivo de una ciudad ruidosa y bullente como fue La Habana. Todo sucede en un ambiente de juerga concertada y descuidado derroche. Los amigos no paran de convertir la noche en una cláusula de continua exploración y renovada cacería de mujeres y travesuras; para ellos, solo cuenta aquel disfrute que remite al cabaret, lugar donde el baile no es sino Un hombre y una mujer. Abrazándose apretados. En la oscuridad” (así, con puntos seguidos)...

 

Los personajes parecerían querer convertir sus nombres en epónimo de todo aquello que da plenitud a su desbocada persistencia. Arsenio Cué, es el actor que anhela convertirse en escritor, Eribó es el músico que se expresa con su bongó y, finalmente, Silvestre, es el amante del cine, el mar y la noche. Los acolitan Códac (¿Kódak?) y Bustrófedon (palabra griega que expresa el sentido del vaivén en las tareas del arado). A todos une la amistad y ese compartir de las exacerbadas pasiones que se satisfacen en el ambiente del night-club, con la cómplice protección de la oscuridad. Noche y cabaret se convierten así en preponderantes personajes. No habiendo más preocupación que la celebración y el ambiente de fiesta que irradia aquel lugar, Tres tristes tigres se convierte entonces en relato hedonista, en apología del insustancial disfrute de los sentidos.

 

Hay en Tres tristes tigres, continuos chispazos y referencias a otras obras literarias. Lo suyo conlleva un travieso e ingenioso uso del lenguaje, su tratamiento bien puede catalogarse como un tipo de erotismo adornado por el humor. En el libro no se deja de advertir el influjo de ciertos recursos técnicos que utilizó James Joyce; ahí están los juegos de palabras y la ausencia de adecuada puntuación. Hay capítulos que lucen inconexos, sin cronología ni continuidad; diálogos completos que prescinden del guion, reemplazado por el uso de cursivas. Se repite todo un capítulo con versiones similares pero distintas. No es fácil identificar al relator, es como si los personajes se hubiesen reunido para pasar lista de sus noctámbulas experiencias. Gran parte de la segunda mitad está saturada de un humor extraño, tan profuso que bien pudiera incluirse en la antología del disparate.

 

Encuentro un anti-clímax hacia la mitad del texto, lo crean ciertas referencias relacionadas con León Trotsky y atribuidas al solemne estilo de conocidos escritores. No obstante, la obra recobra pronto su original vivacidad. En alguna parte uno decide seguir el consejo del propio autor: tratar de leer la novela en voz alta y de hacerlo por la noche. Yo añadiría que pudiéramos intentarlo ambientados con un poco de calor, y animados con algo de música caribeña; y, quién sabe, si asistidos por el perdurable goce de un bien preparado y siempre refrescante Daiquiri.


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