03 mayo 2022

Una consolación en la cesantía

"La felicidad no depende las bondades de la fortuna, pues su propia naturaleza es el capricho. Yo, que he sido arrebatado de todas las bendiciones, despojado de todos mis honores, y manchada mi reputación, soy castigado por hacer el bien". Anicio Manlio Severino Boecio. La consolación de la filosofía.

 

Leptis Magna es hoy una ciudad desaparecida. Fundada por los fenicios hace treinta siglos, estuvo ubicada cerca de la actual Trípoli; fue una de las principales ciudades púnicas y una de las más importantes de la provincia romana de África, junto con Alejandría y Cartago. Ahí nació el emperador Septimio Severo en el 146 d.C. Severo parece haber sido un hombre recto e inflexible y un soberano capaz; su nombre quedaría para la posteridad como símbolo del personaje estricto, austero y riguroso; como también del gobernante intransigente, adusto y serio. Enfrentó varias guerras civiles con el propósito de consolidar su poder, recuperó Mesopotamia y defendió el imperio frente a las incursiones de los pueblos bárbaros. Enfrentó traiciones y sediciones; persiguió a los cristianos y a su muerte fue deificado por el senado.

 

Hacia el final de su vida, estuvo en Britania donde reforzó la muralla de Adriano. Con la ayuda de sus hijos, los futuros emperadores Caracalla y Geta, combatió a los caledonios. Murió en Eboracum (la Jórvic de los vikingos, actual York en Inglaterra) en el año 211 d.C. A pesar de su natural intolerancia, debe haber dejado un buen recuerdo entre los romanos. Su nombre se haría muy popular, en especial la variante de Severino que más tarde distinguió incluso a dos santos de la iglesia, uno de ellos un formidable pensador neoplatónico.

 

Doscientos años después de la muerte de Severo, nació en Roma un hombre santo que desde temprano se retiró a la vida ermitaña y ascética. Más tarde, esto es en el tiempo de Atila y los hunos, Severino se dedicó a la evangelización de esos pueblos en una amplia zona ubicada hacia el sur del Danubio y conocida como Noricum (Babiera, Austria, Hungría y Eslovenia). En el día de Epifanía del 482 d.C., Severino reunió a sus seguidores y les anunció su inminente partida; dejaba una estela de santidad, había dedicado su vida a la oración y la penitencia, su empeño fue construir una gran cantidad de abadías y monasterios. Parece que el santo tenía el don de la profecía, se había ganado la veneración de paganos y cristianos.

 

Al mismo tiempo que fallecía el Santo de Nórico, nacía en Roma uno de los más importantes pensadores que cimentaron la filosofía cristiana. Venía de una familia noble que había dado emperadores y papas. Su nombre: Anicio Manlio Torcuato Severino Boecio; era huérfano de padre, y habría de vivir el último cuarto del siglo V y el primero del siguiente. Estadista y poeta, se ganó la confianza del rey ostrogodo Teodorico, fue nombrado Cónsul en el 510 d.C. y ocupó altas magistraturas. Su gloria fue fugaz; cayó en desgracia acusado de traición (Teodorico era arriano). Fue perseguido, torturado y encarcelado en Pavía, donde fue decapitado. Mientras estuvo preso, hacia el final de su vida, escribió su obra más famosa e influyente: La consolación de la filosofía.

 

Boecio fue una de las mentes más brillantes de la Iglesia. Tradujo a Platón y Aristóteles y trató de conciliar las dos escuelas filosóficas. Su lógica representa la expresión intelectual más destacada de la Edad Media. La Consolación es un diálogo, escrito en verso y en prosa, entre este sabio que conoció la gloria y la desgracia y una dama que viste una túnica tejida con sus propias manos: la Filosofía. Expone que la felicidad está en el desdén por las cosas de este mundo y que es vano lamentarse ante la pérdida de los halagos de la fortuna; advierte que la fama tiene escaso valor, comparada con la inmensidad del universo y la infinidad del tiempo; lamenta que los malvados sean premiados y los justos postergados, para confusión y desengaño de los demás mortales. “Existe –dice– un tiempo para sanarse y otro para lamentarse”, o “Si buscas la ayuda de un médico, debes primero enseñarle tu herida”…

 

Una mañana, mientras efectuaba un vuelo entre Manchester y Shanghai, me pidieron efectuar una escala en Milán para embarcar un imprevisto cargamento de automóviles deportivos de alta gama (Ferraris y Lamborghinis). La aproximación a Malpensa es una experiencia profesional de las más interesantes que existen; consiste en un apretado descenso sobre los Alpes suizos que culmina en una llegada escalonada, con continuas restricciones de velocidad y altura, en un espacio reducido y condiciones marginales. Cuando estacionamos, luego del aterrizaje, se nos comunicó que la carga no estaría lista sino hacia el final de la tarde. Mientras esperábamos, la embarcadora nos facilitó transporte para explorar una pequeña ciudad ubicada en la vía que conduce a Génova, ahí almorzamos. Así conocí Pavía, lugar en una de cuyas iglesias está enterrado san Severino Boecio, aquel santo decapitado...


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