06 mayo 2022

Caprichos del calendario

Los sumerios llegaron a Mesopotamia hace 5.000 años; nadie sabe de dónde llegaron, quizá vinieron del norte o, lo que es más probable, del este; no hablaban una lengua semítica y los acadios –que llegaron después– creían que su nombre significaba “pueblo de los cabezas negras”. A los sumerios, debemos la rueda, la escritura y el desarrollo de la astronomía; tenían una extraña fascinación por la prolijidad administrativa y en especial por algo que han heredado nuestros burócratas: la propensión a “rendir cuentas”, quizá a eso se debió su preocupación por las fases de la luna y a los asuntos relacionados con el calendario. Aquello, fue interés también de otros pueblos que se asentaron más tarde en la llamada “Medialuna fértil”, como los asirios y caldeos.

 

Parecería que la preocupación de los sumerios por la astronomía no era un fin en sí mismo, sino más bien un modo de hallar un instrumento para medir el tiempo con un propósito religioso-administrativo (fueron gobernados por sacerdotes). A ellos se debería la invención de un concepto empírico, inexacto y arbitrario: la semana de siete días. Empírico, pues se basaba en la observación aproximada de las fases lunares; inexacto, porque cuatro semanas suman 28 días y una lunación completa sucede cada 29 días y medio; arbitrario, porque no siendo exacto obligaba a continuos y frecuentes reajustes (probaron también con una semana de ocho días, aunque todavía con menos éxito). Al fin, su semana terminó siendo también una cláusula independiente de los ciclos lunares.

 

Esa falta de una relación directa con las fases observables de la luna se reflejó en el modelo adoptado (la semana fue solo una medida para establecer la relación de trabajo); tampoco fue óbice a la hora de aplicar su otra fijación –el sistema sexagesimal- para calcular la duración del año solar: no importó que este solo tuviera 360 días (12 meses de 30 días) y no 365, si podían añadir unos pocos días al final del año, dedicándolos a actividades festivas. Los aztecas llegarían a una solución parecida (18 meses de 20 días), procurando que los cinco días sobrantes pasaran pronto pues eran considerados de malagüero. Asimismo, otras culturas se han conformado con un año de 12 meses lunares que solo contiene 354 días... Porque, total, ¡habría una diferencia de “solo” once días!

 

Ahora bien, si ese número de días que tenía la semana había dejado de ser importante (para el propósito de relacionarlo con las fases de la luna), ¿por qué mantuvieron una semana de 7 días?, ¿por qué 7 y no 5 o 10, por ejemplo? O, de una vez ¿por qué no considerar 10 meses de 6 semanas de 6 días, lo cual hubiese ido mejor con su sistema de base 60? Aquí parece que pudieron haber jugado un papel importante dos aspectos: uno religioso y otro administrativo. El primero tenía que ver con la exaltación del sol, la luna y los cinco planetas conocidos, a quienes dedicaron los días de esa semana de siete días; y, el segundo, que de alguna manera habían llegado a una conclusión, otra vez de carácter administrativo, de que la semana de siete días establecía una relación laboral (días de trabajo por días de descanso –de cinco a dos–) que resultaba un poco más “equilibrada” y práctica.

 

Así y todo, y a pesar del desfase de esta semana administrativa de siete días con el predecible comportamiento selenita, sería el espíritu religioso el que hizo desarrollar una especial veneración por aquel aspecto casi mágico de los cambios de la fase lunar; en especial, por el carácter promisorio de la luna nueva, con su renovada aparición cada cuarto creciente. Incluso hoy, muchas sociedades celebran con entusiasmo la llegada de la luna nueva. Así por ejemplo, y según David Ewing Duncan, autor de Calendar, uno de los libros más fascinantes que he leído, “los esquimales comparten sus frutos de pesca, encienden antorchas e intercambian sus mujeres”; asimismo, los musulmanes esperan con devoción el cuarto creciente para celebrar el Ramadán, mes de ayuno y abstinencia sexual durante el día, aunque de generoso banquete  que es disfrutado durante las noches.

 

Los egipcios caerían en cuenta del engaño inducido por la luna cuando quisieron elaborar un calendario confiable (Hécate, otro nombre que tiene la luna, pudiera estar detrás de la etimología de la palabra “hechicera”). Ellos aplicarían el ciclo de inundaciones del Nilo, sus siembras y cosechas, para establecer un calendario más exacto y coherente. Ya no tuvieron que hacer continuos ajustes para ir con la luna. La semana, una cláusula de tiempo de un cierto número de días, pasaría a tener un carácter más bien referencial, comprendía un cierto número de días de trabajo sumado a un determinado número de días de descanso. Hoy, solo eso es la semana, no hay un contenido astronómico que induzca a relacionar los días transcurridos con las fases de nuestro satélite.

 

Con el tiempo, tal vez se intentarán nuevas opciones en la relación trabajo/descanso. Su éxito dependerá de lo que se proponga, como alguna vez ya lo intentó el calendario republicano francés que trató de aplicar el sistema métrico decimal; su fracaso quizá se debió a que otorgaba un muy precario descanso: un solo día cada diez…


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