24 mayo 2022

Algo del “valor profesional”

Dice mi amigo Javier que no hay que perder el entusiasmo (tiene 81 años, lo cual no es poco), dice también que hay que seguir aprendiendo y, con ese tono delicado que le caracteriza, se anima a darnos un consejo: que sigamos ayudando a quien lo necesite, sin esperar nada a cambio… Él es quizá uno de mis más antiguos amigos y, definitivamente, uno de los más “grandes”; es uno de esos amigos que no se conocen en la escuela ni en el colegio, que asoman de repente en una de las aulas de la “universidad de la vida”, en esos momentos que nos hacen más maduros y mejores tipos. Él vivía entonces la crisis de un prematuro divorcio y tenía a la sazón treinta y tres años; yo tenía veintidós, y había saltado –como en la canción de Manuel Alejandro- “de la niñez a los asuntos...

 

Paso revista a lo que me corresponde y confirmo que no he perdido el entusiasmo, reconozco que doy frecuente atención a la parte final de su consejo (estoy disponible y procuro ayudar a quien lo necesite) y advierto también que mi innata curiosidad me lleva, en forma perenne y cotidiana, a seguir aprendiendo… Pero noto también que hay algo que ya no “aprendo”, o que hay algo en mí que “se resiste a aprender” (siempre se resistió); y es algo que creo que nunca “aprendí a tolerar”, me refiero a aquella ausencia de un adecuado reconocimiento pecuniario a la capacidad profesional, al desdén por un justo reconocimiento patronal a las habilidades y conocimientos de profesionales que trabajan para quienes no saben justipreciar su real aporte. En esas situaciones, no soy de los que transigen, y simplemente no lo tolero. Sorry, querido amigo, pero ya me es muy tarde para “aprender”.

 

Habría de ser otro querido amigo y colega, quien, debido a sus experiencias gremiales, un buen día empezó a repetir un cansino mantra, aquel de nuestro exiguo reconocimiento profesional. Muchos empresarios rácanos y miserables quizá habría conocido mi amigo, muchos “muertos de hambre” dueños de empresa, gente que, con uno u otro pretexto, metían mano en bolsillo ajeno para dizque “cuidar la estabilidad de sus empleados”, cuidando solo “la salud financiera” de sus empresas. Lo que hacían en realidad era justificar tan mezquinos recortes, en perjuicio del apropiado reconocimiento de sus servidores, sin discriminar cuan eficientes pudieran ser o cuan bien remunerados pudieran estar. Con ello, no solo desconocían a sus buenos trabajadores, sino que estimulaban su descontento y prematura ausencia. Así, los mejores emigraban y los otros seguían mal pagados y descontentos.

 

Dice un conocido dicho en inglés: “Pay peanuts and you’ll get monkeys” (Pague con maníes y conseguirá monos). Si se limita el reconocimiento profesional y solo se ofrecen sueldos de infamia, no solo que se desestimulará la eficiencia laboral, sino que los mejores se irán en busca de mejores ingresos y de más atractivas condiciones de trabajo. Esa ha sido por lástima la situación de muchos pilotos y miembros de la aviación nacional; asunto que no solo ha producido un masivo éxodo de buenos profesionales, sino que ha dejado atrás a gente menos capacitada o, por lo menos, a una plantilla de profesionales poseedores de más exigua experiencia que no ha estado todavía calificada para cumplir con los requisitos de contratación de las aerolíneas internacionales, siempre en detrimento del adecuado nivel de pro-eficiencia que persiguen nuestras propias operaciones nacionales.

 

Hoy mismo, y sacando provecho del excedente temporal de pilotos que va dejando la pandemia, existen contrataciones que, poniendo como pretexto el inicio de operaciones o la escasa utilización que todavía afecta a los operadores, no satisfacen ni siquiera el mínimo reconocimiento económico que deben merecer esos profesionales. En su ceguera, empresarios y directivos, no caen en cuenta que solo van a asegurar contrataciones temporales pues tan pronto como los más capacitados logren ser nuevamente convocados desde el exterior, su ausencia va pronto a dejar nuevos vacíos con el costo correspondiente de entrenamiento del nuevo personal.

 

No deja de ser curioso, mientras algunas aerolíneas nacionales pudieran estar mejorando las condiciones que representan sus respectivas ofertas de trabajo, lo que están haciendo es justamente lo contrario: están mezquinando un adecuado reconocimiento salarial para los aviadores mejor capacitados y con mayor experiencia. Esta no es la mejor manera de “hacer aviación” en nuestro país. Esa actitud estrábica y cicatera solo consigue debilitar el progreso de la aeronáutica nacional; por lo menos de aquella que queremos ver, una vez que se supere la crisis: una aviación mejor estructurada y segura, que cumpla con los más altos estándares técnicos y profesionales, con el personal más idóneo, experimentado y competente. Es exactamente como ir a un hospital, donde uno espera que le atiendan los profesionales que estén mejor preparados.


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