26 junio 2022

Bullas, asonadas y otros ruidos

En días pasados preguntaba qué mismo quieren los dirigentes de la CONAIE, Confederación de Nacionalidades Indígenas (está claro que si los que son dirigentes no lo saben, tampoco llama la atención que los que no lo son reclamen y protesten sin saber por qué). Lo importante sería saber no por qué protestan, sino por qué utilizan ese tono. ¿Por qué el encono, la violencia, la amenaza, el secuestro y la agresión para expresar su desacuerdo? Ojo: no es que subestime la razón de su protesta o inconformismo, siempre pensé que algo de noble y digno existe en la rebeldía, no es algo que pueda menospreciar y, menos, irrespetar.

 

Cuando era “guambra” (muchacho en quichua) se pusieron de moda las movilizaciones políticas (nunca supe por qué solo sucedían después de las cinco de la tarde); la gente las llamaba “bullas”; siempre me pareció un modo inofensivo para llamar a esos embriones de asonada, a esos disturbios que muchas veces no pasaban del desafío y la amenaza, y quedaban solamente en eso: en puro ruido, un ruido poco sonoro, inconsistente y vacío…

 

Pero ya no son eso las movilizaciones en estos días. Ya no son solo ruido, ni siquiera “mucho ruido” como en la canción de Sabina. Hoy vislumbran un intento malévolo y perverso por lastimar, por hacer daño. Ya se sabe: es la metodología de la ofensiva insensatez, con sus atentados a la propiedad ajena, sus torpes “travesuras” y sus lamentables decesos. Su impronta parece también invariable, con su negativa radical a aceptar el diálogo, no se diga la búsqueda del justo medio, la civilizada transacción. “O me das lo que pido, o te sigo atacando y destruyendo”: el sumun de la destrucción y la nueva política… Además, “me das lo que te pido, pero no te ofrezco nada a cambio”: no tengo obligaciones, ¡solo tengo derechos!

 

Y, claro… esta irracional actitud nadie comprende; la gente observa los daños, ve el efecto que los desmanes tienen en la propiedad y la seguridad de sus vidas, y reacciona. Esto produce un daño automático y colateral: es la sensación en quienes no los entienden, o que entendiéndolos no están de acuerdo, que ellos son violentos por no otro motivo que porque son indígenas. Y creo que esto es precisamente lo más perjudicial y más triste, no solo porque les hace daño a ellos mismos, sino porque esto destruye todo esfuerzo previo que se pudo haber implementado para cimentar un sentido de nacionalidad. Sí porque la nacionalidad no es una entelequia romántica es algo necesario para crecer como nación, y que es indispensable para identificarnos y buscar juntos lo que llamamos porvenir.

 

Han pasado quince días de disturbios y no se tiene claro qué nos depararán los venideros. Es probable que a inicios de semana me hubiese dejado llevar por el optimismo, pero no contaba con que probablemente el líder de los insurrectos también estaba supeditado a hallar el respectivo consenso entre sus adeptos. En este punto, he manifestado mi aspiración por que cualquier resolución que se tome, no solucione solo parcialmente el problema, pues ya es hora que enfrentemos el tema como colectividad y busquemos una iniciativa que sea valedera para un período importante de tiempo. He hablado incluso de la eventual creación de una entidad gubernamental, preferentemente un ministerio, con autonomía, fondos y recursos propios, con la participación de las comunidades y sin injerencia política.

 

Unos pocos me han expresado su desacuerdo, pues se preguntan por qué se privilegiaría la situación del indígena sobre la del montubio, el negro u otros campesinos. Hubo incluso quien no estuvo de acuerdo con el uso del apelativo “indígena” por considerarlo peyorativo. Se me recomendó utilizar el término inexacto de campesino. Creo, en cuanto a esto, que existe una distorsión: indígena no es un apelativo asignado al miembro de un grupo racial o social; etimológicamente solo significa nativo u originario del país, solo significa nacido en el lugar. Idéntica observación pudiera efectuarse a palabras sustitutivas como aborigen o autóctono, que, más o menos, quieren decir “que ha nacido y además vive en el lugar”. El tema creo que es culpa de Colón que creyó que había llegado a las Indias y llamó a sus aborígenes indios. Pero no los estamos llamando indios, que quizá podría ser peyorativo, sino indígenas. Además, no somos nosotros, ellos mismos se llaman así: eso mismo es la CONAIE.

 

El punto importante es que debemos fortalecer nuestro sentido de nacionalidad; y, para ello, y para resolver el problema de la vivienda y el bienestar, de la salud y educación de nuestros “campesinos”, debemos buscar, ante todo, una solución integral, definitiva y permanente.



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