07 junio 2022

Una forma distinta de orgullo

Uno de mis queridos colegas y amigos me ha enviado (¿por qué decimos “me ha hecho llegar?) una interesante reseña de los planes de producción, el diseño, los problemas de desarrollo, los vuelos de prueba y la construcción del avión más emblemático de la aviación comercial moderna, uno que él y yo tuvimos el privilegio de volar y comandar, el majestuoso y siempre confiable Boeing 747-400, –el 744, como lo llamábamos en el Asia–, mejor conocido como Jumbo, uno de los aviones más formidables y sencillos de pilotear que se hayan construido.

 

Se me hace necesario comentar que no volé muchos tipos distintos de avión durante mi carrera aeronáutica, esto quizá se deba a que pude disponer de compromisos de trabajo estables y a las condiciones que se dieron en el desarrollo de la aviación mientras ejercí tan especial oficio. Si hago una sumaría auditoría, debo mencionar a los principales: Douglas DC-3, De Havilland DHC-6 (Twin Otter), Boeing 707, Airbus A-310 (y A300-600), Airbus 340-300 y Boeing 747-400. Asimismo, tuve la suerte de operar aeronaves sumamente versátiles y fáciles como el Twin Otter y el A-310 pero, sin dudar un instante, mencionaría como más fácil entre todos al Boeing 744, el avión más amigable que jamás haya volado en mi vida.

 

No comento la simpleza del Jumbo como un impulso de alarde o para respaldar el criterio de los que lo han volado, sino porque creo que esa virtud que se ha reconocido a la “reina de los cielos” se debe a dos factores principales: el formidable desarrollo tecnológico que alcanzó la aviación y que estuvo al servicio de todo su proceso de producción; y, el haber puesto en un solo aparato (realmente un enorme edificio que estaba en capacidad de volar) toda la potencia y versatilidad operativa que estuvieron disponibles; haciéndonos sentir, a quienes lo volamos, la engañosa impresión de que lo que estábamos manejando era en realidad un aparato mucho más pequeño y maniobrable. No una gigante aeronave capaz de levantar más de 400 toneladas de peso: algo inimaginable y realmente difícil de comprender.

 

El 747 habría de cambiar el concepto de la aviación y por siempre será considerado el hito que más influyó en el desarrollo de la industria aeronáutica. No pude volar los primeros modelos; sin embargo, el 747 que comandé –y disfruté– había recibido ya todos los artilugios y más avanzadas mejoras que se habían inventado. El Jumbo vino a establecer un nuevo modelo o paradigma, se convirtió en el arquetipo del avión cómodo y seguro (sobre todo lo último). De pronto, todas las aerolíneas querían tenerlo como símbolo de su flota, todos los pilotos soñábamos con “ponerle la mano” y, lo que más cuenta, todos los pasajeros estaban ansiosos de poder volar en él. Todos podían sentirse en el 747 no como simples viajeros sino como exclusivos clientes atendidos con todo servicio imaginable, como si estuvieran en su propia casa.

 

Si de algo le doy gracias a la vida es que tuve la rara fortuna de que las circunstancias de la aviación y mi vida se hubieran alineado; unos pocos años antes o unos pocos después, y nunca se me hubiera dado ese privilegio, y uso la palabra privilegio con intención, con el mismo sentido que la define el diccionario, como una “ventaja exclusiva o especial que goza alguien por concesión o por determinada circunstancia”. Visto a través de ese prisma, no solo fue un privilegio, fue un don o regalo gratuito que me hará sentir por siempre como un aviador favorecido y aventajado. Otra cosa es sentarse en la cabina de mando en tierra y, al mirar hacia abajo, sentirse como si se estuviera en un tercer piso… y dueño del mundo. Tuve oportunidad de operar una versión que parecía una sala de cine volante pues contaba con su máxima capacidad: 660 asientos.

 

Más sorprendente aún es cruzar a 40.000 pies de altitud, volando a .87 (punto 87) de Mach, casi la velocidad del sonido. Ahí, encaramado sobre las nubes, a la hora del crepúsculo y en aire tranquilo, uno se siente favorecido de un inexpresable atalaya, realmente como príncipe del universo; y no es para menos: razón tiene un agradecido aviador para sentirse tan orgulloso… Volé por doce años el 747-400, registré en él algo más de 7.000 horas de vuelo; fue inevitable poder percibir esa extraña sensación que nos hace sentir aquel oscuro frenesí que a veces siente el aviador y que es tan inexplicable. Hablo de orgullo simple y puro, orgullo verdadero, nada insustancial y baladí como sentirse banalmente importante. Nada de vanidad y menos de fatuidad. Temprano la profesión nos enseña dos cosas: a no ser necios y a nunca pecar de presuntuosos.


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