17 junio 2022

Otra media vuelta de tuerca…

Algo hay de obsesivo en la obra del escritor uruguayo Juan Carlos Onetti (1909-1994), Premio Cervantes 1980. Y aunque no digo fúnebre, sí lo encuentro algo luctuoso y patético. Bastaría con revisar algunos de los títulos de sus obras: La vida breve, Los adioses, Para una tumba sin nombre, La muerte y la niña, Juntacadáveres o –su testamento literario y probable nota de despedida– Cuando ya no importe, para respaldar mi convencimiento. Esto parece develar su permanente inquietud, convertida en recurrente obsesión, frente a las intrincadas intermitencias con que nos suele angustiar nuestra humana fragilidad cuando nos abocamos a la inusitada idea de la muerte. Se sabe que no era amigo de solemnidades y de tomarse a sí mismo en serio; y aunque dicen que no era un hombre triste, se cuenta que Onetti era un tipo tímido, melancólico y hasta ermitaño.

 

Gracias a la sugerencia de un querido amigo he vuelto a leer a Juan Carlos Onetti. “He vuelto al sur”, como en la canción de Astor Piazzolla. La nota cordial que he recibido ausculta mis opiniones frente a la nouvelle (novela corta) de título sugestivo Los adioses (que no había leído). En el mensaje, me pide analizarla y comentarle mis impresiones. Al revisar la solicitud, intuyo la razón del requerimiento; adivino que mi amigo “ha mordido el anzuelo”, que ha sido influenciado por uno de los recursos que suele tener el escritor y que ha caído en una de esas “trampas” que Onetti suele utilizar para involucrar a sus lectores en la solución de sus acertijos, o para anticipar la posible intención de sus subyacentes secretos. Decido entonces asumir el desafío y me doy a la tarea de buscar la obra en las librerías, sin éxito; esto me obliga  a acudir a la asistencia de una refundida “librería de viejo”…

 

La lectura resulta breve; la historia transcurre en una aldea cercana a la sierra donde un antiguo jugador de básquet, enfermo, y probablemente desahuciado, recibe un tratamiento paliativo. La obra está escrita sin mencionar el nombre de algunos de sus escasos personajes, a excepción del médico, la mucama y el ayudante de un almacén de ultramarinos. El dueño de la tienda es quien hace de narrador y quien va contando sus impresiones acerca de la estadía del individuo, quien recibe la visita ocasional de su aparente esposa (ella se aloja en el hotel del pueblo con el hombre) y de una chica bastante más joven que la narración sugiere que pudiera tratarse de la amante del individuo. Cuando la chica llega al pueblo, el hombre la aloja en un sitio distinto: una recoleta cabaña distante del hotel. El guion es simple pero se hace confuso ante la indefinición de la relación de las mujeres.

 

El autor jamás deja en claro el parentezco de estos personajes femeninos con el enfermo. Hábilmente oculta la realidad de su circunstancia –ese es su señuelo–; deja que sea la conjetura del lector la que determine la condición de las mujeres. Ellas han venido manteniendo con el paciente una relación epistolar y lo visitan en forma esporádica. Así, la suspicacia de quienes hacen de observadores (la mucama, el enfermero y el dueño del almacén) se convierte en indispensable respaldo que oscurece o aclara el parentesco y que difumina la trama. Con ello, la estrategia del escritor surte efecto y el lector se obliga a deducir la relación, sobre la base de suponer la incierta condición de las mujeres. Al final, igual a lo que ocurre en la vida y a pesar de las apariencias, lo que tiene que pasar sucede. Sin embargo, la naturaleza de tales relaciones tampoco altera el imprevisto desenlace.

 

El juego de Onetti es un desafío a nuestros prejuicios; hace meditar en las posibilidades de distorsión de la realidad a que puede conducir un eventual enigma. La edición en mi poder ha facilitado la tarea; su versión incluye una nota preliminar preparada por un amigo personal de Onetti. Este es un aporte valioso, aunque se convierte en inesperado “spoiler”, uno de esos nunca solicitados anticipos que arruinan la sorpresa… Este sugiere que la chica es hija del enfermo, lo que explica el desencuentro cuando ambas mujeres coinciden en una visita simultánea. Este aporte para explicar el parentezco constituye lo que el presentador llama su “media vuelta de tuerca”.

 

Yo me permito conjeturar algo distinto, ello me impulsa a aportar con otro pequeño ajuste de tuerca: la joven es efectivamente la hija, y la mujer que visita al enfermo en el hotel es en realidad la amante; ello obliga al paciente a alojar a su hija en un lugar distinto. La amante (a quien acompaña un chico que bien puede ser hijo del enfermo), decide –luego de la entrevista– dejar de visitar al paciente e interrumpe el envío de esas cartas que, desde el principio del relato, ella enviaba a la tienda y se entregaban con la complicidad del propietario. Esa sería la única interpretación posible. No anticipo el desenlace para no estropear el propósito de quien intente desenredar la trama. Aquí, el lector se convierte en protagonista y deberá encontrar las respuestas por propia cuenta.


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