31 enero 2023

Yo también vi jugar a Pelé

Desde que volvimos a clase después de aquel receso navideño, todos hablaban en la escuela de que ese domingo de mediados de enero se presentaría en Quito el Santos de Pelé. Días antes al partido, que se jugaría en día 13, supimos que no sería tan de mal agüero: se confirmó que los menores de doce años no tendríamos que pagar boleto y se nos concedió en casa el permiso respectivo. Tomamos, la mañana del encuentro, el bus en la calle Vargas (San Diego – Batán) y nos dirigimos con mi hermano Luis Eduardo al estadio; hacia el final del recorrido, pasada La Pradera, el camino era lastrado. Sería la primera vez que vería a Liga con un uniforme diferente: esta vez vestiría de azul.

 

Conozco Santos, el puerto de São Paulo; he estado en esa enorme urbe que es São Paulo; he aterrizado en sus tres principales aeropuertos (Campinas o Viracopos, Guarulhos y Congonhas); he visto jugar a los principales equipos del Estado (el mismo Santos, Corintians, Palmeiras y São Paulo); y he visto personalmente jugar a Edson Arantes do Nascimento, el singular Pelé, para mi gusto el más sensacional jugador de fútbol de todos los tiempos. Reviso las crónicas deportivas y los recortes de prensa y deduzco que esto ocurrió en enero de 1962, en el estadio olímpico de El Batán, hoy Atahualpa, cuando el Santos se enfrentó a Liga Deportiva Universitaria; yo tenía, a la sazón, 10 años. Pelé era mayor a mí con once, por lo que calculo, asimismo, que él solo tenía 21 años de edad.

 

Santos, al igual que otros equipos del sur del continente (Botafogo, Flamengo, Boca Juniors, Peñarol) hacían giras de demostración en esos días; fueron partidos amistosos con los principales equipos locales. No era raro tampoco, y menos desacostumbrado, que cuando esos conjuntos se presentaban en Quito, lo hacían enfrentando a un equipo integrado ad-hoc, como “Selección de Pichincha”. El Santos se habría enfrentado en esa década hasta con cuatro equipos ecuatorianos: primero con Emelec en el Capwell, luego con Barcelona en el Modelo de Guayaquil; y, en otras fechas, con Aucas y Liga en Quito. Fue en este último partido que vi a Pelé realizar una jugada que contribuyó al sexto gol del Santos y séptimo del encuentro: recibió un pase lateral, amagó con que iba a patear la pelota en pleno recorrido, y la dejó pasar por entre sus piernas para que, una vez engañada la defensa, convirtiera Pepé.

 

Con un estadio repleto, Santos pronto se puso en ventaja, ya ganaba 2–0 a los 21 minutos con goles de Pelé y Pepé (hijo de inmigrantes españoles). A los 31 descontó Gilberto, luego de un tiro libre de Gem Rivadeneira; Santos replicó cuatro minutos más tarde con un tiro libre de Pelé quien, poco antes de ir al descanso, escapó de la marcación de Eduardo Zambrano para decretar el 4–1 parcial. Iniciado el segundo tiempo, Stacey cometió un penal que, cobrado por Pepé, puso las cosas 5–1, cuatro minutos antes de que él mismo convirtiera otro gol (6–1). Luego vendría una incipiente reacción alba: un penal ejecutado por Garzón a los 16 minutos; y a los 37, tras una hermosa jugada culminada por G. Rivadeneira, otro gol para vencer a Gilmar. Terminado el partido y mientras salíamos del estadio, escuchábamos a los más fanáticos hinchas merengues decir que al menos habían empatado el segundo tiempo

 

El “rey Pelé” se ha despedido de nosotros hacia fines del año pasado; lo ha hecho en forma discreta, como discreta –a pesar de su extraordinaria fama– siempre fue su vida. Pelé fue el paradigma del jugador hábil, potente y serio; del futbolista íntegro, respetuoso de sus rivales; un ser humano caballeroso y cabal. En las reseñas deportivas, si no estaba acariciando el balón (nunca mejor dicho) lo hacía vistiendo traje y corbata, departiendo con otros destacados futbolistas (Cruyff, Beckenbauer, Di Stéfano) como si fuera lo que en la práctica realmente fue: un embajador del deporte en todos los lugares a los que era invitado; bien podía tratarse de un gobernante africano. Había en él no solo una inconfundible elegancia; su apostura exudaba un sentido de confianza y, ante todo, de noble dignidad.

 

En estos días se ha intentado una inútil controversia acerca de quién fue mejor: él o algún otro jugador argentino. Todos ellos fueron jugadores muy hábiles y tuvieron humildes orígenes; pero Pelé se distinguió por la forma cómo supo asumir la fama y por la manera de aceptar su responsabilidad como paradigma del atleta excepcional. No solo han de contar sus logros deportivos (mejor futbolista mundial; mejor deportista del siglo XX; único futbolista en lograr tres campeonatos mundiales), sino su valor como persona y su calidad humana. Había nacido en Tres Corazones, un pueblito de Minas Gerais, un 23 de octubre de 1940. Dicen que el apodo le habría venido por un problema de dicción, la forma como pronunciaba el apodo de “Bilé”, el arquero del Vasco de São Lourenço, un modesto equipo de Minas Gerais, en el que también militaba su padre, João Ramos do Nascimento, conocido como “Dondinho”.


Share/Bookmark

No hay comentarios.:

Publicar un comentario