17 octubre 2023

Casualmente, Quiroga

Jamás lo había leído, pero ese día cayeron en mis manos un par de diminutos libritos de Horacio Quiroga, y por pura casualidad. Estuve en la peluquería y mientras empezaban a atenderme me preguntaron si me gustaría hojear una revista. Pasados unos minutos, volvió la chica para consultarme si la prefería en inglés o español; al declarar mi nula preferencia, otra vez la muchacha se tomó otros cinco minutos antes de volver y comentarme que todas ya habían sido tomadas… Fue cuando me ofreció como alternativa aquellos libritos de Quiroga.

Puede haber sido gracias a Borges o a alguno de los principales escritores argentinos del pasado siglo que tuve mis primeras referencias de tan prodigioso cuentista. Ellos no cesan de expresar su admiración por Domingo Faustino Sarmiento (autor de Facundo –o de Civilización o barbarie– y de Recuerdos de provincia); por José Hernández (autor de Martín Fierro); o por Leopoldo Lugones. No dejan tampoco de mencionar a Quiroga como lo que es: un destacado referente de las letras del sur del continente. Sucede, sin embargo, que aunque Quiroga vivió gran parte de su vida en Argentina –y particularmente en la provincia de Misiones– no nació en Argentina, ni en la ribera del río de la Plata, sino en Salto, en el noroccidente del Uruguay.

 

Resulta curioso pero, en la práctica, toda la frontera occidental del Uruguay está constituida por el río del mismo nombre. Es más, su vecindad por ese lado es exclusivamente con una sola provincia argentina: Entre Ríos (llamada así porque está limitada por los ríos Paraná y Uruguay; y pudiera decirse que su extensión territorial es, a duras penas, ligeramente algo más del doble de la provincia mencionada. Pero aquí viene lo más interesante: entre Concordia (que está frente a Salto, por el lado Argentino) y Gualeguaychú (algo más al sur) existe una ciudad argentina que se hace llamar Concepción del Uruguay. Más exactamente: “Villa de Nuestra Señora Virgen María de la Inmaculada Concepción del Uruguay”.

 

Cuando reviso las biografías de algunos de los escritores anteriores, caigo en cuenta de ciertos datos interesantes: Lugones había sido contemporáneo de Quiroga (era cuatro años mayor); se habrían conocido porque este lo acompañó en un viaje a Misiones, esa provincia que parece un apéndice, o un cachito, en el nororiente de la Argentina y se  introduce en territorio brasileño (lugar al que regresaría con frecuencia el escritor uruguayo). Lugones expresa algo presuntuoso, pero interesante: “a Sarmiento y Hernández debemos la formación de nuestro espíritu nacional; Facundo y Recuerdos de provincia son nuestra Ilíada y nuestra Odisea. Martín Fierro es nuestro Romancero”. De ellos, Sarmiento (cuyo verdadero apellido era también Quiroga) fue un destacado escritor, militar y político, su gran interés fue la definición y estructuración jurídica de su país; llegó a ser su presidente.

 

De vuelta a los cuentos mencionados: logré fugazmente tomarlos prestados. Uno llevaba por título Los desterrados; era una colección de siete cuentos seleccionados por el propio autor. En ellos puede advertirse el dominio del relato que distingue a Quiroga, su capacidad descriptiva es sorprendente; no en vano es considerado, por muchos, una especie del Edgar Allan Poe en español. El otro, era una selección aleatoria, una edición auspiciada por una institución pública. Me temo que los cuentos de Quiroga, todos, están editados en idéntica forma: pequeñas colecciones de cuentos integrados en exiguos formatos. Quizá el más conocido sea Cuentos de Amor, de Locura y de Muerte. Es evidente que la muerte es una constante en el escritor uruguayo.

 

Hay algo de trágico en la cláusula vital de Horacio Quiroga. Nacido en 1878, perdió muy temprano a su padre que accidentalmente se disparó con una escopeta frente a su familia. Su padrastro sufrió también un derrame cuando Horacio tenía 18 años, quedando sin habla y parapléjico; más tarde se suicidó con una escopeta mientras Horacio lo visitaba. Poco después, y mientras un amigo se preparaba para enfrentarse en duelo, se le escapó un tiro cuando limpiaba el arma que aquél iba a utilizar; el escritor no fue acusado, pero dadas las implicaciones se vio obligado a cruzar el río de la Plata y a radicarse en Argentina. Su primera esposa, Ana María Cires, también se suicidó. Hacia el final de su vida, Quiroga enfrentó una dolorosa prostatitis; el cáncer se fue probando intolerable. Asistido por un compañero de hospital, terminó suicidándose con cianuro. No había cumplido aún sesenta años… 


Un año más tarde, Lugones –su amigo y colega– también optó por el mismo remedio mientras atravesaba una depresión afectiva. Usó idéntico procedimiento y también el mismo medio: ingestión del mortífero cianuro de potasio.


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