13 octubre 2023

Historia de una obra monumental

“Érase una vez un rey que hizo la promesa de construir un convento. Érase una vez la gente que lo construyó. Érase una vez un soldado manco y una mujer que tenía poderes. Érase una vez la historia de un amor sin palabras de amor. Érase una vez un cura que quería volar y murió loco…”. Estracto de la contratapa de ‘Memorial del Convento’, de José Saramago.

Quizá sea una de las historias más bonitas y mejor contadas que se hayan escrito. Es, al menos, una de las más seductoras y admirables que jamás haya leído en mi vida. Es más, creo que, si alguna vez me preguntaran ¿cuál es la novela que te hubiera gustado haber escrito?, quizá no dudaría en responder que ‘Memorial del Convento’, la obra de José Saramago. La novela está ambientada en el primer tercio del siglo XVIII y relata la construcción del Convento y Palacio de Mafra, ubicado al norte de Lisboa. Pero, ante todo, ese entretenido Memorial, es una historia de amor y de ternura…

 

Saramago cuenta algo que sucedió hace ya trescientos años, pero su novela parece escrita en esa misma época. Como es su costumbre, prescinde de algunos signos ortográficos (el guion, los dos puntos, el punto y coma); lo hace para crear la impresión de que el suyo es un escrito barroco. El convento se construyó en un inicio para cumplir una promesa: era el compromiso del rey Juan V si su mujer le procuraba descendencia. El plan, que fuera concebido para albergar a treinta frailes, fue luego rediseñado para convertirse en palacio; terminaría alojando a más de trescientos franciscanos.

 

Memorial del Convento está escrita con un ritmo fascinante, Saramago consigue una obra seductora. Es tan delicado su humor que resulta en una historia ahíta de ironía. La novela revela también otro de esos románticos esfuerzos que se dieron en los inicios de la aviación; es la historia de un jesuita soñador que estuvo convencido de que “aquello de volar” sí era posible y que inventó una especie de carruaje volador que lo construyó con materiales ligeros. Estaba persuadido de que para ello debía utilizar éter como combustible; un material que intuía proporcionaban las almas de los muertos (y quizá ‘las voluntades’ de los vivos).

 

Es también la historia de la construcción de aquella muy poco aerodinámica ‘passarola’ y la de su autor, un jesuita idealista y visionario, Bartolomé Lorenzo de Guzmán (1685-1724), tempranero precursor de la aviación, 150 años antes de que Clement Aider inventara la palabra avión (acrónimo para ‘appareil volante imitant l’oiseau naturel’) con la que designó un artilugio volador que tenía apariencia de murciélago, y mucho, mucho antes, de que Santos–Dumont y los hermanos Wright hicieran posible los nuevos avances que impulsaron el ya imparable desarrollo que tendría la aeronáutica moderna.

 

Bartolomeu Lourenço de Gusmão había nacido en Santos, cuando Brasil era todavía una colonia portuguesa; habría cursado el seminario en Belem para luego viajar a Portugal con el objeto de culminar sus estudios sacerdotales en Coimbra. Desde chico había mostrado una memoria portentosa, así como admirables habilidades para la física y las matemáticas. En 1709 procuraría permiso real para construir un artilugio destinado a “andar por el aire como se lo hace en tierra y en los mares”. Luego de impresionar a la corte con un aparato rudimentario, sería conocido como “el padre volador”; él fue el verdadero precursor del globo aerostático. Por desgracia, aquellos eran tiempos de la Inquisición y del Santo Oficio. Gusmão huiría a España, advertido de un inminente proceso inquisitorial: la idea de un aparato que desafiara la gravedad solo podía ser obra del mismísimo demonio.

 

Memorial del Convento es también una historia de amor: la de dos humildes y cercanos amigos de aquel cura inventor; ambos habían intuido que la mayor sabiduría estriba en contentarse con lo que ya se tiene… Los dos son los celosos guardianes de aquel artefacto secreto: él es manco y ex soldado, lo llaman Baltasar, Baltasar Sietesoles, él se enamora de una mujer de ‘ojos excesivos’ y nombre ‘nada cristiano’; ella es Bilmunda, tiene un extraño don: sabe ‘mirar la gente por dentro’ cuando todavía está en ayunas…

 

En cuanto al convento: se convirtió en uno de los más suntuosos palacios de Europa. No siempre fue utilizado en forma permanente; cumpliría funciones de centro de caza para uso de la nobleza. Hacia 1834, con la disolución de las órdenes religiosas, Mafra dejaría de ser utilizado como seminario y convento. A principios del siglo XX fue declarado de utilidad pública y más tarde convertido en museo. En 2019 sería reconocido como Patrimonio cultural de la humanidad. El monumento se habría tratado de inspirar en la basílica de San Pedro, pero su promotor intuiría que, para ello, quizá haría falta todo un cuarto de siglo… ‘Demasiado tiempo’ pensaría el soberano. No querría privarse él mismo de la satisfacción de ver concluido su ambicioso proyecto…


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