31 octubre 2023

La izquierda y sus axiomas

Hace algo más de una año, revisábamos un interesante postulado de Isaiah Berlin (ver: “Objetivos irreconciliables”, Itinerario Náutico, julio de 2022), aquél que propone que los ideales de la Revolución Francesa –Libertad, Igualdad y Fraternidad– serían no solo contradictorios sino también irreconciliables. De un breve vistazo a esos ideales, podremos confirmar que si bien están relacionados, no son –no podrían ser– valores absolutos: la igualdad completa es imposible, sería una utopía irrealizable, si no una quimera. Además, habremos de coincidir en que si llegaría a existir una total uniformidad, el mundo sería tedioso e imposible. Tan pesado y soporífero sería que ya no habría necesidad de los otros dos objetivos... solo podríamos ver ese ideal igualitario como una sana aspiración: la de que todos consigamos al bienestar.

Insisto: debemos reconocer esos valores como elementos que se complementan, como una tendencia, mas nunca como un objetivo final. Jamás sería posible una total igualdad, ella nos llevaría a la uniformidad y el automatismo; si existiera total igualdad perderíamos la libertad pues habríamos dejado de tener la opción de escoger y ser libres; tampoco tendría sentido la fraternidad, porque entre otras cosas buscaríamos fórmulas para ser distintos y así podernos diferenciar. Esto es lo que justamente Berlín llamó las “verdades contradictorias”. Por ello, el proyecto que predica la izquierda pudiera ser bueno mientras no se fije la igualdad como incuestionable objetivo, mientras tenga claro que la igualdad no es el propósito, sino tan solo una tendencia.

 

Lo malo es que cuando la izquierda acapara el poder, opta por el fanatismo y predica una fórmula irrealizable traducida en utopía. Entonces sus acólitos desestiman la libertad, surge el sectarismo y la intolerancia; y quienes los dirigen terminan encarnando otra forma del mismo autoritarismo que combatieron al principio. De ahí a la creación de una nueva élite –una que esta vez reniega de la igualdad– hay solo un pequeño paso. Lo siguiente es que seducida la élite con las mieles del poder, lo aprovecha, resucita el abuso anterior y reinstaura la corrupción.

 

Es bueno leer él Génesis de vez en cuando. Una de sus lecciones es la referente a la utopía de la igualdad. Ahí se cuentan las historias de Caín y Abel o la de esos hermanos mellizos, Jacob y Esaú, los hijos de Isaac y Rebeca. Ellas nos enseñan los mismos ejemplos: que es imposible conseguir la igualdad absoluta porque, por un lado, ser distintos es intrínseco a la condición humana y, por otro, que ante aquello –eso de ser diferentes– solo existe un camino: aceptar aquellas circunstancias o buscar una nueva manera solidaria de conseguir el bienestar, sin permitir que el odio, la envidia o el egoísmo nos lleven a la discrepancia, al litigio y la confrontación. Caín mata a Abel porque la ofrenda que entrega su hermano goza de la preferencia del Señor. Jacob trampea a Esaú porque ostenta la primogenitura; además, Esaú es el preferido de Isaac, tiene vello y rizos colorados. Jacob es mientras tanto el consentido de Rebeca.

 

Hace pocos días hablábamos de los cuadrados latinos o mágicos, su práctica nos enseña que no hay mejor y más eficiente estrategia que la de seguir un cierto orden (esa es justamente la principal característica que tienen los guarismos); es preciso no adivinar y ser ordenados. Esa es la mejor –sino la única– manera de resolver el acertijo (advertiremos que mientras más tarde optemos por utilizar una estrategia con orden, y juguemos en forma ordenada, más nos tardaremos en resolverlo).

 

Algo de aquello aprendí en mi propia profesión. No me había hecho piloto por vocación sino por una circunstancia fortuita, pero pronto aprendí que mi oficio tenía algo de lúdico, advertí que era también como un curioso acertijo: no se trataba de ver quién era el que más rápido reaccionaba o lo hacía, sino de descubrir la mejor manera para efectuar las cosas (de aprender cómo había que hacerlas), procurando siempre parecer sereno, responsable y ordenado. Para eso se inventaron las listas de chequeo, las secuencias, los flujos, los procedimientos… Ser minucioso hacía innecesario tener una tercera mano, permitía ganar tiempo y sentir que ello hacía más fácil nuestro oficio y permitía ejecutarlo con eficiencia, eficacia y efectividad…

 

Una sociedad no puede ser mejor de la noche a la mañana, debe seguir un ordenado proceso (sumar empeños, aplicar una adecuada estructuración, implementar políticas efectivas); de otro modo, los cambios serán frágiles, ineficientes y nunca duraderos. En el fugaz empeño por satisfacer a todos sacrificaremos el pretendido bienestar colectivo. Vista así, la buena política consistirá en saber prefigurar un anhelado destino, pero entender que todo esfuerzo no es una finalidad en sí mismo, sino solo un elemento convertido en un adecuado –y factible– “camino para andar”.


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