27 octubre 2023

Lo portugués en el recuerdo

Era octubre del 1969. El primer jueves de ese mes tomé un bus de la Greyhound y salí desde Miami para Vero Beach. Ya era media tarde cuando me recibieron en mi nueva escuela. Luego de recibir las instrucciones iniciales, registrar mi alojamiento y coordinar mi primer vuelo de evaluación con el jefe de entrenamiento (un tal I.T. Narigan), me dirigí al pabellón de la residencia estudiantil para refrescarme y poner en orden lo que traía en mi sucinto equipaje. El lugar no estaba mal, no había comedor pero el lugar disponía de una agradable piscina, me habían dado una habitación propia y quienes administraban las facilidades del lugar hacían una pareja cordial y muy amigable. El “dorm” estaba a un par de cuadras de la escuela.

Entonces solo se llamaba Flight Safety Inc. Esa abreviación (Inc.) quiere decir “incorporated” –lo supe tan pronto como tuve que llenar por teléfono mis planes de vuelo– y equivale a lo que llamamos S.A. o Sociedad Anónima para distinguir esas corporaciones en español. No pasaron muchos días hasta que pude efectuar mi primer vuelo autónomo (también se dice “solo” en inglés). Asimismo, un par de semanas después de ese acontecimiento (nunca mejor dicho), regresaba una mañana de uno de mis vuelos, cuando pude observar que un grupo de muchachos europeos, unos doce tal vez, hacía un tour de reconocimiento en el hangar y demás instalaciones de lo que hasta esos días todavía llamábamos escuela. Más tarde, no sé si por razones comerciales o el cumplimiento de algún requisito, la escuela pasó a llamarse “academia”.

 

Hoy Flight Safety –o FlightSafety– ya no existe, ni como Inc. ni como Academy (por lo menos en ese mismo lugar). Esas premisas –supongo que todas– han sido asumidas por los nuevos patronos: una entidad llamada Skyborne Airline Academy, que es la que ahora funciona en ese mismo sitio. Y fue, en ese mismo espacio, aquél donde ese grupo de estudiantes reconocía las mismas facilidades que después habrían de usar (todavía yo no lo sabía), que habrían de compartir conmigo los mismos aviones, aulas y dormitorios. Ellos eran portugueses, habían ganado sus respectivos concursos para trabajar y volar como pilotos en la TAP, la línea aérea de Portugal, y habían llegado a Vero Beach para realizar su entrenamiento inicial (“ab initio” ).

 

Todos eran muy jóvenes, alrededor de 22 o 23 años, con un par de excepciones. Dada la cercanía de nuestras edades, los intereses mutuos y la similitud de nuestras lenguas, pasaron a ser “mis nuevos amigos”; dicho en mejor forma, pasé a ser otro más de aquellos bisoños aprendices de aviador que conformaba el contingente luso. Un par de ellos eran tan fluentes en castellano que parecían españoles. Aún recuerdo unos pocos de sus nombres y/o apellidos: Luis Estrada, João Lontrão, Ramalho, Lima Bastos… Descubrí que el portugués que hablaban era más áspero y menos musical que el hablado en Brasil, decían “fodas pa” (un expletivo) al final de cada expresión, pero eran sobremanera amigables. Las “eses” que pronunciaban eran más ásperas, similares a nuestra “sh”, incluso las que formaban el plural o el final de las palabras.

 

Pero, terminé mi adiestramiento, volví al Ecuador y los perdí completamente de vista… Pasado el tiempo, siete u ocho años más tarde, cuando pasé a volar en Ecuatoriana, me encontré en forma fugaz con un par de ellos en Nueva York; sucedió en una tienda llamada Sorrens, una especie de comisariato donde comprábamos todos los tripulantes extranjeros (uno de esos sitios “donde el que no cae, resbala”). Pero ya eran otros tiempos, cada cual tenía sus “errands” o tareas que cumplir. Fueron encontronazos alegres y joviales, aunque siempre breves y como al apuro.

 

Hacia principios de los ochenta asistí al congreso de la OIP (Organización Iberoamericana de Pilotos) realizado en Lisboa; mi estadía en la capital lusitana fue breve y muy congestionada, para colmo el hotel donde nos reuníamos y alojábamos no estaba cerca de la ciudad. Me encontré casualmente con el más alto de ellos, Lima ‘Bashtosh’, y mantuvimos un interesante coloquio respecto a los “whereabouts” de mis antiguos compañeros. Por él supe que Lontrão había fallecido en 1977; era el comandante del B-727 que se accidentó una triste mañana en el aeropuerto de Madeira en Funchal (Vuelo 425). Fallecieron 131 de sus 164 ocupantes…

 

Son gratos los recuerdos que guardo de mis compañeros portugueses. Como yo había llegado antes, era inevitable que me hicieran consultas y pidieran mis apreciaciones respecto a lo que ellos aún no habían cubierto. Todavía recuerdo sus coloquios y reuniones. Fueron los esforzados embajadores de la patria de Camõens, Eça de Queirós, Pessoa y Saramago.


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