10 octubre 2023

La saga del señor Rubiales

Gran alboroto, así como enorme e innecesaria controversia ha suscitado en las últimas semanas el desaprensivo comportamiento de un señor Rubiales que, según entiendo, fungía de presidente de la Federación Española de Futbol. Al principio no le puse atención al asunto, hasta que de pronto tomó visos de cursi telenovela, lo que los peninsulares llaman con el sustantivo de “culebrón”. Todo se inició luego de la conquista –por parte de España– del campeonato mundial femenino de futbol, disputado en Australia, cuando, en plena ceremonia de premiación y en muestra de evidente incontinencia, el dirigente deportivo tomó la cabeza de una de las más importantes jugadoras españolas y le propinó un beso en la boca.

Hasta ahí, y si yo hubiese sido un simple espectador en la celebración del mencionado acto, me hubiese parecido que el dirigente de marras y la generosamente tatuada jugadora hacían ya una pareja, o habían, por lo menos, coincidido previamente en sus mutuos atractivos. Lo que vi, y luego se repitió en los videos, fue que a la fémina el “impromtu” de Rubiales no pareció disgustarle, sino que tal vez le produjo una relativa sorpresa. Es más, otros videos, que fueran grabados más tarde en los camerinos, claramente mostraban que el resto de jugadoras coronadas tomaban el ósculo como una preferencia de “el jefe” hacia una de sus jugadoras y empezaron a incordiar a la recipiente con el indulgente estribillo de “que se casen, que se casen”…

 

Hasta ahí, repito, me habría parecido que se trataba de un asunto consensuado; en apariencia los actores o mantenían ya una relación afectiva o se habían “soltado los perros”. Hasta ese instante, desconocía si ambos estaban solteros o si mantenían independientemente relaciones de otro carácter, si estaban o no casados. Sucede que poco más tarde no tardaron en hacerse virales otras muestras de comportamiento que proyectaban a Rubiales como un impresentable. En las tomas se veía al directivo, exaltado por la consecución del campeonato, agarrarse los testículos y saludar desde el palco con el entrenador del equipo, en evidente gesto de satisfacción porque las jugadoras habrían tenido los redaños (léase los huevos) para conquistar el campeonato. No solo eso, el tipo se permitía poner la mano sobre el hombro nada menos que de la reina consorte del mismísimo Rey de España, don Felipe VII.

 

Gestos y actitudes como las anteriores me parecen suficientes, si no para descalificarlo, por lo menos para coincidir con que el dirigente en cuestión no parecía preparado para representar con dignidad a una importante institución deportiva; sus acciones eran las de un zafio, las de un gañán que no había entendido la dignidad y responsabilidad de su puesto.

 

Mas, sucede que lo que tenía que pasar pasó (realmente todo ocurrió de manera estúpida). Lejos de que Rubiales se disculpara y reconociese que se había solemnemente equivocado, este trató de justificar sus groseras indiscreciones y argumentó que el beso había sido aprobado y consensuado. A la par, y quién sabe si simultáneamente, los grupos feministas empezaron a presionar a la jugadora para que presente una querella “por acoso sexual” en contra de Rubiales, toda vez que en España rige una ley que establece que las intenciones no cuentan y que si no existe acuerdo previo en positivo (“solo decir sí es sí”) la traviesa iniciativa es considerada de oficio como contravención o delito. A partir de entonces todo se fue saliendo de madre. No me cabe duda, todo mismo, y desde el principio, fue sucediendo de una manera estúpida.

 

Al final, han sido otras instituciones y autoridades oficiales las que, aunque tardíamente, han terminado dando su rezagado punto de vista a efecto de provocar la dimisión del dirigente. A mi parecer el tema fue manejado políticamente para fortalecer no la defensa eventual de la jugadora, sino para aupar las posturas radicales que muchas veces postula el mal llamado feminismo. Coincido con que este es un asunto de respeto a unos derechos y a unos valores, pero muchos hemos quedado con el mal sabor en la boca de que la jugadora fue presionada y utilizada para que declarara en contra del dirigente.

 

Mientras tanto, Rubiales ha pagado sus estúpidas indiscreciones no solo con su importante y bien remunerado cargo, se ha expuesto a las burlas, a las críticas y al escarnio público; no se le ha dado oportunidad para defenderse debidamente (la única que tuvo la desperdició en forma arrogante). Ha sido objeto del más contumaz linchamiento mediático; y ha dado margen para una caza de brujas digna de la más implacable inquisición en pleno medioevo.


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