08 diciembre 2023

Un galeno llamado Galeno

Existe una distorsión geográfica en nuestros conocimientos históricos; se trata realmente de una falsa concepción relacionada con la Grecia Clásica, el mundo helénico de la antigüedad. El punto es que se tiende a pensar que cuando se habla de Grecia, nos referimos al mismo espacio o territorio que ocupa ese país en la actualidad; pero esta Grecia, es decir lo que hoy incluye el Ática, el Peloponeso, Tesalia, las islas del mar Egeo, una parte del lado occidental de la Península Balcánica, no constituye –por lo menos desde el punto de vista cultural– todo lo que debe considerarse como la Grecia antigua. Ahí deberían incluirse la Magna Grecia (pequeñas colonias ubicadas al sur de la bota itálica) y Jonia, el lado occidental de la actual Turquía.

Fue justamente en estas dos regiones y, sobre todo, en una variedad de pequeñas islas ubicadas hacia el poniente de la actual costa turca, donde surgieron varias importantes manifestaciones de las ciencias y la filosofía. Ahí, desde el Helesponto (el Ponto Helénico) al norte, y a través de toda la costa occidental de la Península de Anatolia, hasta el punto más meridional de esa misma franja, sin desconocer islas importantes como Samos, Quíos, Rodas y Cos, es donde nacieron o se asentaron, sabios y hombres destacados de la antigüedad a quienes  hoy debemos el sorprendente e inusitado desarrollo cultural de esa etapa de la humanidad.

 

Esto ocurrió también en los albores de la medicina. Ahí, en el occidente de Anatolia nacieron los dos más grandes sabios que tuvo la medicina de la antigüedad. El primero, Hipócrates, vio la luz en Cos, unos 460 años antes de Cristo. Cos es una pequeña isla enfrentada al golfo de Gokova, una entrante que hace el mar Egeo en la esquina suroccidental de Anatolia; el golfo se asemeja a las fauces de un saurio presto a devorar a su presa. Hipócrates fue por 500 años el personaje más influyente que tuvo la medicina como ciencia; sus conocimientos del cuerpo humano y, ante todo, su particular filosofía fueron más tarde aplicados por sus discípulos, quienes hicieron una promesa a guisa de compromiso: el Juramento Hipocrático.

 

El otro nació en Pérgamo, hoy llamada Bérgamo, un poco al sur de donde la tradición (¿la leyenda?) nos cuenta que pudo haber estado ubicada Troya; ahí, en esa pequeña ciudad que comparte latitud con la afamada isla de Lesbos, habría de nacer –en el año 129 de nuestra era– un médico, sabio y filósofo cuyas investigaciones y descubrimientos dominarían el campo de la medicina por más de un milenio. De familia adinerada y estoico de formación, se educó en Esmirna, Corinto y Alejandría, revolucionó el concepto médico de la antigüedad y puso énfasis en el diagnóstico de las enfermedades y su tratamiento. Fue llamado a Roma por el emperador-filósofo Marco Aurelio, donde se destacó por sus conocimientos anatómicos, sus aciertos curativos y los inéditos procedimientos que practicó.

 

En un tiempo en que no era permitido diseccionar cadáveres humanos por varios motivos (en especial por escrúpulos religiosos y culturales), Galeno tuvo el enorme mérito de haber efectuado importantes avances en el conocimiento del cuerpo humano; saberes, prácticas y opiniones que llegaron al Imperio Persa, Mesopotamia y el mundo árabe, y que luego fueron esparcidos a toda Europa por acción e influencia de estos últimos. Desde muy joven se convirtió en “terapeuta”, es decir en seguidor del divinizado Asclepio o Esculapio, antes de estudiar al mismo Hipócrates y dejarse influenciar por su saber y singular filosofía.

 

Galeno demostró la relación entre los músculos y la médula espinal, el control de la voz gracias al cerebro, la función de órganos como los riñones y la vejiga; pero, ante todo, hizo grandes descubrimientos respecto a la circulación de la sangre, el funcionamiento de las válvulas del corazón, la diferencia entre las venas y las arterias, y la dinámica de los procesos infecciosos –como la peste– y promovió importantes avances en el área de la farmacología.

 

Desde muy temprano la medicina y, en general, todo lo relacionado con la salud y el sector hospitalario, han sido identificados con un símbolo que representa el poder y el arte de curar, así como la devoción del sanador; este es conocido como la “Vara de Esculapio”, consiste en un bastón vertical –de cabeza nudosa– en el que se enrosca una serpiente. Existe la tendencia a confundir este distintivo con el caduceo (o heraldo) que consiste, a su vez, en un yelmo alado en su parte superior que, a diferencia del símbolo antes descrito, incorpora dos serpientes que reptan en sentido opuesto. El caduceo representa a Hermes o Mercurio (el mensajero de los dioses), y es el distintivo o insignia del comercio, el equilibrio moral y la diligencia.


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