29 diciembre 2023

Dos poetas: Darío y Nervo

Nunca sabré por qué extraño motivo siempre los relacioné; es más, conozco a más de una persona que ha detectado similar vínculo. Quizá se deba a que ambos nacieron en similar geografía (hacia el sur del Río Grande pero no en América del Sur, el uno en México y el otro en Nicaragua); los dos trajinaron similar cláusula vital y llegaron al mundo casi en forma simultánea, aunque con tres años de diferencia (1867 y 1870). Los dos eran poetas y cultores del modernismo, y ejercieron la literatura a más de la diplomacia; ambos estudiaron con los jesuitas y a los dos se los conoció por apellidos recortados. Finalmente, ambos desaparecieron en la plenitud de su vida –uno por insuficiencia renal y el otro por cirrosis hepática–. Se fueron jóvenes, no alcanzaron a cumplir cincuenta años.

 

Empecemos por el que vivió primero y que fuera el más destacado; de hecho, es el iniciador del modernismo. Había nacido en 1867 en una pequeña población del interior de Nicaragua (Metapa) que hoy, en su honor, se conoce como Ciudad Darío. Su nombre completo era Félix Rubén García Sarmiento pero prefirió alterar su apellido, tal como lo había hecho su propio abuelo. Se lo conoce como “Príncipe de las letras castellanas”; parece que desde temprano fue una suerte de niño prodigio, ya desde los doce o trece años publicó sus primeros poemas y tiene el mérito de haber tratado de adaptar a nuestra métrica el verso alejandrino francés (de 14 sílabas). En cuanto a sus ideas políticas, fue conocida su admiración por el polemista ambateño Juan Montalvo.

 

De formidable memoria y portentosa retentiva, se dedicó desde joven al periodismo (tenía 15 años). A los 16 viajó al Salvador y 3 años después a Chile donde colaboró con La Época. En 1887 publicó su primer poemario, en el que se reconoce su temprano talento. Conoció en Lima a Ricardo Palma; volvió a su país y efectuó una gira por Centro América. Integró la delegación que viajaría a España para celebrar los 400 años del Descubrimiento; allí departió con José Zorrilla, Emilia Pardo Bazán y otras personalidades como Marcelino Menéndez Pelayo, Emilio Castelar o Antonio Cánovas del Castillo. Luego vendrían sus visitas a Argentina, Estados Unidos y Francia donde conoció a Bartolomé Mitre y Leopoldo Lugones; a José Martí y, “con desilusión”, a su poeta admirado Paul Verlaine.

 

Hacia finales de ese siglo, Darío se había puesto en contacto, con algunos jóvenes cultores del modernismo, como Juan Ramón Jiménez, Ramón María del Valle-Inclán y Jacinto Benavente. Por esos años, conoció a la hija de un jardinero, una campesina analfabeta, de quien se enamoró perdidamente; se llamaba Francisca Sánchez. Darío la enseño a leer y a escribir, y se divorció para desposarla. Fue su compañera por el resto de su vida. A la vuelta del siglo conoció a Amado Nervo con quien llegó a tener una estrecha relación. Más tarde fue nombrado embajador en Madrid, y mientras estuvo en París trató con el poeta español Antonio Machado. Darío es autor del conocido poema Los motivos del lobo, relacionado con la vida de san Francisco de Asís .

 

Va siendo hora de preocuparnos del otro vate: Amado Ruiz de Nervo y Ordaz había nacido en Jalisco en 1870, también cultivó el modernismo aunque su poesía era más mística y algo más nostálgica. Su padre habría simplificado su apellido y lo había recortado a Nervo, lo cual hizo que su nombre, sin proponérselo, tuviera un cierto aire de literario seudónimo. Nervo había tenido una infancia atribulada, sufrió la prematura muerte de su padre y el suicidio de un hermano. Había estudiado también con los jesuitas a pesar de su urgencias económicas.

 

Como queda dicho, en París se conocieron Darío y Nervo e hicieron una cercana amistad. Antes, Nervo ya se había relacionado en Perú con José Santos Chocano. Asimismo, en viajes posteriores había coincidido con Ramón de Campoamor, Leopoldo Lugones, e incluso con Oscar Wilde. Hacia 1905 fue designado secretario en la embajada de México en Madrid y, más tarde, fue nombrado ministro plenipotenciario de México en Argentina y Uruguay.

 

En este último país, trabó amistad con Juan Zorrilla de San Martín, antes de enfermar fatalmente con una afección renal crónica y dejar el mundo a los 48 años; sería, en presencia de su amigo que vivió sus postreros y agónicos momentos. Había cultivado la novela, la poesía, el cuento y el ensayo. Es muy conocido su poema “En paz”, con el que se despide de la vida, y canta con gratitud y reconocimiento por la existencia que le correspondió disfrutar.

 

“Amé, fui amado, el sol acarició mi faz,

¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!”



Share/Bookmark

No hay comentarios.:

Publicar un comentario