16 enero 2024

Fanatismos y profanidades

No, no me molestaría que parezca que soy “un poquito” pretencioso (cualquiera sea la impresión por la que así pudiera pensarse). Primero, porque comprendo que existen gestos, actitudes o ciertas maneras, como la forma de hablar o vestir y, quizás, hasta la de caminar, que la gente interpreta como signos de vanidad, de afectación o de impostada dignidad. Segundo, porque, mal que me pese, soy ‘humildemente’ orgulloso de dos factores a los que debo parte de mi formación: la educación de privilegio que me dieron mis tíos y abuela maternos; y los viajes que, debido a mi profesión, tuve la fortuna de efectuar; el sinnúmero de países que conocí, aquellos periplos y experiencias que me hicieron madurar, ser más tolerante, comprender mejor el mundo y disfrutar de la diversidad…

No hay en mi vida nada excepcional. Perdí temprano a mi madre y dejé de compartir mi tiempo con papá en la llamada “edad de la razón”. Circunstancias fortuitas determinaron que optase por la vida de la aviación; fortuna por la que siempre seré grato y reconocido. Terminé el colegio a los diecisiete años y, enseguida, hice un curso relámpago (duró seis meses) al cabo del cual regresé al Ecuador convertido en aviador. Esto sucedía, al tiempo que mis compañeros estaban recién ingresando a la universidad. Luego, unos pocos tuvieron que completar algo inédito: el año “rural”. A mí me correspondió hacer seis años de vuelo en el Oriente; esa fue mi propia y privativa experiencia rural.

 

Luego vendrían mis veinte años en aerolínea (casi todos con Ecuatoriana de Aviación); fue un tiempo en el que conocí casi toda América, con un par de excepciones (países como las Guayanas, algunos de Centro América o Canadá). Esto se compensó con unos pocos vuelos transcontinentales que me permitieron viajar hacia otras latitudes (Europa y Medio Oriente). Pasados esos veinte años (ya 26 en total), fue tiempo de probar otros aires. Este nuevo tiempo (el de mis viajes por todo el mundo al servicio de varias aerolíneas asiáticas) sería el que me hizo conocer de veras gran parte de la geografía, saborear otras culturas; entender nuevas ideas y creencias, distintas costumbres y formas de vida. Así aprendí a gozar del mundo, y a reconocer –y a respetar– la diversidad…

 

Es siempre positivo ser y sentirse un “ciudadano del mundo”; significa adaptarse a las diferencias y aprender a ser tolerante; cualquier otra forma de actitud solo nos hace desperdiciar nuestro paso por este “valle de lágrimas” y no nos permite disfrutar de nuestra corta vida, y apreciar así lo heterogéneo y lo plural. Es importante ubicarse en el justo medio, alejarse de los extremos, dejar vivir, entender que los otros tienen derecho a buscar su propia forma de felicidad. Entonces, la regla de oro será la de alejarse de integrismos, no ser ni extremista ni fanático, aceptar las diferencias; y reconocer con respeto la opción, la variedad escogida por los otros, por los demás.

 

Fanático es una palabra de curiosa etimología; hoy se la distorsiona porque casi siempre tiene una aplicación de carácter deportivo. Fanático nos viene del latín fanaticus, un derivado de fanum, que quiere decir santuario o templo; fanáticos eran primero solo los vigilantes nocturnos u otros servidores que se encargaban de cuidar o atender los templos. En estos lugares solo entraban sacerdotes, y únicamente los escogidos. Estos edificios no eran sitios de reunión destinados para orar, como sucede hoy en día; eran lugares consagrados a los que no se tenía acceso. Se oraba junto a altares u hornacinas, en el exterior del templo: ahí afuera existían áreas de congregación, para reunirse a rezar y expresar la propia devoción. Lo que quedaba delante o fuera del templo, era conocido como pro fanum, esto era 'lo profano', lo que no estaba dentro del templo. De ahí el origen de la palabra.

 

Todo lo religioso era entonces bastante más liberal, a nadie se le habría ocurrido el concepto de una religión obligatoria o única; ni qué decir que “los otros” eran los que estaban errados o equivocados. Se imponía una religión oficial, pero había no solo una amplia libertad sino un cierto sincretismo, es decir una mezcla impensada de cultos, ritos y creencias. En un mismo lugar se podía manifestar la devoción a distintos dioses. Hoy decimos que los romanos eran “paganos” pero era solo que tenían diversas creencias. ‘Fanático’ era al principio quien servía en el templo; luego, la voz designó a quien atendía el culto; después fanum empezó a confundirse con fanor, con el sentido de: inspirado por el fervor divino, un delirante o frenético. Así un exaltado pasó a significar lo mismo que fanático...

 

Profano, por su parte, no solo quiere decir laico, o que no es sagrado. La voz significa irreverente, sacrílego; aunque también puede utilizarse con el sentido de inexperto o ignorante. En cuanto a ‘profanidad’, el DLE (hoy convertido en novedoso diccionario de sinónimos y antónimos) lo explica como 'cualidad de profano'. Prefiero el uso que la voz tiene en el inglés, como elemento del lenguaje procaz y grosero: significa insulto, agravio, 'mala palabra' u obscenidad.


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