27 enero 2024

Un vecino extraño *

 * Escrito por Eva Villaver para El País de España (reeditado para satisfacer el formato de Itinerario Náutico)

Imagine un planeta sin estaciones, ahí dos años transcurren en tres días y la luz nunca llega a los polos. Allí, cada tres meses (terrestres) alternan temperaturas tan altas que pueden fundir el plomo y tan bajas que congelan el metano. Piense ahora cómo sería contemplar desde ese lugar tan extremo una puesta de sol en la que nuestra estrella se sumerge en el horizonte para un momento después volver hacia atrás, como si alguien hubiera apretado el botón de rebobinado, para un día o dos después desaparecer normalmente en el ocaso del oeste.

 

Ese planeta tan extraño está aquí al lado y se llama Mercurio. La estrella protagonista de esos atardeceres es el Sol y ese planeta viaja a su alrededor más rápido que cualquier otro objeto del sistema solar: completa una órbita completa cada 88 días. Mercurio es muy brillante, pero debido a su proximidad con el Sol es muy difícil de estudiar y, por eso, no se lo conoce bien.

 

Mercurio se mueve muy rápido en el cielo y es muy pequeño. En la Grecia antigua se asoció su papel con el del mensajero que comunicaba y ponía en contacto a los dioses. Mercurio toma su nombre del dios romano de los tenderos y comerciantes, y también de los ladrones y embaucadores. Está relacionado con el dios egipcio Thoth y con el nórdico Odín; ocupó un lugar muy destacado en la cultura maya. Toda esta relevancia mitológica y cultural solo expresa algo muy sencillo: es un objeto harto prominente en el cielo nocturno.

 

Mercurio gira muy despacio, por eso sus días son tan largos: uno de sus días equivale a 58,6 días terrestres. Su año, que dura 88 días terrestres, es muy corto, por algo es el planeta más cercano al Sol. No tiene su periodo de rotación sincronizado con su periodo orbital, como ocurre con la Luna, pero estos periodos son parecidos, ello se conoce como un acoplamiento 3 por 2. Esto quiere decir que por cada vuelta alrededor del Sol (periodo orbital) Mercurio rota una vez y media alrededor de su eje; así que no tiene un lado del planeta siempre mirando al Sol y el otro en completa oscuridad pero los periodos de luz y oscuridad son muy largos.

 

Mercurio se mueve con una órbita elongada a una distancia promedio de 57,9 millones de kilómetros alrededor del Sol. En órbita tan elíptica, siguiendo la segunda ley de Kepler, su velocidad cambia mucho en sus puntos más extremos. Por eso, cuando Mercurio está en el perihelio, el punto más cercano al Sol en la órbita, se mueve a una velocidad de 59 kilómetros por segundo (por comparación la Tierra lo hace a 30). Fue precisamente la medida del avance del perihelio de Mercurio una de las claves para probar la teoría de la relatividad.

 

En Mercurio amanece por el este y anochece por el oeste, como en la Tierra. Pero una vez al año, cuando pasa por el perihelio, el movimiento orbital sobrepasa la rotación del planeta y ese día el devenir del Sol se interrumpe; es, en ese punto, es cuando se pueden contemplar tan extraños atardeceres. El Sol se detiene en el cielo y se mueve hacia atrás para retornar a su ritmo normal a medida que desciende la velocidad del planeta al desplazarse en su órbita.

 

Como Mercurio está más cerca del Sol, la luz que le llega es siete veces más intensa que la de la Tierra, y tiene tres meses para calentar su superficie. El planeta gira muy despacio y, como consecuencia, las temperaturas son demasiado altas, alrededor de 420 grados, que podrían fundir el plomo. Del mismo modo, el tiempo que transcurre desde que se pone el Sol hasta que vuelve a salir es de otros tres meses de completa oscuridad, que enfrían el planeta hasta temperaturas inferiores a –170 grados, que congelan el metano y el dióxido de carbono.

 

Mercurio no tiene estaciones, gira sobre su eje casi en forma perpendicular a su órbita; esto implica que, en las regiones polares, el interior de los grandes cráteres está siempre a la sombra; uno de los grandes misterios que está por resolverse es determinar si ellos contienen azufre o hielo. Este pequeño planeta tiene un campo magnético similar al nuestro, solo que con menor fuerza, esto es único entre los planetas rocosos del sistema solar porque, al igual que la Tierra, tiene un campo magnético auto-sostenido. El porqué para que ambos planetas tengan un campo magnético –y Venus, Marte y la Luna no– es algo todavía inexplicable. Mercurio esconde interrogantes que ciertas misiones espaciales conjuntas aún están en camino de descifrar.


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