30 enero 2024

¡Ojo, se vienen curvas!

Cuando escribo estas notas, que me resisto a llamar “artículos”, no siempre se me ocurre un título desde el principio. Al no estar seguro, a veces opto por un título temporal y dejo, con el desarrollo del tema, que algo que surge en el transcurso se convierta en el título definitivo. Así, en este caso, como la idea era efectuar una advertencia, a modo de prevención, respecto a los riesgos que pudieran estar escondidos detrás del brutal avance que hoy tiene lo que se ha dado por llamar inteligencia generativa o artificial (IA), se me habían ocurrido expresiones como “Ojo, derrumbes”, “Cuidado, resbaloso si mojado” o, incluso: “Atención, perro bravo”.

Aquello de ‘perro bravo’, parecería embozar una falsa amenaza. Quizá se lo tomó prestado del inglés (Warning, beware of dog); aquello parece más bien denunciar que el propietario solo intenta asustar a los amigos de lo ajeno, a aquellos que pudieran pensar –a su vez– que el rótulo se habría ideado no solo porque el can hubiera resultado manso, sino –a lo mejor– porque el sabueso ni siquiera hubiese existido… Ahora bien, y ya entrando en materia, quiero comentar que resulta imperativo estar advertido de los efectos que pudiera tener el avance tecnológico frente a conceptos básicos de protección de una obra creada, tales como: autenticidad y derecho de propiedad.

 

Cuando se habla de IA, resulta pertinente aclarar si hablamos de una verdadera “inteligencia” o si solo utilizamos un eufemismo, si no estamos hablando de un “artificio intelectual”. Ya, en una nota previa, expresé si no mis reticencias, al menos mis recelos y temores frente a esa avalancha que va a competir con la inventiva y la creatividad. ¿Es ello realmente “inteligencia”?, o solo estamos frente a un artilugio postizo que, aunque lo aceptamos por su potencial, no cumple con las premisas deontológicas de originalidad, autenticidad y responsabilidad. No voy a negarlo: soy de aquellos que piensan que lo artificial incita pero no inspira; relaciono lo artificial con lo superficial, y todavía veo en ello –en lo superficial– ausencia de auténtica responsabilidad.

 

Para empezar, sería interesante convenir en si ese nombre, el de “inteligencia artificial” es el adecuado. Veamos: el diccionario define inteligencia como la ‘capacidad de entender o comprender’; y establece como sinónimos los siguientes: entendimiento, intelecto, talento, raciocinio, conocimiento, ingenio, pensamiento, razón, perspicacia. Por su parte, y respecto a aquello de ‘artificial’, el mismo documento –en su acepción 2– expresa: “No natural, falso”. Además, señala como sinónimos los que siguen: “artificioso, falso, ficticio, fingido, espurio, postizo, engañoso, ilusorio, sintético”… Pero –ojo– también establece algo concluyente: señala como antónimos (es decir, como términos contrapuestos) los que siguen: “natural, auténtico, genuino”…

 

Por su lado, el DRAE define “inteligencia artificial” como: “Disciplina científica que se ocupa de crear programas informáticos que ejecutan operaciones comparables a las que realiza la mente humana, como el aprendizaje o razonamiento lógico”. Con estas premisas, podremos entender porqué van surgiendo, cada vez, más preocupaciones relacionadas con el raudo impulso de la IA. Si bien una de las mayores inquietudes parecería estar relacionada con el aspecto laboral –que involucra a escritores, diseñadores y artistas–, se anticipa que esta agresiva revolución tecnológica pudiera generar serios conflictos relacionados con la autenticidad, la propiedad intelectual y la compensación por el uso de la información en la que se sustenta.

 

De antemano se avizora una desigual batalla para proteger la propiedad intelectual, una cuyo primordial propósito no será defender unos puestos de trabajo, sino proteger la iniciativa requerida para ejercitar la imaginación y la creatividad. La propia actividad académica se vería afectaba en sus programas de investigación y carácter científico. Ya no se trata solo de un asunto de legalidad, no se diga de sentido moral, sino del debilitamiento del acicate para lo original y auténtico. Hace falta, por lo tanto, un código que incluya consentimientos (permisos de autoría), compensación adecuada (derecho de propiedad) y respeto al genuino esfuerzo creativo. Se hace indispensable, entonces, un franco proceso de regulación (permisos, disposiciones, salvaguardas), para que la IA no se convierta en copia contumaz y artificiosa o en método para legitimar “creaciones” espurias o engañosos fraudes normalizados.

 

Estamos frente a un ‘lienzo en blanco’, un territorio ignoto (uncharted territory) que espera ser mapeado. Se trata de una encrucijada especial, sobre todo para sectores como la salud, el medio ambiente, la energía o la transportación. Hay mucho por prevenir y, claro, bastante por legislar y reglamentar.


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