09 enero 2024

Magnanimidad y tolerancia

En la entrada previa de este mismo blog me permití reproducir un brillante artículo de la escritora española Irene Vallejo. Tan nítidos son sus conceptos, que brotan espontáneos de las palabras que lo integran. El suyo es un verdadero tratado de magnanimidad y tolerancia con el adversario (no me gusta el vocablo ‘enemigo’) y con quienes sostienen puntos de vista contrarios. En el referido manifiesto los conceptos fluyen cual sentimientos (como emociones enriquecidas por la razón). Así, nos incita y desafía a inquirir acerca de los motivos que otros esgrimen, aquellos que se ubican en el bando antagónico; aquellos que “no son nosotros”…

Vallejo nos recuerda que el teatro griego surgió como un lugar destinado a confrontar las pasiones y voluntades; las tragedias sirvieron para escenificar toda suerte de conflictos. Eran “disputas feroces –dice– donde lo más tentador era negarse a entender los motivos del adversario”. Procura así hacernos meditar en cómo cambiaron los artilugios de ese obcecado recurso que es la ”guerra”: esas armas y juguetes bélicos que juntan –en siniestra simbiosis– la imaginación y la tecnología. Artificios que convierten esos escenarios en contiendas cada vez más letales, donde las víctimas están cada vez más alejadas de sus perversos percutores. Nadie reconoce el miedo y el dolor ajeno. Nadie goza de ese raro beneficio: el de la empatía.

 

Las guerras de nuestro tiempo ya no son –primordialmente– hostilidades que expresan el valor individual y el propósito colectivo. No siempre quienes combaten presencian el dolor del compañero, el ansioso fervor o la lenta agonía del adversario… Es tan patética la postura de Esquilo en su drama Los persas, que opta por describir la desolación del soldado vencido y aquel angustioso sinsabor que inflige la derrota. Esquilo convierte en compasión lo relatado por Heródoto; es inevitable presenciar su obra y no pensar en Maratón (o la hazaña de un tal Filípides), en las Termópilas o Salamina, en la cláusula más crucial de las Guerras Médicas.

 

Esas guerras fueron así llamadas (médicas) por la costumbre griega de llamar medos a los persas; ellas consistieron en reiteradas confrontaciones entre el Imperio aqueménida y las ciudades estado del mundo helénico. Las disputas se produjeron en la primera parte del siglo V a.C. Este imperio (así conocido por la dinastía gobernante) había sido fundado por Ciro el Grande, luego de independizar Persia y reconquistar Media en el año 550 a.C., y alcanzó su máximo esplendor con Darío el Grande. En Occidente se lo conoció por su rivalidad con los antiguos griegos, tanto en las Guerras Médicas como en las campañas de Alejandro Magno.

 

La meseta occidental de Irán ha dado origen a una gran variedad de importantes imperios a través de la historia. Merecen destacarse: asirios, medos, aqueménidas, seléucidas, arsácidas (partos) y sasánidas; su territorio tuvo especial importancia por participar de la ruta de la seda. Siete siglos antes de nuestra era los persas habían colonizado el suroeste de la meseta iraní; desde su capital, Persis. Ciro se había sublevado y derrotado a los medos; más tarde habría de anexar Lidia (en la actual Turquía) y el Imperio neo-babilónico, estableciendo un nuevo sistema de gobierno al mando de su dinastía. La existencia del Imperio llegaría a su fin en el año 330 a. C., cuando su último soberano, Darío III, fue derrotado por un joven general macedonio: Alejandro Magno, quien habría sido un ferviente admirador de Ciro el Grande…

 

Persia comenzó como un estado tributario del Imperio medo; pero, luego de conquistarlo, amplió sus fronteras hasta abarcar Egipto y el Asia Menor. Hubo un momento en que estuvo a punto de conquistar la Antigua Grecia, pero fue derrotado conforme a lo comentado. A la muerte de su último monarca, el Imperio se extendía desde el Mediterráneo (incluyendo Egipto y Anatolia) hasta la cordillera del Hindu Kush, en el actual Afganistán. A través de la historia, y a lo largo de varios milenios, esa misma región, hoy ocupada por Irán, ha sido cuna –o ha presenciado el desarrollo– de influyentes manifestaciones religiosas, como el mazdeísmo de Zaratustra (Zoroastro), el maniqueísmo de Mani o Mannes (mejor conocido como Maniqueo) o una renegada versión de islamismo radical, la de los actuales Ayatolas.

 

Siglos más tarde el Mediterráneo volvería a convertirse en escenario de otras disputas que se dieron en llamar “Guerras Púnicas”. Consistieron en encarnizadas escaramuzas que buscaban consolidar otra hegemonía; enfrentaron a los romanos con un tipo de fenicios (‘poenici’) conocidos como cartagineses. Las llamaron ‘púnicas’ por el etnónimo latino de punicus con que a los fenicios se los conocía.


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