30 agosto 2024

Y ahora, unas pocas alternativas...

(Continuación de la entrada anterior)

 

Sí, y aunque el propósito no es pontificar, revisemos unas pocas posibilidades y barruntemos unas pocas alternativas. No lo haremos en orden de importancia, pero siempre con el afán de conciliar posiciones controvertidas, buscando el justo medio –el aura mediocritas de que habló el filósofo griego–. Lo importante, para el beneficio del sano desarrollo de la aeronáutica mundial, será buscar un equilibrio entre una moderada productividad financiera y una sólida –pero no intransigente– concepción de la seguridad aérea. Analicemos esas posibilidades:

 

Es importante fortalecer una entidad tripartita (si todavía no la hay) para encarar el asunto regulatorio como una visión que considere las distintas facetas del problema; o para verlo desde  sus distintos ángulos. Se hace fundamental que se integren, en ese esfuerzo: los entes regulatorios (OACI y unos tres representantes de los países con más vigorosa y desarrollada actividad aeronáutica); unos delegados de hasta tres aerolíneas importantes (en especial de las que efectúan actividad internacional a gran escala); y, unos tres comisionados que actúen a nombre de los principales colectivos profesionales de pilotos (se me ocurren IFALPA, ALPA y quizá OIP). La idea rectora sería trabajar buscando un modelo de reglamentación que pueda ser tomado como “marco de referencia” por las entidades regulatorias en los distintos países.

 

Es necesario, desde el punto de vista regulatorio, que se establezca una clara diferencia entre las dos nuevas nociones (CONOPs) que están creando discrepancias: eMCOs (Extended Minimum-Crew Operations) y SiPos (Single-Pilot Operations). Tengo la impresión de que esta última tiene un carácter menos urgente y es susceptible de una menos complicada reglamentación. De todas maneras, habrán de considerarse la diferentes variables en las que podría ser tomada en cuenta esa delicada posibilidad (un solo piloto): tipo de aeronave, con una capacidad máxima de pasajeros o peso máximo de despegue; el tipo de servicio (pasajeros o carga); las características de la operación (vuelo diurno o nocturno, número de aterrizajes). No debe descartarse que, aunque la aprobación sea para la operación con un solo piloto, sea posible permitir la incorporación de copilotos sin contrato con el interés de que puedan acumular horas y optar posteriormente por otras alternativas.

 

En lo referente al eMCOs, y con el propósito de propender a una reglamentación más estandarizada, sería recomendable establecer segmentos relacionados con las cuatro posibles configuraciones de integración de las tripulaciones; esto es: simple (un comandante y un copiloto); reforzada (un comandante y dos copilotos); aumentada (dos comandantes y un primer oficial); y, finalmente, doble (dos comandantes y 2 copilotos). Un segundo aspecto serían los máximos de tiempo de vuelo para cada segmento (a manera de ejemplo: 7, 10, 12 y 15 horas). Un tercer aspecto consideraría si se trata de un vuelo nocturno o si, además, el vuelo incluiría más de un aterrizaje, en cuyo caso la tabla a aplicar sería la que corresponda al segmento superior.

 

Finalmente, si la industria va a enfrentar una gran demanda de pilotos en los próximos años, resulta contradictorio que se esté retirando en forma tan temprana a un grupo significativo de pilotos con mayor experiencia. En tal sentido, siempre sería posible considerar la ampliación en la edad de retiro (tres a cinco años adicionales); no solo eso: bien podría permitirse que, luego de su edad definitiva de retiro “como comandantes”, puedan actuar en la operación carguera (con ciertas limitaciones) o que puedan volar como capitanes de relevo (relief captains). Este asunto requiere, sin embargo, una asignación de roles taxativa y muy clara, siempre en el interés de evitar conflictos relacionados con la insidiosa gradiente de autoridad. Otra opción sería que pudieran actuar como pilotos de monitoreo en los vuelos de la operación SiPos, contribuyendo con ello al ausente factor de redundancia.

En fin, un último aspecto, digno de tomarse en cuenta, sería la implementación de exámenes médicos especiales (algo más restrictivos) para quienes vuelan solos o han superado un determinado umbral etario (sobre 60 años, dos exámenes anuales; sobre 65, tres; sobre 70, cuatro). Nótese que he explicado más ampliamente, ofreciendo una serie de ejemplos; pero los ejemplos, ejemplos son. No dudo que existe gente con mejor criterio o mayor experiencia que puede aportar con mejores o más interesantes ideas y así enriquecer el resultado final.

 


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27 agosto 2024

Operaciones con un solo piloto

Resulta sorprendente pero han pasado ya seis años desde que nos referimos a este espinoso tema (La falacia del llanero solitario. IN, julio de 2018). Sorprendente, no solo por el paso vertiginoso del tiempo; lo es, sobre todo, por las complejidades involucradas en un asunto tan delicado como reducir el número de pilotos que están a cargo del control y de la seguridad de una aeronave en vuelo. Han pasado seis años pero siento como si solo fueran unas pocas semanas. Es un tema que invita al debate; y es, por lo mismo, uno de los aspectos de la industria que se abren a la discrepancia y, desde luego, a una feroz postura contenciosa.

Y digo también que seis años es un tiempo corto porque EASA (la entidad reguladora de la aviación en Europa) habría descartado que se pudiera autorizar la operación con un solo piloto antes del año 2030 (solo faltarían seis años); pero que espera que se pudiera autorizar eMCOs (un acrónimo para Extended Minimum-Crew Operations) tan temprano como en 2027 (tan pronto como en tres años). Se refiere esto último a la posibilidad de aprobar operaciones en las que se exija la presencia de dos pilotos en la cabina de mando únicamente durante los despegues y aterrizajes (en teoría, equivale a decir que durante ascenso y descenso, pero que se pudiera autorizar la operación con un solo piloto durante el crucero). La operación con un solo piloto durante todo el vuelo (SiPO, por Single-Pilot Operations) es algo diferente y la trataremos en su debido momento.

 

Como es comprensible, las posturas más antagónicas son defendidas por los aviadores, por una parte; y por las aerolíneas, por el otro. Es mi impresión que las autoridades reguladoras –hasta aquí– se han ubicado en un terreno intermedio, uno que apunta a la eficiencia y productividad de las empresas, pero sin descuidar los factores que pudieran afectar a la seguridad aérea. En estos temas existe, además, otro asunto a considerar: la necesidad de sumar al debate la operación carguera. Si bien es cierto que en ella no se transportan pasajeros, no se debe descartar la probabilidad de que se pudiera presentar una accidente en las vecindades de un aeropuerto o que suceda un siniestro catastrófico, que involucre a un avión de carga, en un centro poblado. En casos así, sería solo accesorio que no se lleven pasajeros.

 

En el artículo que he mencionado, hacía referencia a lo que un directivo del Comité de Asuntos Legislativos de ALPA (Asociación de Pilotos de Líneas Aéreas de los Estados Unidos) llamó “la falacia de las aerolíneas del piloto solitario”: la premisa de que no porque algo (en ciertas ocasiones) se pueda hacer, aquello necesariamente significaba que así siempre se deba proceder. En efecto, desde hace algún tiempo, las aerolíneas entrenan a sus pilotos para detectar la incapacitación del otro compañero en cabina y para actuar de modo tal que se pueda suplir, en un momento dado, tal incapacidad o eventual ausencia. Pero ello no quiere decir, sin embargo, que, por el hecho de que se lo pueda hacer, aquello deba convertirse en una norma.

 

Pero es que existe, además, otro tipo de falacia… Y es que si las aerolíneas, particularmente las que efectúan vuelos intercontinentales, en rutas de mediano y largo recorrido (hablemos de vuelos de entre siete y catorce horas), ya ponen un número determinado de pilotos a bordo del avión, pero solo quieren utilizar dos de ellos para el despegue y el aterrizaje, no obtienen en la práctica ningún beneficio en términos de productividad. Esto, por la sencilla razón de que los pilotos están obligados a registrar como volado TODO el tiempo de vuelo, no solo aquel durante el cual se encuentran al mando de los controles del avión. Si un vuelo es de doce horas, por ejemplo, y les corresponde operar solo la mitad o las dos terceras partes, las horas que registran (y que cuentan para el máximo permitido) son todas las que dura el viaje, sea que estén en primera clase, en un asiento adicional de la cabina u ocupando las literas de descanso (bunk).

 

Si bien la tecnología ha mejorado en forma exponencial y dramática (diseño avanzado de cabina –con reducción de carga en las tareas–, ayudas para la detección de la incapacitación, vuelo y sistemas automatizados, etc.) estos adelantos o mejoras deben apuntar a satisfacer la seguridad aérea, no a buscar la reducción en el número de pilotos o de las horas efectivas de trabajo, si aquello, de alguna manera, erosionaría el protocolo general de la seguridad aérea.

 

De acuerdo a las predicciones de Boeing, se requerirían 675.000 nuevos pilotos para satisfacer las necesidades de la industria en los próximos 20 años; es hora entonces de buscar alternativas… (continuará).


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23 agosto 2024

Una instantánea y un poema…

No consigo recordar su nombre. Algo tenía de francés aunque era británico. Fue uno de los colegas más amigables y sencillos con quien haya compartido una cabina. Nos tocó operar el A-340 cuando volábamos para Singapore Airlines. El itinerario, cuyos designios nunca estaban exentos de capricho, nos reservó la casualidad de compartir un par de vuelos. Esa noche, cuando coincidimos para firmar nuestro registro, me saludó efusivo y exclamó: “¡Buona notte, Alberto de Vincenzo!” (esa era su manera de pronunciar mi nombre). Tal vez ello le recordaba a un golfista que perdió el Masters de Augusta por firmar una tarjeta mal llenada por su propio compañero. Roberto de Vincenzo perdió así la oportunidad de optar por el título…

“Tienes planes para Roma”, me preguntó. “Dependiendo del vuelo –le respondí–, si no llegamos muy cansados, mañana quiero ir a conocer Capri”. “Creo que me apunto –resolvió–, pero si vamos a Sorrento, hay más para conocer si avanzamos hacia la costa de Amalfi”. Ya en Roma, y una vez en el hotel, acordamos refrescarnos un poco y reunirnos en 30 minutos para salir hacia la estación de Termini. Tomé un duchazo y puse un par de bártulos en mi mochila. Cuando bajé a la recepción él ya me estaba esperando. “Sorry, my friend –dijo–, pero estoy agotado, voy a ‘declinar’ el paseo” (declinar es un verbo que usan los ingleses para excusarse). “No worries”, susurré, y opté por continuar a mi aire.

 

Nos despedimos. Ya iba cerca de la salida cuando reconocí su voz detrás de mi espalda. “Al (así me llamaban), una sugerencia: no tomes el viaje directo a Sorrento, solicita una parada en Nápoles en el viaje de ida”. “Dicen que no es una ciudad muy segura”, formulé. “No hagas caso, los napolitanos son briosos pero son gente buena –replicó–; anota este nombre, quiero que vayas al Parco della Rimembranza (Parque del Recuerdo); hay, desde allí, la vista más inesperada que puedas imaginar, te vas a quedar boquiabierto con el paisaje del golfo de Nápoles y del mar Tirreno”… “Nada tengo que perder”, creo que pensé. Se me ocurrió de buen augurio poder visitar un lugar que se conocía con el mismo nombre que aquél otro donde descansa Adrián, mi querido hermano…

 

Ya en Nápoles, tomé un taxi y pedí al conductor que me llevara al lugar mencionado. “¿Eh, al Parco Virgilio?”, preguntó. Estaba por decirle que no, cuando, al advertir mi desconfianza, me aclaró que se trataba de un nombre alterno. Llegado ahí, me informé de que ahí era donde se encontraba la tumba del gran Virgilio, el poeta que había escrito esa obra formidable en verso conocida como la “Eneida”, una saga que relata la huida de Eneas desde Troya y las correrías del héroe hasta su triunfo en la península itálica. La intención del poeta habría sido emular los trabajos de Homero y dotar a su patria de una épica que la vinculara con la cultura griega. Virgilio había nacido en Andes, cerca de Mantua; su nombre original habría sido Publio Vergilius Marón, pero fue alterado con el tiempo porque Vergilius se asocia con la fonética de palabras como virgo (‘inexperto’) y virga (‘varita mágica’). Y el vate no tenía afecto por los apodos…

 

He recordado a Virgilio al repasar la singular dedicatoria que rinde Jorge Luis Borges a su admirado Leopoldo Lugones en El Hacedor (una colección de reflexiones y poemas). En ella, Borges destaca un hexámetro de la Eneida, en su libro VI, con el que, según manifiesta, “Virgilio supera al mismo artificio”: Ibant obscuri sola sub nocte per umbram, dice el verso. Se trata –la dedicatoria– de una parodia de visita que Borges hace al maestro desaparecido en su biblioteca, para poner a su consideración el texto, mientras ruega por su aprobación; acaso para que quizá en él “pueda reconocer su propia voz”… (“Mi vanidad y mi nostalgia han armado una escena imposible”, dice Borges). Se trata, la frase, de una hipálage (alteración en la asignación de los adjetivos), figura literaria que en lugar de decir “Erraban solitarios bajo la oscura noche entre sombras”, expresa: “ Iban oscuros bajo la solitaria noche por la sombra”.

 

Leyendo el verso he caído en cuenta de su similitud con otro del mismo autor latino, verso que alguna vez leí que era considerado como “uno de los más hermosos que jamás se hayan escrito”. Lo menciona Pérez-Reverte en un par de sus artículos publicados en Patente de Corso (o en el XL Semanal): me refiero a “Nox atra cava circumvolat umbra” (“La noche negra nos rodea con su envolvente sombra”. Eneida, II, v. 360); verso que el cartagenero evoca con frecuencia, no solo para resaltar su belleza sino para advertirnos de las encubiertas amenazas que nos acechan en la vida. Lo emplea también para reclamar por la ausencia de las lenguas clásicas en nuestros pensum o planes de estudio (hoy prefieren llamarlos "mallas), y que fuera una costumbre muy extendida en el tiempo de nuestros abuelos.


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20 agosto 2024

Una cuestión de acentos… (2)

Pasamos entonces a una capilla lateral. Esta estaba dedicada, según el inefable guía que estaba encargado de darnos la información correspondiente, a la Virgen de “Chinquira” (así, con acento en la segunda i). Fue cuando ya caí en cuenta de que nuestro anfitrión tenía un irresuelto problema con las tildes: fácil fue reconocer que se refería a la advocación mariana conocida como Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, cuya devoción data del siglo XVI y que es muy conocida en Colombia. Confirmé enseguida mis sospechas, una vez que pasamos –a través de la sacristía– hacia la pequeña pero espléndida iglesita; aquí el conductor se refirió al artesonado de la misma como de estilo “mudejár” (?)…

Mientras continuábamos el recorrido, pude apreciar que no había recordado con oportunidad que la famosa leyenda del padre Almeida, por la que es conocido el convento, no tiene que ver con la historia de un curita borrachín, sino con la de un prior travieso: un contumaz adicto al pecado de concupiscencia… En cuanto al monumento (la edificación en sí), pude reconocer que se encuentra en muy buen estado; sin embargo, llama la atención que se halle desocupado y que no se lo haya utilizado para albergar un hospital, escuela u orfanato… Uno no puede sino adivinar que las entidades relacionadas con el turismo no han asignado el mínimo apoyo económico que una iniciativa como esta requiere. San Diego vive de la caridad ajena, regida como está por frailes mendicantes. Fue lamentable observar que por ahí no había pasado la escoba. No hay un encargado de la limpieza, había polvo por todas partes.

 

Ya de vuelta en casa, pude cumplir con mi postergada tarea: las consultas correspondientes… Empecé por la sui generis explicación de ‘monasterio’ que se nos había otorgado: confirmé que monasterio viene del griego monazein que quiere decir “vivir en solitario”. Por lo tanto, hay monaterios de monjes y, otros, de monjas; ahí viven quienes llevan una vida contemplativa o apartada del mundo. Pero es en los conventos que se vive “en el mundo”; ahí, sus ocupantes se dedican a la caridad, la enseñanza o el apostolado (y los varones se llaman “frailes”). Por lo general los monasterios se encuentran en lugares apartados (rurales) y los conventos dentro de la ciudad. Los monasterios están regidos por un abad (o abadesa), aunque en los de menor importancia rige un prior. Las órdenes dedicadas a la espiritualidad se llaman “mendicantes” (franciscanos y dominicos).

 

En cuanto a “recoleto”, dice el DLE que no solo tiene el sentido de solitario, aislado o poco transitado (o de quien vive con retiro o abstracción); sino que también lo es quien “practica la recolección”… Encuentro que recolección no solo es la acción de recoger sino también “el recogimiento y atención a Dios y a las cosas divinas, o con abstracción de lo que pueda distraer”; y que “en algunas religiones, consiste en la observancia más estricta de la regla que se guarda”; o, también, que se trata de un “convento o casa donde se observa más estrechez que la de la regla general”.

 

De este modo, a la vez que compruebo como nuestro ocasional asistente, tenía confundidos algunos nombres o conceptos, me voy reafirmando en mi impresión (o sospecha) de que lo animaba alguna inquina hacia determinada congregación… He tenido también oportunidad de revisar ciertos aspectos relacionado con los franciscanos y su fundador, el santo de Asís. Es conocido que Francisco impartía sus prédicas en una pequeña capilla, llamada “la Porciúncula”, la misma que estaba adosada a una iglesia de mayor tamaño. Este último vocablo está relacionado con “porción”, en razón de las porciones alimenticias que allí se repartían a los menesterosos hacia el final de la tarde…

 

En relación al nombre del santo patrón del convento, realmente este hace referencia a Diego de Alcalá (de Complutum o Alcalá de Henares), no “Alcala” (palabra grave). Diego fue un lego andaluz que vivió en el siglo XV (no pudo, por lo mismo, ser discípulo del santo) y así lo llamaron, no por su lugar de origen (San Nicolás del Puerto), sino por el lugar donde vivió sus últimos días. Esta parece ser una costumbre frecuente, con los nombres de los santos, que en ocasiones crea polémicas por su inusual toponimia. Es el caso de Antonio de Padua, nacido en Lisboa y que murió en Padua; o de Isidoro de Sevilla, nacido en Cartagena; o de Agustín de Hipona, nacido en Tagaste (Argelia)…

 

Diego es también un nombre que tiene su historia. Hay quienes sostienen que es castellanización de Didacus (nombre que nunca he escuchado); pero lo más probable es que sea la transliteración de un nombre hebreo, Jacob (Yacob), convertido en Yago o Iago, y que terminó dando Diego (o Diogo y Tiago en portugués). Nótese que Jacobo de Zebedeo, también llamado Santiago el Mayor, pudo haber sido conocido como Yago o San Yago en Galicia, y este San Tiago es hoy el santo patrón enterrado en Compostela. Nadie dice, tampoco, San Santiago (pero sí Santo Tomás y Santo Toribio); y es curioso que los evangelios lo llamen James en inglés...


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16 agosto 2024

Una cuestión de acentos… (1)

O de tildes debería, más bien, decir; y eso creo que pasa cuando los que aprenden reciben una información inexacta, parcializada o incompleta, o cuando –aquello que aprenden o creen que ya saben– no lo verifican o contrastan con oportunidad… De resultas, cuando se expresan, pronto nos damos cuenta de sus falencias y terminamos por tratarlos con desconfianza; pues, aquello de lo que creen saber tanto, no nos lo saben transmitir ni tampoco explicar…

Valga lo anterior como mera digresión. Hoy quiero comentarles de uno de esos paseos, o visitas a lugares interesantes, que de tarde en tarde suelo efectuar con mis primos maternos. Quien corre con la organización, si no con el entusiasta liderazgo, es un primo un par de años menor que según parece heredó el entusiasmo itinerante de su padre. Se llama Jorge y –según parece– fue beneficiario de su tocayo padre a la hora de heredar la pasión por los paseos o las excursiones. Él mismo, y por propia cuenta, se ha ido encargando de convertir al grupo de los primos Moncayo en una irredenta cofradía, una de condición afanosa y trashumante…

 

Su última iniciativa consistió en una visita al secular convento de San Diego, ubicado junto al cementerio de idéntico nombre. Ese mismo sector (hoy transformado por la construcción de los túneles que son parte de la Ave. Occidental), es un lugar irreconocible; muy diferente al paisaje que con tanta asiduidad visité mientras fui y empecé a dejar de ser niño (entre mis 6 y 16 años), porque fue en ese cementerio donde estuvo enterrada mi madre, y a donde acudía a visitarla, tantas y tantas tardes de sábado, procurando compañía a mi siempre acongojada, y nunca resignada, abuela Carlota. Pero… cosa curiosa, jamás se nos ocurrió visitar el convento, y ni siquiera la diminuta iglesia. Debe habernos parecido que aquel lugar tenía algo de proscrito, a pesar de que los atareados frailes entraban y salían a su antojo...

 

Así que fui a visitar el convento por primera vez. Ya no tuve que hacerlo en los desvencijados buses “especiales” de las recordadas líneas “Ermita-Las Casas”, “San Juan–Puente del Señor”, “San Diego-Batán” o “Dorado–Placer”, ¡no! Esta vez pude utilizar el viaducto que recorre, desde El Censo, por debajo de la Ave. 24 de Mayo (alguna vez, Quebrada de los Gallinazos) y que concluye luego de pasar por debajo de la antes mencionada vía Occidental. Mi error fue no tomar en cuenta que, siendo sábado, el tránsito a través del mercado aledaño a San Diego estaría totalmente obstaculizado; no porque hubiera debido tomar una ruta alterna, sino para que procurara salir, desde San Rafael, un poco más temprano. Pero valió la pena: por la algarabía y la “paciente” espera…

 

Al final, llegamos 10 minutos tarde, pero no nos perdimos nada (hablo en plural porque había servido de lazarillo para alguien que me seguía a corta distancia). Nos incorporamos al grupo (éramos unas 25 personas) justo cuando colectaban el importe de entrada. Entonces pude identificar a quien haría de guía en la visita. Algo en él había de impostado, de “sabelotodo”, quizá era ese “no-se-qué” que parecen exudar los frustrados seminaristas… Al presentarse dijo su nombre, preguntó si sabíamos el significado del término “recoleta”, y entonces nos explicó del porqué del nombre, del de San Diego. El nombre, dijo, hacía tributo a un compañero del fundador de la Orden, San Francisco de Asís. Ahí fue que lo dijo: Diego de Alcala; así, acentuando la segunda “a”.

 

Como podrán imaginarse, jamás había oído del tal Alcala. Ahí mismo, en medio del inclinado acceso, me hice mi primera promesa: volver pronto a casa para consultar de quién realmente se trataba y cuáles habían sido sus supuestos méritos. Sí, ¡materia pendiente! En cuanto al significado de recoleta, asumí el reto y expliqué que –como quiteño– nunca había oído hablar de una Recoleta de San Diego, que la única que conocía era la ubicada cerca de El Sena, frente al Ministerio de Defensa: sector donde habían vivido mis abuelos paternos, y sugerí que quizá tenía que ver con el sentido del vocablo: algo alejado o retirado. Que estaba “casi” en lo cierto, me respondió el guía, dándonos a entender que como los franciscanos eran pobres y mendicantes, la voz tenía que ver con el recogimiento espiritual de los frailes y con la recolección (y distribución) de alimentos (?).

 

Tan pronto como cruzamos la oficina de tesorería y accedimos al patio principal del convento, se nos dio explicación de la diferencia entre convento y monasterio (que los conventos eran para los curas y los monasterios para las monjas, dijo); fue, entonces, cuando me propuse poner más atención a lo que nos diría; y ya, en plan muy vizcaíno (testarudo), extendí con algo de disimulo mis porfiadas antenas y me anticipé a las otras curiosas “novedades” que vendrían…


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13 agosto 2024

Del arcón de la memoria

Fui al “Condado” uno de estos viernes a jugar al golf. Me había invitado un sobrino: quería “presentarme a alguien que me quería conocer”. Ya no juego con la frecuencia que lo hacía antes; tampoco mantengo una membresía: “la vida se fue cruzando en el camino”… Ahí, en el bar, en el “Hoyo 19”, el viernes es un día especial, ahí me encuentro con viejos compañeros de juego. Ellos no saben que no soy socio (nunca lo fui); es que, como un día me dijo uno de ellos: “bueno, nadie es perfecto”… Allá vamos, una vez terminado el juego, y nos tomamos un par de tragos mientras conciliamos las apuestas o asumimos nuestra ocasional ineptitud; así olvidamos los malos tiros y celebramos con humilde asombro si algo tuvo de memorable…

 

Y ahí estaba él, que es ex presidente del club e hijo de un viejo amigo; y, además, sobrino de ese gran instructor que tuve alguna vez: un hombre encorvado, circunspecto y noble que en 1970 se convirtió no solo en mi irremplazable mentor sino en mi personaje inolvidable… Hablar con Santiago Arias es recordar a su tío Galo, y a toda esa familia de aviadores que tanto aportaron para el desarrollo de la aviación comercial ecuatoriana. Ahí, en ese bar, y sin que todavía siquiera hubiésemos saludado, me susurró: “te voy a pasar una foto que te va a encantar”… En ella constaban los cinco hermanos Arias Guerra (cuatro de ellos pilotos) y ese primo que habría tripulado el DC-3 de ÁREA que se accidentó en el 58 en Chugchilán.

 

Era realmente un inapreciable recuerdo. Habían tomado la fotografía en lo que parecía un cóctel en el que se festejaba alguna efeméride. A la izquierda y algo separado, como para no alterar la intención de la eventual memoria, se ubicaba el joven primo. Luego seguían: Jorge –que fuera propietario de CADASA y el único que no se hizo piloto–; Gerardo, padre de Santiago; Pedro; Luis –el mayor de todos e iniciador de ÁREA–; Agustín, siempre el mejor trajeado y elegante; y, Galo, el maestro que, sin que mediara mérito de mi parte, me regaló por todo un año el destino… A todos pude conocer, con excepción de Pedro. Era un recuerdo excepcional, uno que bien pudiera adornar un álbum de gratas memorias de la aviación ecuatoriana.

 

Yo había vuelto de EE UU en marzo del 70, luego de terminar mi adiestramiento de vuelo. Enseguida me correspondió volar con ese aviador, sereno como un cirujano y pausado como un filósofo, que habría de convertirse en mi instructor y ángel tutelar. Había solo dos aviones en TAO: el HC-ALC (09) y el HC-AMT (011); y había tres capitanes y tres copilotos. Me tocó en suerte hacer tándem con Galo y, solo ocasionalmente, con el “Cacique” (como llamaban mis colegas, en voz baja, a mi tío Gonzalo). Los vuelos nos llevaban desde Pastaza a Macas y Sucúa (vuelos regulares con pasajeros y, a veces, con carne recién faenada); o también a Villano, Coca y Curaray (vuelos contratados, al servicio de las petroleras).

 

Se presentaban, de vez en cuando, otros “vuelos especiales”. Estos, casi siempre los efectuaba Gonzalo, por su relación con las distintas comunidades y por su conocimiento del Oriente. Destacaban entre esos destinos: Arajuno, Putumayo, Tiputini y Nuevo Rocafuerte: pistas cortas de hierba en las que no se podía operar si estaban mojadas. Se hacía un estrecho seguimiento a través de la radio para confirmar su estado y operatividad; o, si estaban húmedas, para calcular el tiempo requerido en horas de sol… los viajes a los tres últimos destinos eran considerados “vuelos largos” (duraban alrededor de una hora). Un decrépito mapa, publicado por el IGM, en el que habíamos marcado las diversas rutas –con rumbos, puntos de chequeo y distancias– nos habría de servir de talismán y como referencia… A los copilotos se nos asignaba la puntillosa tarea de reforzar con cinta adhesiva los dobleces de esa rudimentaria “carta aeronáutica”.

 

Fue en mi primer vuelo a Tiputini que aprendí a ubicar un río sinuoso que serpenteaba, en medio de la selva, a lo largo del último tercio de la ruta. Me decían que era importante divisar su brilloso derrotero y asegurarse de mantenerlo a estribor para evitar la deriva a barlovento hacia el lado peruano. Nacía unas 30 millas al E-NE de Curaray, y algo al norte del río Cononaco (dentro de la actual provincia de Orellana), tenía un cauce inicial con sentido sur-norte: era el elusivo Yasuní... Con el tiempo bautizarían con esa misma identidad a toda una reserva de biósfera en el Oriente y, asimismo, al parque nacional que hoy lleva su nombre. Sería ahí, durante el gobierno de Jamil Mahuad, que se establecería una ”zona intangible” en su parte meridional. Pero pocos saben dónde mismo quedan el río y el tan mentado Parque Nacional Yasuní.



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09 agosto 2024

Derechos y animales “no humanos”

Hay algo de incongruente y anacrónico, si no de inauténtico y ridículo, en todo esto que se ha ido poniendo de moda: los repentinos “derechos de los animales no humanos”. Realmente, suena a oscuro eufemismo; ¿por qué no decir simplemente “animales no racionales”?...

Desde la escuela (entidad a la que, según parece, algunos no han ido) aprendimos de la clasificación de los seres naturales, o de su división en distintos “reinos”: animal, vegetal y mineral. Reconocimos que había los llamados animales domésticos, aquellos que el hombre había adaptado para que vivieran en su entorno (en casas, granjas o establos) y le sirvieran de compañía, alimento o medio de transporte. Los maestros nos enseñaron, para ponerlo simple, que lo que veíamos se clasificaba en personas, animales o cosas; había cosas que eran también “seres vivos” (un árbol lo es) y otras que eran “objetos inertes”. Pero eso de estar vivo era más bien una propiedad del “ser”; decir “ser vivo”, era ya una innecesaria redundancia.

 

Dicho esto, ¿dónde queda el hombre? El homo sapiens es un primate y, como tal, es parte del reino animal. Pero –claro– sus características intrínsecas nos obligan a situarlo en otro nivel. El hombre emplea la razón, inventa, habla, recuerda, aprende, discurre con un alto grado de lógica y complejidad; ríe y siente, es consciente de ser mortal, tiene ideas y creencias, actúa con libertad y sentido de responsabilidad; se agrupa y desarrolla en sociedad siguiendo unas normas; actúa sobre la base de valores y principios. Creo que fue Carlos de Linneo, un científico sueco (naturalista, botánico, zoólogo y médico), el primero en idear una taxonomía o clasificación de los seres vivos; agrupó los géneros en familias, las familias en clases, las clases en tipos, y los tipos en reinos. Y Linneo pensaba que tal vez los animales tenían alma…

 

Sin entrar en consideraciones religiosas, coincidiremos en que el hombre es “un animal con alma”; es decir, es un animal con sentido moral, con conciencia del bien y del mal (todo ello es lo que llamamos ética, principio moral, sentido social, responsabilidad). Lo anterior apunta a un sentido de dignidad del ser humano; todo ello, y no solo su desarrollo cerebral, hacen que el hombre sea sujeto de derechos inalienables: derecho a la libertad, a su desarrollo personal, a la propiedad, a buscar el bienestar o a escoger los medios para proteger su vida y la de sus seres queridos, a buscar su propia felicidad. Este reconocimiento hizo que hace tan solo un cuarto de milenio se reconozcan los derechos del hombre y del ciudadano.

 

Pero sucede que hoy vivimos una suerte de “nuevo renacimiento”. Nos llenamos la boca hablando de derechos. Hay derechos para todo y para todos… En lo personal, no me gusta hablar de “derechos de los animales” (no se diga de animales no humanos”), sino más bien de obligaciones humanas o, al menos, de ciertas normas que debemos cumplir para satisfacer la crianza, explotación, cuidados particulares y tratamiento de los animales; particularmente, de los que más nos preocupan: los animales domésticos.

 

Aquí bien vale reflexionar en un concepto filosófico-jurídico: y es que el derecho es siempre un camino de dos vías, uno que incorpora también obligaciones. Un derecho es, además y como entelequia, algo que puede ser reclamado por alguien, o a nombre de alguien. Por otra parte, debemos actuar con cuidado: no se debe confundir derecho con privilegio: este, como lo define el diccionario, es la “exención de una obligación o ventaja de la que goza alguien por concesión de un superior o por determinada circunstancia”.

 

Debemos tratar con respeto a los animales no porque tengan derechos, sino porque si somos los “amos de la naturaleza”, tenemos el deber moral de velar por su bienestar y tratarlos con gentileza y respeto, evitando tratamientos o sacrificios crueles y sangrientos. El maltrato es incompatible con la dignidad de los seres vivos en un mundo civilizado; de ahí que lo realmente importante sea evitar que los animales tengan un deceso violento, con sufrimiento o ansiedad; y que reciban un trato ausente de piedad. Todo lo demás es mera demagogia, palabrería fatua e innecesaria; esfuerzo improductivo, absurdo e impracticable.

 

Si vamos a preocuparnos por el trato a los animales, empecemos por interesarnos en mejorar la situación del ser humano, por mejorar la vida del hombre. Entendamos que, más que un código de derechos animales, necesitamos un catálogo de normas para su debido tratamiento. Esto parecen no haberlo entendido unos pocos legisladores de ocasión, unos letrados incapaces e ineptos, unos chupatintas “no cultivados”.


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06 agosto 2024

Boeing reconoce su culpa *

 * Escrito por Ian Molineaux para AeroTime Hub, con mi traducción.

Boeing se declarará culpable de un cargo de conspiración de fraude criminal en relación con dos tragedias aéreas que involucraron a su 737 MAX 8, en un acuerdo que ha asegurado con el Departamento de Justicia (DOJ por sus siglas en inglés).

 

La acusación surgió después de que el gobierno de los Estados Unidos (EE. UU.) concluyera que Boeing había violado un acuerdo de procesamiento diferido, que se había firmado en el año 2021, que se había establecido después de los accidentes mortales del 737 MAX en los años 2018 y 2019.

 

Esta violación se produjo cuando un tapón instalado en una puerta se separó de un 737 MAX 9 de Alaska Airlines poco después del despegue, el 5 de enero de 2024, pocos días antes de que expirara el referido enjuiciamiento diferido concedido para un período de tres años.

 

Boeing se declarará culpable del cargo de conspiración de fraude criminal; y, además, pagará una multa adicional de 243,6 millones de dólares e invertirá al menos otros 455 millones de dólares en programas de seguridad en la empresa, si el acuerdo anunciado de “declaración de culpabilidad” recibe la aprobación final de un juez federal.

 

La compañía podría también evitar un caso judicial de alto perfil gracias a un nuevo acuerdo que un abogado de las familias de las víctimas describió como un "acuerdo cariñoso".

 

Según Associated Press, a Boeing se le entregó un documento con los términos establecidos por el gobierno de los Estados Unidos la semana pasada; y se le dio la opción de: admitir su culpabilidad y pagar una multa o, en su defecto, ir a los tribunales.

 

"Podemos confirmar que hemos llegado a un “principio de acuerdo” en base a los términos acordados en una resolución con el Departamento de Justicia, sujeto a la revisión legal y aprobación de ciertos términos específicos", expresó la compañía Boeing en un comunicado, después de su comparecencia ante el Departamento de Justicia el 7 de julio de 2024.

 

Además, y en virtud del acuerdo de declaración de culpabilidad, se nombraría a un monitor independiente para supervisar los procesos de seguridad en Boeing durante otros tres años.

 

El acuerdo con el DOJ solo cubre el período anterior a los accidentes y, de ninguna manera, protege a los ejecutivos de Boeing, sean pasados o presentes, de un posterior enjuiciamiento en el futuro.

 

El 19 de junio de 2024, las familias de algunas de las víctimas que perecieron en los accidentes del 737 MAX instaron al Departamento de Justicia a multar al fabricante por 24 billones (24 mil millones) de dólares y a seguir adelante con el enjuiciamiento penal.

 

En 2018, todas las 189 personas del vuelo 610 de la empresa  Lion Air murieron en un trágico accidente; y, asimismo, en 2019 el vuelo 302 de Ethiopian Airlines también se estrelló matando a sus 157 ocupantes que iban a bordo. Ambos aviones eran del mismo modelo fabricado por la Boeing: el 737 MAX 8.

 

El cargo de conspiración por fraude criminal se relaciona con el llamado MCAS (Sistema de Aumento de las Características de Maniobra) utilizado en las aeronaves accidentadas, respecto a cuyo funcionamiento Boeing presuntamente engañó a los reguladores sobre el real diseño y características de operación de ese sistema instalado en los controles de vuelo.

 

Se especula que una condena penal podría causar problemas a Boeing en relación con la producción de los aviones de defensa que fabrica y con sus correspondientes contratos con la NASA; aunque es probable que el gobierno de los Estados Unidos considere que, a pesar de los problemas presentados, estos contratos son necesarios para el interés nacional.


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03 agosto 2024

Semblanza de un heterónimo *

 * Cuento. Una colaboración de Iván Toral Bocezi

Todos me llaman Benito, del mismo modo que me llaman en casa, pero mi primer nombre, el verdadero y legítimo, siempre fue Iván; así consta en mi “fe de bautismo y así fue anotado en el registro civil. Un día encontré en un cajón de cachivaches de mi madre una copia de mi acta bautismal: ahí constaba el absurdo y kilométrico texto que le dieron al cura de la parroquia: Iván María Benito de la Santísima Trinidad.

 

Mi apellido también ha sufrido un cambio: el verdadero, aquél con el que firmaba mi abuelo era Corozal. Así se llama un municipio del departamento de Sucre, en el norte de Colombia, muy cercano a Sincelejo. Corozal es un apellido toponímico: viene del fruto de la palma de corozo, que alguna vez fue muy abundante en esa zona, y que produce un fruto pequeño, esférico, de color rojo intenso, que “brota en gajos y que se utiliza para la preparación de jugos, chicha, vino, dulce y jabones”, como lo leí un día en la enciclopedia. Alguien se equivocó, sin embargo, y a mi viejo lo registraron con un error ortográfico, omitieron la primera ‘o’ y, por eso y desde entonces, a mi familia la conocen con un apelativo que suena un tanto eslavo: Crozal.

 

Antes, al pueblo del abuelo lo llamaban San José de la Pileta, pero era seco e inapropiado para las tareas agropecuarias; tuvieron que reubicarlo en el asiento de una antigua hacienda llamada Corozal. Por tradición, el carnaval fue siempre la fiesta más importante del año para la familia de mi padre; así mismo había sido siempre, no solo para los corozaleros sino para toda esa parte de la sabana de la costa colombiana. Como veremos, también tuvo algo que ver con mi nacimiento: mamá decía que fui concebido ese fin de semana que es anterior al miércoles que da inicio a la cuaresma; el alegre fin de semana de las carnestolendas (del lat. caro, carnis 'carne' y tollendus, gerundio de tollĕre 'quitar, retirar'). Es decir, del carnaval.

 

Hoy mi nombre completo, por el que me conocen y firmo, es Iván Benito Crozal. Me pusieron Iván por mis dos abuelos y Benito por el escritor preferido de mi padre, un novelista canario, prolífico e irreverente, que era, según decía mi abuelo Ivito, el tata de mi padre –un viejo que tenía el horrible prurito de vivir comparando todo lo que encontraba–: “el mejor novelista después de Cervantes”: un tal Benito María de los Dolores Pérez Galdós. A eso creo que debo que siempre me vean leyendo o escribiendo, digan que soy un poeta (aunque jamás haya escrito un solo verso en mi vida), y me hagan hablar en todas las bodas y entierros. Viven convencidos de que “el Benito habla bonito” y de que “en el fondo” es un poco inteligente…

 

Nací en el primer año de la segunda mitad del siglo pasado; para ser preciso, un primero de noviembre. Era jueves y habría llegado al mundo, luego de inenarrables dolores de mi madre, a la cristiana y piadosa hora de las cuatro de la madrugada. Quizá ello explique mi desafecto a levantarme temprano y, por qué no, mi antipatía hacia esa poco civilizada costumbre que tiene alguna gente: el desconsiderado hábito de no respetar el tiempo ajeno y hacerse esperar. Hoy sé que me bautizaron un sábado 24 de noviembre: la fiesta (que entonces era lo que realmente importaba) había estado muy buena, tanto que los invitados fueron directo desde el sitio de la farra al estadio Olímpico Atahualpa que se inauguró el día siguiente.

 

Mamá decía que la idea de traerme al mundo” se concretó justo ese glorioso fin de semana; lo cual, como queda indicado, ocurrió 39 semanas antes de mi tortuoso alumbramiento, probablemente el sábado 3 de febrero, según decía. He comprobado, en el calendario de ese año milagroso, que hay cuarenta días entre el 7 de febrero (inicio de cuaresma y miércoles de ceniza) y el 18 de marzo, Domingo de Ramos y último día anterior a la Semana Santa, la cual –de acuerdo con el ceremonial católico– debía acontecer entre el lunes siguiente y el domingo de Pascua, festividad que se calcula como el primer domingo posterior a la primera luna llena luego del equinoccio de primavera, y aquello justamente ocurrió el domingo 25 de marzo…

 

Nota 1: heterónimo significa seudónimo o nombre literario ficticio. Pero también se utiliza para designar a un vocablo que se opone a otro con distinta raíz en algún rasgo morfológico, como es el de género. Así, gallina es el heterónimo de gallo, yegua el de caballo.

Nota 2: Es impredecible lo que podemos hallar cuando jugamos con anagramas. Un día me aventuré con mi propio nombre y di por casualidad con el del dueño de un oficio trashumante, un tal Alberto Vizcaíno…


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01 agosto 2024

Una sensación de déjà vu

Hace doce años escribí un artículo que intitulé La algazara inolvidable. Habían “reelegido” a Hugo Chávez pero algo había de impostado en la celebración. Yo todavía vivía en el Asia, pero algo me decía que esa “victoria” algo tenía de mojiganga. Hoy la derrota de Maduro ha sido tan contundente que ni siquiera hubo tiempo para la mascarada: su prolongado silencio denunció la triquiñuela. Hoy ya nadie sospecha: la duda se ha convertido en certeza… El chavismo ha mostrado su rostro real: el de la impudicia y la desvergüenza. Siento otra vez un furor impetuoso en mi sangre: es mi repudio ante la torpe argucia y la patraña.

Si –de todos modos– este iba a ser el desenlace ¿para qué entonces la engañifa, para qué tanta tramoya? Me duele por Venezuela, un hermoso país que aprendí a querer cuando muchacho. Me duele por su gente. Pero… frente al cinismo: ¡hay que echarle coraje y dignidad! Solo entonces cobrará vida la letra de ese himno que aprendí a respetar: ¡Gloria al bravo pueblo que el yugo lanzó, la ley respetando, la virtud y honor!

 

La algazara inolvidable  (reedición)

 

Se ha asomado al balcón para celebrar su reciente apoteosis. Abajo forcejea la bulliciosa multitud portando sus banderines y pancartas. Él ha optado por vestir su acostumbrado traje de fantoche; para retribuir con sus artificiosos adulos la estentórea lisonja que le ofrecen sus enardecidos seguidores. Es el epílogo de una incierta e indescifrable jornada, y él ha querido compartir con el populacho su esperada victoria. Bulle el paroxismo producido por la emocionada presencia de la masa; brota el ambiguo sentimentalismo con que se expresa la congregada muchedumbre. Entonces, desde la balaustrada, el caudillo ofrece la parsimonia de su histriónico discurso, saturado de viejos eslóganes y carente de substancia.

 
Hay algo de montaje en el entorno; es como si se tratase de una ensayada escena, como si todo aquel bullicio encarnara la parodia de algo impúdico y forzado. Se percibe el cariz vicario que tiene la impostura; así el líder utiliza un paradójico mensaje que convoca a la unidad a través de propiciar el enfrentamiento… Hay en ello una apelación a fermentados y no satisfechos sentimientos; una porfiada intención por aturdir a los asistentes, instigando sus pasiones, atizando sus odios y escondidos resentimientos… Sobreviene luego el halago proferido a la chusma; surge la barata lisonja que enardece a los presentes que se dejan persuadir por el influjo de aquella ironía carismática, por el raro magnetismo del mesiánico mensaje, por la confusa promesa que encierran esos entreverados conceptos.


Prepondera algo irreverente y ceremonioso en esa confusa procesión; es como si se tratase de un desordenado aquelarre; como si fuese una celebración narcótica, con propósitos indecibles, irresponsables y obscenos. Intuye el charlatán que se aprovecha del candor del populacho; que su voz cautiva, pero que también embauca; que su verbo esclaviza, y que jamás libera; y que con su intransigente perorata no promueve aspiraciones realizables sino absurdos convencimientos. Mas… esa es la liturgia que se aprovecha de la ingenuidad, la ceremonia ritual de quienes han venido a escuchar a su redentor, a participar del sacramento que les liberará de su trabajo, y que les hará soñar a cambio de que ofrenden sus aplausos.


Ahí están esos brazos que se agitan y esa voz que vocifera; aunque, en medio de todo aquel murmullo, no aparezcan las ideas. Hay una virulenta verborrea que agrede y que infecta, que desprende con impudor la cicatrizada costra de viejas heridas, que exhorta al odio, que quiere estimular una embriaguez que ha sido apurada por rastreras emociones. Entonces, algo subyacente se desnuda; es algo teatral, que aunque cursi, produce un intencional efecto. Surgen los manoseados símbolos que la estrategia electoral ha usurpado; son los emblemas sustraídos para medrar de la emoción, como si se tratasen de infalibles amuletos.

 
El demagogo no ha parado de perorar, está insuflado de una sensación de inmortalidad; no cesa de arengar con su rústica homilía de capataz y corifeo. Su voz cadenciosa empalaga con su adulo, es como una hiedra que se aferra a la roca de la ignorancia. Porque su estilo, como cáncer que corrompe, abusa de la ingenua rusticidad para prolongar la agonía del enfermo. No percibe, el adalid, que con sus palabras insulta a quienes pretende redimir; y que, con sus vacías frases, injuria con insolencia a la dignidad, la razón y el intelecto…


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