03 agosto 2024

Semblanza de un heterónimo *

 * Cuento. Una colaboración de Iván Toral Bocezi

Todos me llaman Benito, del mismo modo que me llaman en casa, pero mi primer nombre, el verdadero y legítimo, siempre fue Iván; así consta en mi “fe de bautismo y así fue anotado en el registro civil. Un día encontré en un cajón de cachivaches de mi madre una copia de mi acta bautismal: ahí constaba el absurdo y kilométrico texto que le dieron al cura de la parroquia: Iván María Benito de la Santísima Trinidad.

 

Mi apellido también ha sufrido un cambio: el verdadero, aquél con el que firmaba mi abuelo era Corozal. Así se llama un municipio del departamento de Sucre, en el norte de Colombia, muy cercano a Sincelejo. Corozal es un apellido toponímico: viene del fruto de la palma de corozo, que alguna vez fue muy abundante en esa zona, y que produce un fruto pequeño, esférico, de color rojo intenso, que “brota en gajos y que se utiliza para la preparación de jugos, chicha, vino, dulce y jabones”, como lo leí un día en la enciclopedia. Alguien se equivocó, sin embargo, y a mi viejo lo registraron con un error ortográfico, omitieron la primera ‘o’ y, por eso y desde entonces, a mi familia la conocen con un apelativo que suena un tanto eslavo: Crozal.

 

Antes, al pueblo del abuelo lo llamaban San José de la Pileta, pero era seco e inapropiado para las tareas agropecuarias; tuvieron que reubicarlo en el asiento de una antigua hacienda llamada Corozal. Por tradición, el carnaval fue siempre la fiesta más importante del año para la familia de mi padre; así mismo había sido siempre, no solo para los corozaleros sino para toda esa parte de la sabana de la costa colombiana. Como veremos, también tuvo algo que ver con mi nacimiento: mamá decía que fui concebido ese fin de semana que es anterior al miércoles que da inicio a la cuaresma; el alegre fin de semana de las carnestolendas (del lat. caro, carnis 'carne' y tollendus, gerundio de tollĕre 'quitar, retirar'). Es decir, del carnaval.

 

Hoy mi nombre completo, por el que me conocen y firmo, es Iván Benito Crozal. Me pusieron Iván por mis dos abuelos y Benito por el escritor preferido de mi padre, un novelista canario, prolífico e irreverente, que era, según decía mi abuelo Ivito, el tata de mi padre –un viejo que tenía el horrible prurito de vivir comparando todo lo que encontraba–: “el mejor novelista después de Cervantes”: un tal Benito María de los Dolores Pérez Galdós. A eso creo que debo que siempre me vean leyendo o escribiendo, digan que soy un poeta (aunque jamás haya escrito un solo verso en mi vida), y me hagan hablar en todas las bodas y entierros. Viven convencidos de que “el Benito habla bonito” y de que “en el fondo” es un poco inteligente…

 

Nací en el primer año de la segunda mitad del siglo pasado; para ser preciso, un primero de noviembre. Era jueves y habría llegado al mundo, luego de inenarrables dolores de mi madre, a la cristiana y piadosa hora de las cuatro de la madrugada. Quizá ello explique mi desafecto a levantarme temprano y, por qué no, mi antipatía hacia esa poco civilizada costumbre que tiene alguna gente: el desconsiderado hábito de no respetar el tiempo ajeno y hacerse esperar. Hoy sé que me bautizaron un sábado 24 de noviembre: la fiesta (que entonces era lo que realmente importaba) había estado muy buena, tanto que los invitados fueron directo desde el sitio de la farra al estadio Olímpico Atahualpa que se inauguró el día siguiente.

 

Mamá decía que la idea de traerme al mundo” se concretó justo ese glorioso fin de semana; lo cual, como queda indicado, ocurrió 39 semanas antes de mi tortuoso alumbramiento, probablemente el sábado 3 de febrero, según decía. He comprobado, en el calendario de ese año milagroso, que hay cuarenta días entre el 7 de febrero (inicio de cuaresma y miércoles de ceniza) y el 18 de marzo, Domingo de Ramos y último día anterior a la Semana Santa, la cual –de acuerdo con el ceremonial católico– debía acontecer entre el lunes siguiente y el domingo de Pascua, festividad que se calcula como el primer domingo posterior a la primera luna llena luego del equinoccio de primavera, y aquello justamente ocurrió el domingo 25 de marzo…

 

Nota 1: heterónimo significa seudónimo o nombre literario ficticio. Pero también se utiliza para designar a un vocablo que se opone a otro con distinta raíz en algún rasgo morfológico, como es el de género. Así, gallina es el heterónimo de gallo, yegua el de caballo.

Nota 2: Es impredecible lo que podemos hallar cuando jugamos con anagramas. Un día me aventuré con mi propio nombre y di por casualidad con el del dueño de un oficio trashumante, un tal Alberto Vizcaíno…


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