23 agosto 2024

Una instantánea y un poema…

No consigo recordar su nombre. Algo tenía de francés aunque era británico. Fue uno de los colegas más amigables y sencillos con quien haya compartido una cabina. Nos tocó operar el A-340 cuando volábamos para Singapore Airlines. El itinerario, cuyos designios nunca estaban exentos de capricho, nos reservó la casualidad de compartir un par de vuelos. Esa noche, cuando coincidimos para firmar nuestro registro, me saludó efusivo y exclamó: “¡Buona notte, Alberto de Vincenzo!” (esa era su manera de pronunciar mi nombre). Tal vez ello le recordaba a un golfista que perdió el Masters de Augusta por firmar una tarjeta mal llenada por su propio compañero. Roberto de Vincenzo perdió así la oportunidad de optar por el título…

“Tienes planes para Roma”, me preguntó. “Dependiendo del vuelo –le respondí–, si no llegamos muy cansados, mañana quiero ir a conocer Capri”. “Creo que me apunto –resolvió–, pero si vamos a Sorrento, hay más para conocer si avanzamos hacia la costa de Amalfi”. Ya en Roma, y una vez en el hotel, acordamos refrescarnos un poco y reunirnos en 30 minutos para salir hacia la estación de Termini. Tomé un duchazo y puse un par de bártulos en mi mochila. Cuando bajé a la recepción él ya me estaba esperando. “Sorry, my friend –dijo–, pero estoy agotado, voy a ‘declinar’ el paseo” (declinar es un verbo que usan los ingleses para excusarse). “No worries”, susurré, y opté por continuar a mi aire.

 

Nos despedimos. Ya iba cerca de la salida cuando reconocí su voz detrás de mi espalda. “Al (así me llamaban), una sugerencia: no tomes el viaje directo a Sorrento, solicita una parada en Nápoles en el viaje de ida”. “Dicen que no es una ciudad muy segura”, formulé. “No hagas caso, los napolitanos son briosos pero son gente buena –replicó–; anota este nombre, quiero que vayas al Parco della Rimembranza (Parque del Recuerdo); hay, desde allí, la vista más inesperada que puedas imaginar, te vas a quedar boquiabierto con el paisaje del golfo de Nápoles y del mar Tirreno”… “Nada tengo que perder”, creo que pensé. Se me ocurrió de buen augurio poder visitar un lugar que se conocía con el mismo nombre que aquél otro donde descansa Adrián, mi querido hermano…

 

Ya en Nápoles, tomé un taxi y pedí al conductor que me llevara al lugar mencionado. “¿Eh, al Parco Virgilio?”, preguntó. Estaba por decirle que no, cuando, al advertir mi desconfianza, me aclaró que se trataba de un nombre alterno. Llegado ahí, me informé de que ahí era donde se encontraba la tumba del gran Virgilio, el poeta que había escrito esa obra formidable en verso conocida como la “Eneida”, una saga que relata la huida de Eneas desde Troya y las correrías del héroe hasta su triunfo en la península itálica. La intención del poeta habría sido emular los trabajos de Homero y dotar a su patria de una épica que la vinculara con la cultura griega. Virgilio había nacido en Andes, cerca de Mantua; su nombre original habría sido Publio Vergilius Marón, pero fue alterado con el tiempo porque Vergilius se asocia con la fonética de palabras como virgo (‘inexperto’) y virga (‘varita mágica’). Y el vate no tenía afecto por los apodos…

 

He recordado a Virgilio al repasar la singular dedicatoria que rinde Jorge Luis Borges a su admirado Leopoldo Lugones en El Hacedor (una colección de reflexiones y poemas). En ella, Borges destaca un hexámetro de la Eneida, en su libro VI, con el que, según manifiesta, “Virgilio supera al mismo artificio”: Ibant obscuri sola sub nocte per umbram, dice el verso. Se trata –la dedicatoria– de una parodia de visita que Borges hace al maestro desaparecido en su biblioteca, para poner a su consideración el texto, mientras ruega por su aprobación; acaso para que quizá en él “pueda reconocer su propia voz”… (“Mi vanidad y mi nostalgia han armado una escena imposible”, dice Borges). Se trata, la frase, de una hipálage (alteración en la asignación de los adjetivos), figura literaria que en lugar de decir “Erraban solitarios bajo la oscura noche entre sombras”, expresa: “ Iban oscuros bajo la solitaria noche por la sombra”.

 

Leyendo el verso he caído en cuenta de su similitud con otro del mismo autor latino, verso que alguna vez leí que era considerado como “uno de los más hermosos que jamás se hayan escrito”. Lo menciona Pérez-Reverte en un par de sus artículos publicados en Patente de Corso (o en el XL Semanal): me refiero a “Nox atra cava circumvolat umbra” (“La noche negra nos rodea con su envolvente sombra”. Eneida, II, v. 360); verso que el cartagenero evoca con frecuencia, no solo para resaltar su belleza sino para advertirnos de las encubiertas amenazas que nos acechan en la vida. Lo emplea también para reclamar por la ausencia de las lenguas clásicas en nuestros pensum o planes de estudio (hoy prefieren llamarlos "mallas), y que fuera una costumbre muy extendida en el tiempo de nuestros abuelos.


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