* Escrito por Use Lahoz, para El País de España. Reeditado para satisfacer el formato de Itinerario Náutico.
Misia Sert, en el París de principios del siglo XX, contaba en sus memorias que siendo niña ensartaba con gran placer moscas vivas en un hilo para hacer un “collar” que se colocaba luego alrededor del cuello. Le emocionaba el zumbido de las alas atrapadas que sentía contra su piel. La imagen de ese collar —la crueldad disfrazada de juego— inquietó tanto a Elias Canetti que la utilizó en 1992 como metáfora central del ensayo El suplicio de las moscas, donde trata de forma inquietante la fascinación humana por el poder y el sufrimiento ajeno.
Sin teorizar ni fundar una escuela filosófica, Elias Canetti (Ruse, Bulgaria, 1905 - Zúrich, Suiza, 1994) es autor de una novela, Auto de fe, y de numerosos ensayos como el recién reeditado La provincia del hombre, textos breves escritos entre 1942 y 1970, mereció en 1981 el Premio Nobel de Literatura. Es uno de los pensadores más determinantes del siglo XX por su mirada única, penetrante y radicalmente humana sobre los temas de su tiempo: el poder como enfermedad mental y la avaricia como afección moral, la masa, la lucha contra la muerte, el lenguaje y la identidad, la violencia, la libertad del espíritu, la relación entre el individuo y la sociedad.
En El suplicio de las moscas decía: “El poder no se ejerce a gritos ni con látigos, sino con detalles sutiles, con actos que parecen insignificantes pero que anulan a otros con impunidad”; y añadía: “A medida que crece, el saber cambia de forma. No tiene uniformidad. Los auténticos saltos se realizan lateralmente, como los del caballo en el ajedrez. Lo que se elabora en línea recta y predecible resulta irrelevante. Lo decisivo es el saber torcido y lateral”. La idea del “salto lateral” como parte del pensamiento libre estaba ya presente en La provincia del hombre, que Canetti consideró la obra de su vida”. No es una obra sistemática: se lee como un diario fragmentario, donde plasma sus impresiones sobre el ser humano y su misterio, el poder, la lengua, la muerte, la locura: lo hace con una escritura incisiva, a veces lírica, a veces filosófica, otras casi profética. El autor desconfía del pensamiento rígido: “Quien piensa con rigor deja de pensar”, dice. O, “El pensamiento más claro es aquel que más duda de sí mismo”…
El escritor analiza no solo a dictadores y masas, sino los gestos cotidianos: “Quien quiere dominar a los demás, se convierte en esclavo de su propio poder”. No escribe como filósofo o académico. Lo hace a través de apuntes que le permiten respirar y sobrevivir en el mundo intelectual, ello lo vincula con Heráclito, Demócrito, Pascal, Nietzsche. En 1943 anota: “Los grandes aforistas se leen como si se hubieran conocido entre ellos”. Después de vivir las catástrofes del siglo XX —guerras, Gulag, nazismo—, articuló una resistencia del espíritu, una ética de la atención, de la vigilancia, de la compasión. Cada ser vivo merece respeto: rechaza toda forma de exterminio, desde torturar una mosca hasta demoler un pueblo (sería interesante conocer su opinión sobre Gaza: él era un sefardita ciudadano del mundo).
Para él, el poder nace del miedo a la muerte: las masas permiten al individuo sentirse “inmortal” al fundirse con los otros. Una sola frase suya de 1942 lo resume: “El ser humano ha recogido la sabiduría de todos sus ancestros, y mirad cuán estúpido es”… “Cada idioma tiene su propio silencio”, dice alguien para quien las lenguas tuvieron gran importancia, sobre todo el alemán que le enseñaría su madre de niño (en la cama, por las noches, ocupando el vacío de su padre, por eso adquieren sentido sentencias como: “Las palabras dichas en la oscuridad pesan el doble”). Así tituló a cada una de sus memorias, nombrando los órganos de los sentidos: La lengua liberada (1979), La antorcha al oído (1982) y El juego de los ojos (1986).
Raquel Kleinman ha dedicado 12 años al estudio de su obra, primero con su tesis doctoral y luego como autora de Elias Canetti: Luces y sombras, en que trata la relación del búlgaro con el psicoanálisis. Afirma: “Me resultó muy interesante la aportación de Canetti a la visión del poder como enfermedad mental, y la visión de masa y poder como mecanismos de defensa ante las ansiedades vitales de un ser que percibe su muerte pero no la acepta. Y me interesó la propuesta que la considera como motor de la conducta humana frente a la de Freud, que más bien relaciona a la pulsión sexual, dentro de un marco legal y de prohibiciones”.
La crítica Cecilia Dreymüller sostiene: “Canetti entró en la historia del pensamiento político con su estudio, antisistema y pionero, sobre la masa y el poder. Es original en sus escritos, como prueban su novela sobre los beneficios lectores, Auto de fe, sus obras de teatro y sus aforismos”. Recoge tres de ellos: “No digas ahí he estado; di siempre: ahí nunca he estado”. “Qué poco has leído, qué poco sabes... pero del azar de lo leído depende lo que eres”. “El hombre es el único animal que recuerda a quién, o a qué, ha asesinado”. Terriblemente actual (“solamente en el exilio nos percatamos hasta qué punto una parte del mundo ha sido siempre un mundo de exiliados”), el ensayo vincula a quien lee con una región que se explora sin mapas. Canetti describe un terreno por el que vamos a saltos. Siempre con un salto lateral: ese modo no lineal de construir que suele tener el conocimiento.
 
 
 
 

 

Qué bueno seguir leyendolo !
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