13 diciembre 2011

Lugar y fecha de nacimiento

Miro por la ventana. Un conjunto de edificios parecen empeñarse en ocultar el parque. Se me hace difícil creer que en ese mismo lugar, hace un poco menos de quinientos años habría existido una laguna, llamada de Iñaquito y que habría sido drenada por los primeros españoles que alcanzaron posesión sobre estas mismas tierras. El sol se oculta ya hacia el poniente. Un edificio vecino esconde esa parte de la ciudad en la que yo habría vivido buena parte de mi infancia. El obstáculo impide apreciar los cerros Itchimbía y Panecillo, y un lugar más al sur donde se supone que existió otra laguna, conocida con el nombre de Turubamba.

La ciudad que observo no incluye a la fundada por los incas y refundada por los españoles. Los límites septentrionales de aquella no llegaban a lo que desde el principio del asentamiento colonial se había dado en llamar como “El Ejido”. La urbe, o la parte de la ciudad que ahora observo, es parte de una metrópoli que ha superado ya los dos millones de residentes y que en mi niñez no había alcanzado todavía el medio millón de habitantes. Mas, es aquella parte de la ciudad, la que no alcanzo ahora a observar, la llamada ciudad vieja o “centro histórico”, aquella que poco vemos y visitamos, la que habría despertado el interés de sus últimos invasores y de los sorprendidos españoles que la refundaron.

Hay algo indefinido y controversial en el natalicio; o, más bien, en el bautismo de nuestra urbe. Todo porque tanto el lugar como la fecha en que se celebra la “fundación”, no parecen obedecer ni al sitio ni al día en que tal declaración se realizó efectivamente. Tampoco, el día de dicha fundación, en términos de estricta cronología, parecería representar la fecha auténtica y efectiva de su real re-establecimiento como entidad urbana. Ni Quito se habría fundado en Quito, ni tal fundación se habría efectuado en un 6 de diciembre. Tampoco lo que sucedió en esa fecha fue una fundación propiamente dicha, sino tan solo la instalación de los residentes sobre una fundación que ya se había efectuado previamente.

Además, a esta fecha convencional, habría que hacer un ajuste adicional. Y esto, porque la fecha que marcaban ese día los calendarios, en el año de 1534, se había desajustado ya en diez días con respecto al calendario tropical y, en términos efectivos, tal efemérides correspondía en la realidad al 16 de diciembre! Cincuenta años más tarde, la reforma gregoriana de 1582 vendría a corregir estos desfases; y, aunque nunca se propusieron ajustes retroactivos para estas distorsiones, la costumbre prefirió mantener las fechas convencionales a efecto de continuar celebrando los sucesos y sus conmemoraciones…

Cuando yo era muchacho pasaba mis vacaciones en Riobamba. Llegaba en casa de mis primos, quienes argüían que la ciudad de sus propios natalicios, la que había sido distinguida con la redacción de la Primera Constituyente, habría sido la que habría merecido convertirse más tarde en la capital del Ecuador. Creo que lo decían solo para incomodarme, aunque… bien podría ser que las noticias que les habrían proporcionado tenían algún sustento en la realidad histórica… En efecto, los informes de la llegada de Pedro de Alvarado a las costas de Bahía de Caráquez, habían acelerado la decisión de Francisco Pizarro de adelantarse a la fundación de Quito, ciudad que supuestamente guardaba los fabulosos tesoros de Atahualpa. Este inca quiteño, nacido en Caranqui, había arrebatado a su hermano la soberanía sobre el Tahuantinsuyo.

Por esta motivo, Pizarro había delegado a Diego de Almagro la perentoria fundación de Quito; y éste, apurado por las noticias de la llegada de Alvarado, se había apresurado a fundarla el 15 de agosto de 1534 en los alrededores de la actual Riobamba, con el nombre de Santiago de Quito. Trece día después el mismo Almagro habría de efectuar, en el mismo sitio, la fundación - que los historiadores llaman “a distancia”- de la definitiva San Francisco de Quito. Correspondería a otro subalterno de Pizarro, de nombre Sebastián Moyano, y mejor conocido como Sebastián de Benalcázar, esa fundación definitiva. Esta ocurriría sobre el mismo asentamiento escogido por el inca Huayna Cápac y sobre las cenizas que había dejado el indómito general Rumiñahui.

Así como Moyano solo se encargó de instalar a los primeros residentes y de distribuir los solares de una ciudad que había sido fundada con un recurso artificioso, la fecha de dicho suceso tampoco habría de coincidir con la realidad cronológica. Un papa italiano, conocido por la historia como Gregorio XIII, habría de preocuparse de cumplir con una de las recomendaciones del Concilio de la Contrarreforma, efectuado en Trento (1545-1563), y propiciaría una revisión al calendario vigente, a objeto de que la Pascua y las llamadas fiestas móviles se adaptaran al año tropical. Era una forma de adecuar el año civil sobre la base de aplicar las tablas propuestas por Alfonso X de Castilla, conocido como “El Sabio”.

Efectivamente, el Concilio de Nicea (año 325) había establecido el calendario litúrgico para la celebración de la Pascua, calculando para esta determinación “el domingo siguiente al primer plenilunio posterior al equinoccio de primavera”. Para la época de la reforma gregoriana, el calendario ya se había desfasado en diez días, debido a que el año solar tiene once minutos menos que lo calculado por el calendario juliano (trecientos sesenta y cinco días y cuarto). De modo que la fecha de la instalación encargada a Sebastián de Benalcázar se habría realizado realmente un domingo 16 de Diciembre. Sin embargo, hemos preferido mantener la fecha convencional, persuadidos que también es “convencional” ese artilugio que sirve para marcar el tiempo y que es conocido con el nombre de calendario…

Quito, 12 de diciembre de 2011
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